Ni el más pesimista de los seguidores azulgranas podía haber sospechado una noche tan lúgubre que sumiera al personal en la depresión más absoluta. El ensañamiento griego hizo daño a la vista. Fue un triste simulacro de partido, si es que este existió en algún momento. Más bien, un mal sueño del que costó despertarse porque recibir semejante sopapo a mano abierta en el rostro a las primeras de cambio en la Euroliga supone un plato de mal gusto.

La primera mitad perpetrada por el Baskonia en El Pireo atentó contra los valores de competitividad, esfuerzo y carácter de los que presume orgullosa la afición azulgrana. Menos mal que el Olympiacos dio la sensación de levantar el pie del acelerador porque, en caso contrario, el resultado final podría haber sido más escandaloso.

Imposible no ruborizarse y agachar la cabeza ante dos parciales aterradores -el primero de 15-0 y un segundo de 19-0 minutos más tarde- que enviaron al inoperante equipo de Dusko Ivanovic directamente a la lona y convirtieron la segunda parte en un asunto intrascendente. El Joventut abrió hace días unas inquietantes grietas en el engranaje alavés que ayer se ensancharon varios centímetros ante la devastadora solidez de un Olympiacos muy mejorado respecto a años anteriores.

El cuadro griego, en otra dimensión en la vertiente física y con el colmillo afilado de sus mejores épocas, aprovechó la incomparacencia baskonista para darse un buen empacho a la hora de la cena. Ni siquiera las sensibles bajas o el laborioso ensamblaje de cualquier plantilla tras una reconstrucción tan profunda como la del pasado mercado estival justifican la carnicería padecida en el santuario heleno, tradicionalmente de ingrato recuerdo para las huestes vitorianas.

Entregado desde el inicio No hubo tristemente paz ni amistad, los fraternales sustantivos que desde tiempos inmemoriales dan nombre a la cancha ubicada en el barrio portuario de Atenas. Dolió en el alma vislumbrar a un Baskonia tan apocado y empequeñecido para competir a estos niveles en la Euroliga, un torneo donde se perciben a las primeras de cambio las débiles costuras. En realidad, el conjunto vitoriano únicamente estuvo de cuerpo presente en la pista helena, testigo de algunos minutos bochornosos que supusieron una puñalada para la autoestima y el prestigio del club. Ni acierto, ni dureza ni tampoco vergüenza torera.

Porque la visita a Atenas reprodujo los fantasmas del último fatídico encuentro en Badalona. Un Baskonia a remolque y casi entregado desde el salto inicial que puso la mejilla para que el Olympiacos se la partiera con una contundencia devastadora. La exhibición firmada por varios integrantes de Bartzokas, todos ellos sin antídotos, abrió la veda en contra de los intereses azulgranas, mientras el volcánico técnico griego se permitía el lujo de mantener sentadas en el banco a muchas estrellas tras el intermedio.

Vezenkov se convirtió en un tormento con su versatilidad, el interminable Fall hurgó en la falta de centímetros de la pintura alavesa y Dorsey también transitó a través de una alfombra roja para hacer más pesada la mochila. La ternura defensiva, el pésimo balance a la hora de correr hacia trás y las pérdidas lastraron a un Baskonia descabezado en el timón -Kurucs disfrutó de más minutos que nunca en dicha posición ante el escaso criterio de Granger-, abandonado un día más por sus francotiradores y huérfano de músculo bajo el aro.

El conjunto griego avasalló sin miramientos a un visitante incapaz de mantener la mínima compostura. Tras los siete puntos iniciales de Enoch, un visto y no visto en El Pireo, descargó una lluvia de golpes un anfitrión en el que no solo sus incombustibles jugadores de la vieja guardia revivieron varios años sino que sus flamantes incorporaciones se presentaron en sociedad con un instinto asesino desmesurado.

Tras el descanso, Giedraitis se echó el equipo a su espalda en busca del milagro sin encontrar algo de colaboración en el resto. Para entonces, el daño ya estaba hecho y el bocinazo final fue recibido con alivio. Desde luego, este no es el Baskonia con el que todo el mundo soñaba tras la drástica cirugía aplicada por los dirigentes en el mercado estival a la plantilla.