- Queda menos de una semana para el arranque de la fase final de la ACB y, pese a las serias dudas que suscita el estado físico de Youssoupha Fall, el baskonismo se apresura a buscar motivos para el optimismo tras una temporada en la que el equipo ha rendido muy por debajo de lo esperado. Tras un largo parón de tres meses como consecuencia de la pandemia, el rendimiento de los aspirantes constituye una incógnita y todo el mundo tiene claro que un torneo exprés como el que acogerá Valencia en el intervalo de dos semanas se halla sujeto a variables incontrolables que tan solo unos privilegiados saben controlar.

El Baskonia siente en este sentido que la experiencia y la magia acreditada por Dusko Ivanovic en eventos de corta duración durante sus dos etapas anteriores en Vitoria deberían proporcionarle un plus a la hora de cuajar un buen papel y, quien sabe, conducir la cuarta corona liguera a las vitrinas del Buesa Arena. El técnico montenegrino, el primero en situar la ambición azulgrana en unos límites siderales antes de partir ayer hacia tierras levantinas, sabe manejarse como nadie en situaciones límite. Tras ser en su día un jugador de éxito que asumía sobre sus hombros la responsabilidad de tirar del carro en los momentos comprometidos, Dusko tiene la pócima para soportar esa presión inherente a las competiciones del KO que tantos disgustos suele deparar a los favoritos de turno. Es la tranquilidad del sargento de hierro que ha vivido toda clase de experiencias y al que ya nada ni nadie pueden sorprender.

Además de sus consabidos éxitos en torneos de la regularidad como la Liga ACB que siempre suponen carreras de fondo, Ivanovic ostenta en su haber siete Copas durante su largo periplo en los banquillos. Cuatro han sido conquistadas en España -tres con el Baskonia (2002, 2004 y 2009) y una con el Barcelona en 2007-, dos en Suiza con el Friburgo (1998 y 1999) y otra en Francia con el Limoges (2000) justo antes de que se iniciara su exitoso matrimonio con Josean Querejeta.

Muchos de esos éxitos llegaron en condiciones muy adversas y en contra del criterio de los entendidos. Sin embargo, el actual preparador azulgrana se ha labrado desde tiempos inmemoriales una reputación de competidor voraz. Cada vez que se presenta la oportunidad de saciar su apetito de gloria, es capaz de inocular veneno en los ojos de sus pupilos y extraerles el máximo jugo con independencia de posibles molestias físicas o de un cansancio que, a su juicio, no existe en una de sus míticas frases acuñadas en Vitoria.

En los esfuerzos cortos, Ivanovic posee un don especial para llenar de gasolina el tanque de sus jugadores sin importar que ese desgaste deje secuelas para lo que resta de temporada. Siempre reacio a las excusas y convencido de que con solo cinco jugadores en nómina puede derribar cualquier muro de hormigón, el de Bijelo Polje tiene ante sí en esta próxima fase final de la ACB el enorme reto de ratificar las buenas sensaciones del Baskonia previas al estallido de la emergencia sanitaria.

Pese a que el título se le escurrió de las manos a su equipo en la prórroga, en la mente de los aficionados siempre perdurará el conmovedor esfuerzo azulgrana para discutir hasta el último instante el título copero del todopoderoso Barcelona de Dejan Bodiroga en 2003. Con Thierry Gadou disfrazado de improvisado base y subiendo el balón al campo contrario para sacar al gigantesco Roberto Dueñas de su zona de confort, el extinto TAU estuvo a punto de protagonizar una de las grandes proezas que se recuerdan en el deporte de la canasta. Sin Rashard Griffith y con José Manuel Calderón y Elmer Bennett tocados, la resistencia alavesa resultó encomiable.

Aquella edición copera tuvo lugar en la Fuente de San Luis de Valencia, el mismo escenario con la salvedad de unas gradas completamente vacías que Ivanovic aspira ahora a conquistar para dejar su sello y engordar su lustroso palmarés. Vista su mentalidad y la confianza en su trabajo, nadie creerá más que él antes del salto inicial frente al Bilbao Basket, previsto el miércoles 17 a las 21.30 horas.