Uno se crió en las peores calles de la Baltimore del crack y los tiroteos por un trozo de asfalto. El otro, bajo la férrea disciplina del Instituto militar de Virginia. Uno nació para el baloncesto a base de muñeca y talento. El otro se ganó un nombre a golpe de codazos y heridas en las manos. Uno es The Wire. El otro, Salvar al soldado Ryan. Ambos son ahora compañeros, y cruzan sus destinos lejos de casa en un Baskonia que este año deposita en ellos gran parte de sus esperanzas de éxito. Porque, por diferentes que hayan sido sus vidas Joey Dorsey y Reggie Williams, comparten amistad y vestuario en busca de la gloria que la NBA les ha negado. Europa es su nueva estación, y los dos saben que en algunos equipos el tren no se detiene para subir a quien no lo merece. Y por si no lo sabían, ahí está Dusko Ivanovic para contárselo.

La problemática lesión de Dorsey y la inadaptación de Williams habían impedido que los dos representantes del Black Power norteamericano coincidieran algunos minutos sobre el parqué. Los caminos de su entrenador son inescrutables, y las siempre polémicas rotaciones del técnico montenegrino habían mantenido al escolta alejado de la primera línea de batalla mientras el poste de 2,03 metros se recuperaba de la brutal luxación en el pulgar izquierdo, herida de cinco puntos de sutura incluida. El banquillo y la enfermería eran hasta ahora el único hábitat que conocían. Ayer, frente a un Obradoiro que salió a jugar con la bandera blanca izada en lo alto, Ivanovic decidió que era el momento de darles una oportunidad, y ellos, sin cuajar un partido para la historia, sí iluminaron al menos su pobre trayectoria con una actuación que dejó visos para la esperanza. Especialmente en lo que al exjugador de los Toronto Raptors se refiere.

Cuando Dorsey salió en el cinco inicial el Iradier se llenó de murmullos. Aún convaleciente de su lesión -"No estoy recuperado al cien por cien", reconoció el propio pívot finalizado el encuentro-, el inabarcable cinco azulgrana, dotado de músculos que al resto de mortales la naturaleza parece que no quiso conceder, necesitaba como nadie sentirse importante. Al fin y al cabo, como cualquiera que haya tenido que emigrar para ganarse el pan, la primera experiencia lejos de su país natal estaba siendo minada por el infortunio. En poco tiempo todo el mundo pudo ver cuál va a ser su ideario baloncestístico mientras esté en Vitoria: rebote, defensa estajanovista en la pintura... y lo que su limitada técnica le permita hacer en ataque. Justo lo que Ivanovic necesitaba.

Explosión y contención En los 18 minutos que disputó en una fría matinal de domingo, Dorsey anotó 5 puntos, capturó 4 rebotes y dio 2 asistencias, incluida una a su compatriota y amigo. Disfrutaba cada acción del juego como un primerizo porque, como los mejores jugones, el pívot baskonista es ese tipo de jugadores cuyo rostro habla por sí mismo. Sonríe irónicamente cuando le pitan pasos, hace una mueca de indignación cuando Ivanovic decide cambiarlo y guiña el ojo a Williams cuando ambos enlazan una buena jugada. Dorsey es explosión de júbilo donde Williams -quién sabe si por su educación militar- es pura contención. Y eso que el ex Golden State Warrior tuvo ayer más de un motivo para la alegría.

Tal vez por puro mimetismo, Reggie Williams jugó ayer los mismos minutos (18) que Dorsey. Sumó 7 puntos, 2 rebotes y 3 asistencias y, por encima de todo, empezó al fin a disfrutar durante el tiempo que estuvo en la cancha. Constreñido casi siempre por el miedo al fallo, que en el Baskonia es el miedo a acabar en el banquillo por el mínimo error, el escolta estadounidense no acaba de sentirse cómodo en los esquemas de un Ivanovic que todavía no le ha concedido toda su confianza. Con todo, y aunque de forma paulatina, el hombre llamado a ocupar ese puesto de killer que tanto se echa de menos en el Baskonia desplegó pinceladas de buen juego, entendiéndose a la perfección en un par de jugadas con Dorsey y luciendo sonrisa mientras enfilaba el camino al vestuario con el triunfo por 72-53 en el bolsillo. Era la satisfacción del trabajo bien hecho. Ése que no siempre se ve recompensado, y a veces ni siquiera agradecido.