Vitoria - Nik Stauskas no es ni mucho menos el primer órdago del Baskonia procedente de la NBA que abandona la capital alavesa por la puerta de atrás. Cuestiones físicas al margen y sin obviar que el maltrecho estado de su rodilla ha podido influir en su decepcionante rendimiento, nunca ha puesto encima de la mesa los argumentos suficientes para destaparse como esa posible estrella que la secretaría técnico intuyó al lanzarse a por su contratación. Tras la confirmación oficial de la rescisión de su vínculo en la jornada del miércoles, más de un seguidor baskonista pensó inevitablemente en otros sonados fiascos de la historia reciente.
Cuanto más mediático ha sido el fichaje en los últimos tiempos, peores han sido los réditos obtenidos por un club azulgrana que tras la nueva decepción vivida con el escolta canadiense va a tener que replantearse seriamente la apuesta por jugadores con más nombre que otra cosa. Y es que no todos los productos que ofrece el lujoso escaparate de la NBA resultan válidos para triunfar en el Viejo Continente.
Las diferencias entre la clase media de la mejor liga del planeta y la glamurosa Euroliga son ya prácticamente insignificantes, de ahí que haya que hilar muy fino para encontrar jugadores que realmente marquen la diferencia a este lado del Atlántico. Un pecado en el que no solo está incurriendo el Baskonia sino también otros clubes con un mayor presupuesto. Tras una brillante carrera universitaria, Stauskas había pasado con más pena que gloria por muchas franquicias estadounidenses sin asentarse en ninguna. Quien viera en él a un elemento desequilibrante para el baloncesto continental, estaba equivocado.
De Mcrae a Williams Con esa vitola también aterrizó Jordan McRae en Vitoria durante el verano de 2017. El alero estadounidense, que venía avalado por su anillo de campeón de la NBA con los Cavaliers, debía ser el anotador compulsivo que proporcionase un salto de calidad al proyecto azulgrana. Una lesión en el hombro izquierdo mal curada, sufrida en plena pretemporada, dio al traste con las aspiraciones del Baskonia de encontrar a ese jugador diferencial en el perímetro. En enero del 2018 vio rescindido su contrato después de que el habitual tratamiento conservador en estos casos no diese ningún tipo de fruto para sanar la articulación.
Para fracaso sonado, el de Andrea Bargnani en 2016. El pívot italiano, número 1 del draft en 2006, estaba sin equipo a sus 31 años cuando recibió la llamada desde las oficinas del Buesa Arena. Se le concedió la oportunidad de reivindicarse a un interior que nunca se había distinguido por su carácter ni su liderazgo sobre la cancha. Il Mago, como se le denominaba, enfilaba ya por entonces la recta final de su carrera tras diez cursos en la NBA donde había llenado sus bolsillos de dinero. Es decir, no andaba sobrado de ambición ni colmillo afilado para tirar del carro en aquel Baskonia de Sito Alonso que, pese a la lustrosa presencia de Shane Larkin o Rodrigue Beaubois entre sus filas, no pudo a la postre conseguir los éxitos deseados.
El aterrizaje del pívot italiano en el Baskonia olió a chamusquina desde un primer momento. Con un rendimiento a años luz de las expectativas creadas y un físico de cristal que le hizo perderse la friolera de 31 partidos con la elástica azulgrana, su rescisión de contrato no pilló desprevenido a nadie. La estampa de Bargnani pedaleando sobre una bicicleta estática antes de cada partido fue incluso objeto de la mofa más hiriente por parte de los aficionados. Prueba del mayúsculo error que supuso esta apuesta es que, desde su marcha del Buesa, Bargnani no ha vuelto a competir al más alto nivel en otro club profesional.
Con anterioridad al gélido transalpino, Lamar Odom había sido la última apuesta mediática que dejó un regusto amargo en las altas esferas. La antigua estrella de los Lakers, recibido en loor de multitudes por el antiguo alcalde Javier Maroto en la Virgen Blanca, fue un visto y no visto en Vitoria, donde apenas permaneció 21 días en 2014 antes de retornar a su país para solucionar sus problemas de espalda. Durante ese intenso intervalo, no abandonó su pasión por la dolce vita que hizo de él un ángel caído de la NBA. El escuálido bagaje se redujo a 23 minutos en pista repartidos en dos partidos oficiales. Para cuando Odom llegó a Vitoria, su cuerpo ya estaba oxidado y no quedaba nada de la máquina perfecta que fue. Otro experimento con gaseosa que salió rana.
Echando la vista atrás, hay más ejemplos de fichajes rimbombantes que naufragaron con estrépito ataviados con la elástica vitoriana. Exteriores como Sasha Vujacic (2014) o Reggie Williams (2010-11), todos ellos con una larga trayectoria en la NBA, no consiguieron asentarse en Vitoria como piezas de cierto impacto que elevaran el nivel competitivo del Baskonia, célebre por haber sabido reclutar a jóvenes hambrientos de gloria que encontraron en el Buesa el lugar perfecto para madurar a nivel personal y deportivo. Tony Smith (1997-98), Serge Zwikker (1998-99), Richard Petruska (2001-02), Hanno Mottola (2002) y Predrag Drobnjak (2005-06) tampoco habían dejado años atrás un grato recuerdo.