vitoria - Nadie diría oyendo hablar a Ramón Rivas que durante su largo periplo como baloncestista se erigió en el clásico tipo duro de la zona contra el que no resultaba excesivamente recomendable entrar en un cuerpo a cuerpo. Pocos mejor que él se hacían hueco y delimitaban su territorio, ya fuera por lo civil o por lo criminal, moviendo el trasero. El portorriqueño, un perro viejo que allanó el camino a muchos inexpertos a la hora de manejarse con soltura en el barro, conocía como nadie los entresijos de este oficio. En la pista no hacía precisamente amigos y era un volcán que entraba en erupción al menor atisbo de roce con su rival. Generalmente daba más de lo que recibía, aunque en la retina de los aficionados más veteranos siempre estará el terrible puñetazo que le dio el barcelonista Tony Massenburg en una final de Copa en Sevilla. Pero fuera de la cancha, como él mismo se define, es “un blando” y un tipo que se hace querer. Contados jugadores han calado más hondo que él en una ciudad que respira basket por todos sus poros como Vitoria, donde se le recuerda con nostalgia y este domingo será, sin duda, uno de los más aclamados en los prolegómenos del derbi ante el Bilbao Basket. Escasean ya los pívots de su estirpe: duros, fajadores, imponentes por su talla física y que no huyen de la gresca. Detrás de ese corpachón, se esconde un pedazo de pan que siempre agradece cualquier llamada desde el lugar que le acogió entre el 89 y 96.
Ramón encarnaba todos los valores que siempre quiere la entendida afición azulgrana para el Baskonia. Por algo, ha seguido retumbando muchos años después en el pabellón el célebre estribillo de Dale Ramón, popularizado a raíz de su histórica caricia a Pep Cargol en el quinto partido de la semifinal liguera correspondiente a la temporada 1991-92. Rivas es todavía historia viva del baskonismo. Se mantiene como una figura emblemática del imparable crecimiento que comenzó a experimentar el club en la década de los 90. En Vitoria, donde se le espera este viernes con los brazos abiertos dentro de los actos de homenaje para el equipo que hizo historia en 1996, permaneció siete largos años tras su periplo en los Celtics. Se marchó al Barcelona unos meses después de liderar el asalto al primer y único título europeo azulgrana.
El boricua, de padre catalán y que dentro de unos días cumplirá las 50 primaveras, firmó una actuación antológica en la victoria (88-81) ante el PAOK. Nada menos que 31 puntos -8 de 14 en tiros de campo y 15 de 17 en tiros libres- y 14 rebotes adornaron su estadística durante aquella mágica noche. Antes de que Perasovic y Nicola destaparan su instinto asesino en el epílogo, su corazón y su pundonor sostuvieron al Taugrés en los peores momentos. Lo asombroso es que no descansó ni un mísero segundo y se metió entre pecho y espalda los cuarenta minutos, algo que hoy en día casi nadie podría aguantar. “Fue el mejor partido de mi vida”, remarca en conversación con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA desde Florida, su residencia oficial desde 2004 a raíz de colgar las botas un lustro antes.
“Veníamos de dos finales perdidas. En la de Lausana no me sentía bien y tenía problemas en una rodilla. En la de Estambul, Kenny y yo hicimos un buen partido, pero el Benetton se nos escapó al final. Estaba extramotivado sabiendo que encaraba el final de mi contrato. Tenía un compromiso con el club y la afición, para mí era como un partido a vida o muerte. Si no hubiéramos ganado, habría sido un palo demasiado fuerte. Tengo la satisfacción de que pude completar una buena actuación, pero el mérito fue de todos los compañeros”, rememora Rivas, quien ha interrumpido sus labores como comentarista de la NBA y está volcado en la carrera deportiva de sus dos hijos. Ella juega a voleibol y él trata de seguir su estela compitiendo, de momento, en la liga universitaria estadounidense.
