Con independencia de las sensibles bajas, hay ciertos límites negativos que no se pueden sobrepasar de ninguna manera. La camiseta del Baskonia tiene un prestigio que conviene preservar. La amenaza exterior puede resentirse sin la munición de dos muñecas privilegiadas como las de Peters y Giedraitis, pero lo que nunca puede faltar nunca es el deseo, la intensidad y un mínimo empaque como colectivo. Nada de eso mostró la escuadra vitoriana en el Basket Hall Kazan, testigo de otra actuación por momentos bochornosa de un equipo no solo escaso de efectivos sino también de orgullo, alma y otros intangibles.
En una jornada tenebrosa que condensó todos los problemas azulgranas desde el inicio de la temporada, el Baskonia recibió en Kazán uno de esos sopapos a mano abierta que dejan marca en el rostro. Fue la nulidad más absoluta de principio a fin ante un Unics que vio reanimado su alicaído estado anímico y por momentos se gustó de una manera hiriente para los intereses alaveses. Más leña al fuego de la inestabilidad de un maratoniano que, al margen de las lesiones, ofrece unas hechuras cada vez más preocupantes.
Tras acabar el cuarto inicial con la lengua fuera, su desvanecimiento se hizo realidad en unos infames minutos previos al intermedio. Sobró una segunda mitad destinada en algún tramo para el maquillaje, especialmente de Baldwin. Los daños habían sido cuantiosos con anterioridad y el Unics, con la barriga muy llena, estaba ya por la labor de vivir de las rentas.
Si Perasovic tenía ganas en su fuero interno de ajustar cuentas con alguien en los despachos del Buesa Arena tras su última destitución, el técnico croata vio cumplido su objetivo con creces. Fue una humillación en toda regla que supuso una de las páginas más negras del Baskonia dentro de su intachable trayectoria en la Euroliga desde hace dos décadas. Las pérdidas y la pésima selección de tiro lastraron a un visitante vacío de fuerzas pero, sobre todo, con una intensidad más propia del patio de colegio ante los aseados estadounidenses del combinado ruso.
El Baskonia vivió del triple en un errático cuarto inicial que ya olió a chamusquina debido a su tibieza defensiva. De no ser por su cinco aciertos desde el 6,75 -dos de Granger y uno de Baldwin, Tadas y Marinkovic-, habría dimitido del encuentro incluso antes. Sintomático de la desangelada puesta en escena alavesa fueron los ocho minutos para cometer la primera falta. Para entonces el Unics ya estaba en el bonus y había puesto tierra de por medio con una facilidad pasmosa para anotar desde todas las posiciones o gozar de innumerables segundas opciones de tiro.
El rendimiento azulgrana resultó más infame si cabe en el segundo cuarto, donde el conjunto ruso abrió una herida gigantesca con un parcial de 24-2 tras la enésima parálisis ofensiva de la temporada. Si en un lado de la pista hubo toneladas de acierto desde la larga distancia, grandes dosis de disciplina táctica, un perfecto movimiento de balón y, en líneas generales, una seriedad incuestionable, en las filas vitorianas reinó el caos más absoluto con el predominio de las decisiones individuales y un baloncesto delirante.
Hasta una penetración de Baldwin, quizá la única nota positiva en una tarde infernal junto a la raza de Tadas, casi siete minutos se pasó en blanco un Baskonia incalificable y que hizo daño a la vista. John Brown fue un martilló pilón bajo los aros y Vorontsevich rejuveneció varios años con su pegada exterior entre los demonios del Unics, que no necesitó una versión decente de sus exteriores más mediáticos (Lorenzo Brown y Hezonja) para originar una escabechina.
La friolera de 29 cuerpos abajo llegó a verse un Baskonia sin identidad e incapaz de embarrar el partido. Al Unics ni siquiera le temblaron las piernas en el tercer acto cuando el Baskonia amagó con una la reacción (60-44). El cuadro ruso rápidamente recondujo el rumbo en otro partido sin relevancia por parte de los cincos o Marinkovic, desplazado del primer plano en algún momento por Barrera.
La irreconocible batuta de Granger, la lentitud en el balance defensivo, las desatenciones en el rebote y, en líneas generales, el infame rendimiento colectivo amargaron por completo la tarde. Un esperpento que, si bien no hace excesivo daño a nivel clasificatorio, sí cuestiona seriamente la capacidad azulgrana para ser mínimamente competitivo en esta Euroliga repleta de miuras.