Vitoria - Hay lágrimas de muy distintos tipos. Incluso a veces son de alegría. No fue el caso ayer en Mendizorroza, con casi 3.000 personas de todas las edades (y como atestiguaba algún carrito de bebé, no es un decir) presentes en un polideportivo con muy buen ambiente desde que se abrieron las puertas a las ocho de la tarde. Pero tampoco fueron de tristeza. Tal vez sí algunas de pena por haberlo tenido entre los dedos. Pero sobre todo de orgullo ante un equipo que lo había dado todo. “¿Pero la pantalla está también el domingo”, preguntaba alguno al salir al personal de la organización. “Porque si está, yo vengo”.

El pabellón fue una montaña rusa incluso antes de que el Laboral Kutxa y el Fenerbahce apareciesen en la pantalla. De hecho, no se pudo ver por televisión la presentación de los equipos, aunque el speaker de Mendizorroza quiso emular lo que de manera habitual se vive en el Buesa Arena y el público no dudó en seguir su ánimo, pero antes del pitido inicial se notaba cierto nerviosismo entre los presentes. Eso sí, el comentario generalizado era el mismo: ya se verá si ganan o si pierden, pero que luchen. Dicho y hecho.

Es cierto que el parcial inicial generó cierto silencio un tanto extraño entre tanta gente, pero fue empezar a funcionar el equipo en ataque y cada acción positiva parecía la última jugaba de partido. Hubo quien hizo una especie de bandera uniendo varias bufandas a una muleta (a saber cómo volvió a casa el protagonista), quien se subió y bajó de la silla unas veinte mil veces a lo largo del encuentro, y quien hizo de pitonisa Lola asegurando lo que iba a pasar en la jugada siguiente cuando todavía no había terminado la anterior. Bueno, y en cada triple el suelo se movía. Qué más se puede decir.

Hubo photocall, una selección musical de lo más dudosa (para gustos los colores), escapadas al exterior para el pitillo de rigor en tiempos muertos, más de una visita al bar, pero sobre todo una y mil conversaciones sobre cada detalle del partido. Ni siquiera el personal encargado de la organización y de atender al público por si acaso sucedía algo pudo abstraerse a lo que estaba aconteciendo mientras el Baskonia peleaba cada segundo.

Pero todo tiene un final y sobre todo entre los más jóvenes, entre aquellos que todavía tienen muchas finales que ver y no han vivido en primera persona las alegrías y las tristezas del pasado, el desánimo cundió por un momento. Duró poco, eso sí. El orgullo por lo hecho, por la temporada realizada hasta ahora, pidió paso. Ahí estaba además más de un adulto para consolar. Entre otras cosas porque mañana es también día de partido. Y queda la liga por delante. Así que en la mente de casi todos, cuando fueron abandonando el polideportivo, estaba el mismo pensamiento: el Baskonia ha vuelto y no tiene intención de dar un paso hacia atrás.