triunfo coral Aquel PAOK era un hueso duro de roer con, entre otros, un base poliédrico (Prelevic), una estrella en ciernes en el perímetro (Stojakovic) y dos pívots dominantes (Rentzias y Garrett). Estos últimos se vieron difuminados en la final ante el conmovedor despliegue del cinco nacido en el barrio neoyorquino del Bronx. “El partido habría sido uno más de no haber contado con el apoyo de todos los que participaron. Tuve un buen primer tiempo y luego vino un acompañamiento de Peras, Marcelo...”, recuerda Rivas. El Taugrés se sobrepuso aquella temporada a toda clase de fatalidades y su trayecto estuvo repleto de espinas. Hasta la última jornada de la primera fase no quedaría rubricado el billete hacia las semifinales, en la que derrotaría a doble duelo al Dynamo ruso para citarse más tarde con el cuadro de Salónica en la pelea por la gloria.
“Habíamos perdido a David Sala y llegó Jordi Millera en octubre. Me lesioné yo, se lesionó Kenny... Todo estaba cuesta arriba, pero estábamos en casa y no se podía fallar. Reyes, Garbajosa, los hermanos Cazorla... Fue un triunfo del colectivo. Todo el mundo puso su granito de arena para hacer de un sueño una realidad. Y no me olvido de Manel, que descanse en paz. Supo tocar los botones necesarios para sacar lo mejor de cada uno”, elogia el portorriqueño.
Vitoria se convirtió aquellos días en un hervidero de emociones. Se desató la locura con el fin de adquirir una entrada y presenciar el encuentro en el pabellón Araba, que por entonces únicamente podía acoger en las gradas a 5.200 espectadores. Desde Salónica también llegaron en masa un buen número de enfervorizados hinchas del PAOK, rendidos a la evidencia de un Taugrés superior tras una espléndida remontada en la segunda parte. “No podíamos dejar escapar aquel momento. El hecho de que viniéramos de dos derrotas en Lausana y Estambul hizo que estuviéramos con la soga al cuello. De mi etapa en el baloncesto, ha sido lo más impresionante que pude vivir. La satisfacción de haber dado a ese público una alegría así es lo que me quedo. Estuvimos contra las cuerdas en un momento del partido y todo el mundo apeló al orgullo. La afición se lo merecía por el trayecto que llevaba apoyándonos incondicionalmente”, desgrana Ramón, un baskonista desde la larga distancia que comenzó a jugar al basket en una institución cristiana juvenil y que, pese a no ser elegido en el draft, pudo saborear las mieles de competir en la NBA enrolado en los Celtics de Boston.
Desde que llegó a Vitoria con 23 años, el portorriqueño brindó las necesarias dosis de carácter a un conjunto modesto que trataba de labrarse un nombre en el concierto internacional. Con su voluminosa figura imponiendo respeto en la pintura, la leyenda del Taugrés empezó a crecer y llegaron los primeros títulos a las vitrinas del Buesa Arena. Su contratación fue uno de los muchos golpes de efecto de Josean Querejeta, que durante siete años tuvo en él a un poste de primer nivel que acabaría dejándose seducir más tarde por los cantos de sirena del Barcelona. “Se me entrecorta la voz cuando me dicen que soy un emblema del Baskonia. Es algo que llevaré con orgullo. No todo el mundo es profeta en su tierra y en Vitoria sentí que el público me trató como si fuera de la casa. Siempre tendré el agradecimiento a la afición y al club por haberme hecho sentir súper especial. Cuando salía al campo y escuchaba lo de Dale Ramón, me ponía los pelos de punta y era como un toque de guerra. Tenía que entregarme al 200 por ciento y hacer lo que fuera para complacer a esos fans que estaban a muerte conmigo en las buenas y las malas”, reflexiona. Lástima que el mercado no ofrezca ya postes carismáticos como él para levantar a las masas de sus asientos.
Edad. 49 años (16-03-1966).
Lugar de nacimiento. Nueva York (Estados Unidos). De padre catalán y madre portorriqueña.
Trayectoria. Boston Celtics (88-89), Baskonia (89-96), Barcelona (96-97), AEK y Cáceres (97-98) y Fabriano (98-99).
Títulos en Vitoria. La Copa de Europa y una Copa del Rey.