a pasada semana, al mismo tiempo que los Brooklyn Nets añadían un nuevo arma de destrucción masiva a su ya magnífico arsenal ofensivo al hacerse con los servicios de James Harden, una de sus grandes estrellas, Kyrie Irving, llamado a formar un histórico Big Three junto a La Barba y Kevin Durant, se encontraba en paradero desconocido desde que jugara su último partido con la franquicia el 5 de enero ante Utah. Su técnico, Steve Nash, se encogía de hombros cuando le preguntaban por él. Sean Marks, mánager general, tampoco daba pistas más allá de que todo se debía a “razones personales”. Por el camino, se filtraba un vídeo suyo en el que aparecía sin mascarilla en la fiesta de cumpleaños de su hermana, la NBA le multaba con 50.000 dólares por saltarse los protocolos anticovid-19 y la cuarentena posterior para reincorporarse al equipo le costaba el salario de dos partidos, 816.898 dólares (en 2019 firmó un contrato de cuatro años por 136,5 millones).

Irving, uno de los mejores bases de la NBA, un manejador de balón de calibre histórico y una de las mentes más indescifrables de la competición, volvió a vestirse de corto en la madrugada del miércoles en Cleveland. La primera comparecencia conjunta del nuevo Big Three se saldó con derrota tras doble prórroga (147-135) merced a una exhibición para los Cavaliers de Collin Sexton, que metió 15 de sus 45 puntos en el segundo tiempo extra, varios de ellos en acciones en las que quedó emparejado con el reaparecido director de juego, que aportó 37 puntos (Durant sumó 38 y Harden firmó un triple-doble con 21 puntos).

La víspera ofreció una rueda de prensa en la que no profundizó en los motivos de su ausencia, insistiendo en que necesitaba “una pausa”. “Hay muchas cuestiones familiares y personales, lo quiero dejar ahí. He hablado con el equipo y ahora miramos hacia adelante. Estoy feliz de volver. Asumo la responsabilidad por mi ausencia”, dijo. Cuestionado sobre si el contexto sociopolítico había influido (un día después de su desaparición aconteció el asalto al Capitolio), ni lo confirmó ni lo desmintió. “Es difícil ignorar lo que está pasando y quiero generar cambios. Hay muchas comunidades necesitadas que son más grandes que una pelota entrando en el aro”, reconoció. Irving (23-III-1992, Melbourne) ha sido una de las estrellas de la NBA que más ha elevado su voz los últimos meses para denunciar las injusticias raciales y la brutalidad policial contra la población negra en EE. UU. Lideró la corriente de opinión contraria a reiniciar la pasada temporada en la burbuja de Orlando por el tenso ambiente que se vivía en el país -“estoy dispuesto a perderlo todo en esta pelea por la justicia social”, llegó a decir-, donó millón y medio de dólares a las jugadoras de la WNBA que no pudieron retomar su competición y recientemente ha trascendido que le compró una casa a la familia de George Floyd, asesinado en mayo por la Policía en Minneapolis.

Pero esa vertiente solidaria y de persona concienciada ha quedado los últimos años ocultada por sus peculiares actitudes y declaraciones, cayendo en contradicciones constantes. Tras llegar a la NBA como número uno del draft de 2011 de la mano de Cleveland Cavaliers y alcanzar inmediatamente el estrellato, ganó el anillo en 2016 junto a LeBron James, anotando el triple que fundió a los Warriors. Tras perder la final del año siguiente, pidió el traspaso porque quería encabezar su propio proyecto y salir de la sombra de LeBron, cuyo liderazgo puso en tela de juicio varias veces. Recaló en los Boston Celtics y en su segundo curso tuvo que recular y reconocer que no era tan sencillo ser el mascarón de proa de un grupo -“llamé a Bron y le pedí disculpas”-, aunque el año pasado echó más leña al fuego asegurando que “siempre fui la mejor opción en mis equipos”. En 2019 cambió Boston por Brooklyn meses después de asegurar que iba a renovar y poco después pidió perdón por fallar a la franquicia verde y comportarse de “manera impropia”.

Fuera de las canchas, en febrero de 2017 acaparó titulares al declarar en un podcast que la Tierra era plana y poner en duda que girara alrededor del sol -también insinuó que la Reserva Federal intervino en el asesinato de John F. Kennedy y que la CIA quiso matar a Bob Marley-. Semanas después fue menos contundente y pidió a la gente que hiciera “sus propias comprobaciones”, en septiembre apuntó que todo había sido una broma, en junio de 2018 dijo que no estaba seguro sobre el asunto y en octubre acabó pidiendo disculpas a la comunidad científica por sus palabras. Al arrancar este curso dijo que no iba a hablar más ante los medios de comunicación -“estoy aquí por la paz, el amor y la grandeza. Dejen de distraerme a mí y a mi equipo. No hablo con peones”, escribió en Instagram- y antes de jugar en Boston en diciembre apareció en la cancha haciendo un ritual Siuox para ahuyentar a los malos espíritus. Son los cosas de Irving.

Muy activo en la denuncia de las injusticias raciales y la brutalidad policial, ciertas actitudes y declaraciones le dan fama de extravagante