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Error de cálculo. Mantuvo a Bourousis en pista con dos faltas en el segundo cuarto y al recibir el griego la tercera se inició la atroz ración de sufrimiento. El Baskonia debutó con una agónica victoria tras un partido en el que no fue reconocible y apenas mostró las virtudes que le han hecho temible durante esta temporada. Las defensas alternativas de Moncho Fernández le crearon un problema.
La tercera de Bourousis. El Baskonia mandó con claridad en el marcador hasta que el griego cometió una falta mortal de necesidad. El equipo alavés perdió el rumbo en ese instante.
Timón caótico. Adams minimizó daños en la recta final con cinco puntos consecutivos, pero tanto su dirección como la de James resultó por momentos desesperante. Demasiado individualistas, ambos no dieron una a derechas.
Salvador Hanga. El húngaro, que no destaca precisamente por su muñeca caliente, se disfrazó de héroe con seis triples salvadores. El suyo fue un trabajo titánico para esquivar el sonrojo de una prematura eliminación en tierras gallegas.
Se toparon los alaveses con una feroz resistencia del Rio Natura, un grupo envalentonado con respecto al que recibió una serio correctivo hace unos días. El resoplido de alivio aconteció tan sobre la bocina tras un desenlace surrealista en el que los continuos errores de ambos desde el tiro libre dilataron el desenlace. Si el Baskonia se sostuvo en pie fue, en parte, a la descollante muñeca de Hanga. El húngaro, un tirador de lo más irregular al que le cuesta horrores encadenar aciertos desde la larga distancia, firmó una tarjeta de tiro asombrosa con seis triples que constituyeron oro puro. El suyo fue un trabajo titánico ante los problemas de faltas de Bourousis, la bajada generalizada de brazos en labores defensivas y la alocada batuta de Adams y James, empeñados en hacer la guerra por su cuenta y erráticos en la toma de decisiones. Eclipsado por el griego y olvidados los problemas físicos que le han martirizado en Vitoria, Hanga se erigió en el sostén anímico y espiritual que relanzó a un Baskonia desconocido, vulgar y poco fiel al patrón que le ha permitido romper moldes este curso.
El mérito de los grandes reside en sobreponerse a un día aciago, el que vivió ayer un combinado alavés que tras un notable inicio se metió solito en problemas y estuvo a merced del Obradoiro, cuyo trabajo en la pizarra resultó soberbio. Escarmentado por la doble sorpresa del jueves, el Baskonia quiso marcar territorio de inicio con un parcial de 2-17 que cortó de raíz el entusiasmo inicial del anfitrión (6-0). Las diferentes zonas de Moncho Fernández, obligado a innovar tras el ejercicio de impotencia de sus pupilos en el Fontes do Sar, no supusieron problema alguno para un visitante que se encomendó a la pillería y la plasticidad de Causeur, arrebatador con sus robos y penetraciones. El dominio azulgrana resultó incontestable hasta los problemas de faltas sufridos por Bourousis y Adams. Huérfano de dos de sus principales bastiones, la clarividencia ofensiva se resintió de lo lindo en un segundo cuarto de máxima oscuridad y espesura total. Especialmente dura resultó la existencia sin el griego, la boya que equilibra el juego. Pese a sus limitaciones, el Obradoiro no desaprovechó la ocasión de colocar el aliento en la nuca a los vitorianos y llegar vivo al descanso.
Se creció a partir de ese momento un anfitrión que comenzó a creer en la hazaña y cuya confianza subió excesivos enteros gracias a la muñeca de Bendzius, la efervescencia de Yusta y la sorprendente pegada de Triguero, un pívot que no destaca por su virtuosismo pero extrajo petróleo de la debilidad alavesa bajo los aros. Con 30 puntos en contra en su casillero en el tercer cuarto, el Laboral Kutxa se condenó a un final taquicárdico con el que nadie contaba. Afortunadamente, se salvaron los muebles y el sueño de La Séptima sigue vigente. Nadie dijo que esto sería fácil.
El partido de ayer refrenda que es la auténtica sensación de la presente temporada. Una memorable carta de tiro para ahuyentar los fantasmas de una prematura eliminación.