Todas las monedas tienen una cara y una cruz y al Kirolbet Baskonia le cayó de lleno esta última sobre la cabeza para provocarle una herida faltal por la que terminó desangrándose de manera totalmente inesperada. Claro que conviene reconocer que sufrió tan doloroso castigo por arriesgarse innecesariamente a sufrir un peligroso accidente sin el imprescindible casco. Una protección -que probablemente le habría salvado la vida- que tuvo a su alcance pero que, de forma imprudente, prefirió no utilizar.

Porque solo de esta manera puede entenderse el comportamiento de la escuadra de Velimir Perasovic en los últimos segundos del duelo. Tras haber completado un encuentro redondo y estar a las puertas de reencontrarse con la victoria en el feudo del Olympiacos más de una década después, tiró todo ese trabajo a la basura de manera incomprensible. El plantel azulgrana cometió un pecado capital que, lógicamente, terminó pagando muy caro.

Pero, además, probablemente lo peor es que reincidió en un error del que ya había sido avisado recientemente. Se trata, como no, de la acción que cambió el rumbo de un triunfo que viajaba hacia Vitoria y volvió sobre sus pasos para permanecer en Atenas. Tras dos tiros libres convertidos por Vildoza, 77-80 en el marcador y únicamente trece segundos por disputarse, el Baskonia permitió que el Olympiacos subiera tranquilamente la pelota y ejecutara la jugada que tenía prevista. Renunció a cometer una falta que le habría concedido dos tiros libres al rival pero también la última posesión y como mínimo un punto de reta a los vitorianos.

El resultado de esa decisión, el afortunado triple de Papanikolau y el billete para una prórroga en la que los alaveses no tuvieron ninguna opción. Algo que ya estuvo a punto de ocurrir hace seis jornadas en el Buesa, cuando el Kirolbet tampoco hizo falta en los últimos segundos y ganando por tres (76-73) para permitir hasta dos intentos triples de los rusos. Una peligrosa costumbre que entonces salió cara pero ayer se convirtió en una dolorosa cruz.

El menudo poste estadounidense, que apenas alcanza los dos metros, cubrió la baja de Milutinov en las filas locales y causó un destrozo irreparable en el cuarto final. Sus rebotes ofensivos y sus continuas canastas le permitieron alcanzar una valoración desmedida.