a necesidad colectiva de imaginar una sociedad libre del virus nos incita a participar en una especie de carrera por la predicción, cuya meta consiste en adivinar cuándo y cómo saldremos de este complejo bucle de crisis pandémica sanitaria, económica y social. Y en este duro contexto que nos toca vivir, uno de los sectores duramente damnificados desde el inicio de la pandemia es el que rodea al ámbito de la cultura.
Vivimos en tiempo de incertezas, de interrogantes difíciles de resolver. Por un lado, y en primer lugar, resulta preciso evaluar el entramado del sistema cultural público y privado, hay que proponer nuevas políticas culturales para nuevos tiempos, debe avanzarse hacia una mayor coordinación institucional y atender a esta gran cuestión: en un contexto de crisis económica y social, ¿cómo se puede articular desde la perspectiva de lo público un sistema cultural más sostenible?
Una segunda cuestión se centra en el mecenazgo y la implicación ciudadana y de instituciones privadas en el acceso a la cultura. La iniciativa privada no solo debe verse como "financiadora" sino también como agente productor.
La tercera reflexión abierta se centra en el binomio de la cultura unida a la educación y no tanto al entretenimiento: ¿Ha ganado terreno un consumo más pasivo, más individual y teledirigido frente a una demanda activa y crítica?; ¿cómo podemos recuperar espacio en la esfera pública para reactivar la cultura como vivencia comunitaria y compartida?
La cuarta se centra en la visión de la cultura como industria, para adentrarse así en su impacto en la economía, en el desarrollo y en la innovación social.
La quinta vincula cultura y globalización, para preguntarnos si ésta conduce a una turistización de la cultura, unida a la dimensión digital de la cultura, las grandes corporaciones y el eterno, pero más actual que nunca, debate acerca de la gratuidad de la cultura. Durante el confinamiento la cultura (un tipo de cultura) tuvo gran protagonismo, que no ha decaído en las posteriores etapas que estamos viviendo: las series, películas, libros y música nos hicieron (y nos hacen) más llevadera el confinamiento, la cuarentena. Y en este contexto es obligado preguntarnos si no corremos el riesgo de transmitir una idea de cultura casi exclusivamente vinculada al entretenimiento, a un consumo un tanto pasivo, o incluso a la evasión frente a una demanda (y a una creación) más activa y crítica.
El sexto debate se podría centrar en cómo proteger la creación cultural: hablando de arte, en un contexto socioeconómico caracterizado por la jibarización del poco mecenazgo existente y por el parco mercado existente, ¿cómo se puede impulsar un sistema más sostenible? Más allá de exposiciones, residencias y becas, se puede establecer un símil con la ciencia, donde hay ciencia de base y ciencia aplicada, y donde se entiende que hay que invertir aunque no se genere un efecto inmediato?
La cultura es un elemento para la inclusión social, incluso para la transformación social; ¿estamos impulsando debidamente el poder emancipador de la cultura?
Esta crisis va a acentuar la precariedad en la que ya se encontraba el sector y sus profesionales. ¿Cómo hacer frente a esta situación endémica?; ¿qué otras fórmulas podemos ofrecer a los creadores que quieren vivir dignamente de su trabajo?; ante cualquier crisis asoma la vulnerabilidad del sector. La gratuidad de la cultura ¿es un logro en el acceso a la cultura, o una amenaza?
¿Y en el nivel europeo? Cabe sustentar esta dimensión de la reflexión con dos perlas dialécticas. Denis de Rougemont dejó escrito que la cultura es un conjunto de sueños y de esfuerzos que tienden a la total realización del hombre y que la cultura exige un pacto paradójico: hacer de la diversidad el principio de la unidad, celebrar las diferencias, no para dividir sino para enriquecerla aún más. Europa es una cultura o no es nada.
Y Darío Fo, un referente y agitador cultural, nos recordaba con memoria histórica que antes incluso de que Europa estuviera unida en el plano económico o fuera concebida a nivel de los intereses económicos (los del mercado y el comercio), era la cultura lo que unía a todos los países de Europa. Las artes, la literatura, la música, son el cimiento de Europa.
Tuvo que ser un pensador oriental quien nos recordara que la cultura no es un lujo sino una necesidad. No es un mero capricho intelectual, es la base sobre la que cimentar una nueva Europa, hacia el futuro y anclada en su riqueza cultural. Cuidémosla, porque de otro, como casi siempre en la vida, valoraremos lo que teníamos cuando ya lo hayamos perdido.