fue una pelea desigual entre hombres vestidos de rojo y niños ataviados con una elástica verde que apenas compitieron durante el cuarto inicial, convertido a la postre en un espejismo. Hay trajes que a uno se le quedan demasiado grandes. No hace falta ser ningún iluminado para barruntar que el Baskonia está quemando sus últimos cartuchos en esta Euroliga donde sus horas se encuentran casi contadas tras rubricar con anterioridad dos milagros para superar en primera instancia la ronda inicial y, más tarde, el Top 16. El tercero es una quimera. Solo es una cuestión de tiempo cuándo se despedirá oficialmente. Posiblemente, sea el próximo miércoles en el Fernando Buesa Arena si este robotizado y hermético CSKA, armado hasta los dientes y con un potencial inalcanzable en todas las posiciones, no se ve atacado repentinamente por un ataque de confianza ante la extrema comodidad con que ha saldado a su favor la doble confrontación en el Universal Sports Hall.

Si el ogro moscovita coció el pasado miércoles a fuego lento la defunción alavesa, ayer decidió tomarse un tiempo prudencial para asestar el zarpazo definitivo y plasmar su abrumadora superioridad. La esperanza se prolongó apenas un cuarto, el tiempo que tardó Messina en encender el despertador, dar el toque de corneta y activar a sus aletargados jugadores para que borraran del mapa al Baskonia, cuyo acierto -4 triples en ese intervalo- le colocó en órbita para soñar con la victoria. El grave error de cálculo de Tabak a la hora de no proteger a Lampe, que incurrió en su tercera falta en la recta final del primer cuarto con 16-21 en el marcador y vio frenado de esta manera su excelente comienzo, fue el principio del fin ante los nubarrones que se avecinarían después. La incapacidad para leer las numerosas puertas atrás efectuadas por el CSKA y la ternura debajo de los aros, que se hizo más sangrante cuando simultanearon su presencia los dos Bjelica en pista, dejó al equipo a los pies de los caballos.

Privado hasta el segundo tiempo del concurso del polaco, el único visitante con las ideas claras para descifrar la poderosa defensa rusa, y lastrado por la raquítica aportación de algunos jugadores determinantes en el engranaje como el propio Nemanja, el Caja Laboral empezó a mostrar sus débiles costuras a partir del segundo cuarto. Lejos de disfrutar por el indudable éxito de inmiscuir su figura entre los ocho mejores del Viejo Continente, la eliminatoria de cuartos se ha convertido en un castigo. Queda la sensación de que, detrás de la fragilidad anímica y los estrepitosos bajones durante los partidos, no hay un problema de actitud ni de presunta desidia. No hay más cera de la que arde y esta plantilla tan cogida con alfileres no da más de sí y bastante ha hecho con alcanzar estas cotas impensables hace tiempo. El adiós de Oleson, sustituido por un Jelinek que ayer solo disputó los minutos de la basura ante la escasa confianza del técnico para los compromisos de elevados vuelos, fue la gota que colmó el vaso en este sentido.

Con una sospechosa pareja de bases al frente del timón que no irradia más que inseguridad, diezmado por la ausencia de un killer en el perímetro que se sostiene por la garra del Chapu, y desangrado por la presencia de interiores livianos y dotados de una escasa fortaleza física, el Baskonia fue atropellado sin miramientos por el CSKA. A diferencia de lo ocurrido en el primer duelo, el cuadro ruso hizo sangre y evitó levantar el pie del acelerador para que no hubiera ninguna duda de su fortaleza.

La producción ofensiva de los alaveses fue menguando con el paso de los minutos. Entre el segundo y el tercer cuarto, solo hubo margen para anotar 24 puntos, muchos de ellos a cargo de San Emeterio. Teodosic se convirtió en el amo y señor del encuentro, mientras la supremacía interior de Kaun y Krstic fue haciendo más grande la herida. Hasta un viejo conocido como Micov se sumó a la fiesta en la recta final para animar al gélido público ruso, cuya frialdad pasa desapercibida ante la suficiencia con que se maneja la tropa de Messina.