Las Palmas. En un lugar propicio para rescatar conclusiones y medir la temperatura de cualquier forastero, el Caja Laboral abandonó ayer uno de los recintos más calientes de la Liga Endesa con la cabeza bien alta y el pecho henchido. Convencido de que su remozado proyecto atesora unas costuras interesantes, de haber ganado solidez e invertido la terrible tendencia del pasado ejercicio que le llevó casi a arrastrarse a domicilio un día sí y al otro también. Si bien la precipitación insular y la errática tarjeta exterior del Gran Canaria fueron decisivas para alumbrar su victoria, no es menos cierto que nunca se descompuso, llevó en todo momento la voz cantantes y aprovechó el grado de histeria de su rival para seguir elevando su crédito. Frente a un anfitrión hecho un manojo de nervios que acabó sin entrenador en el banquillo y ante una grada que estuvo a punto de provocar un altercado público en contra del trío arbitral, los alaveses rescataron un triunfo de prestigio que ayuda a dar un nuevo voto de confianza a su remozada figura.
En medio de la crispación, una tónica durante toda la calurosa matinal, la templanza alavesa para beneficiarse de un carrusel de tiros libres regalados por las absurdas protestas de Pedro Martínez -descalificado por una doble técnica- y su séquito desbrozaron el exitoso desenlace. La cordura de unos se impuso a la locura de otros, correspondiendo a Teletovic los honores de crispar más si cabe el ambiente con una actuación descollante. Dentro de un óptimo despliegue coral, el talento del bosnio constituyó una puñalada mortal de necesidad para un anfitrión que perdió excesivas energías en estériles protestas a los jueces.
El duelo, convertido por momentos en un absurdo correcalles, discurrió por los parámetros esperados en cuanto el Baskonia se despojó las legañas e impuso la lógica. El limitado anfitrión amarillo, cuyo desquiciamiento fue encarnado por Bellas -autor de cuatro faltas en apenas doce minutos tras una técnica-, puso su granito de arena con una monumental parálisis ofensiva en los primeros compases del segundo cuarto. Sin el mortal veneno de ese pistolero llamado Carroll, lastrado por varios bultos sospechosos en su equipaje como los extracomunitarios (Martínez y Palacios), y el progresivo envejecimiento de Savané, el cuadro insular infunde menos pavor. A falta de dosis de talento, le queda apenas su orden, su disciplina táctica y el impagable aliento de un sexto hombre ayer en llamas.
Porque la Roca centró sus iras en unos colegiados convertidos en cabeza de turco para descargar su impotencia tras unas controvertidas decisiones. El desquiciamiento local fue yendo a más mientras el Baskonia, con los nervios templados, sólido atrás y revitalizado por su desenfreno triplista con Oleson como maestro de ceremonias, colocó tierra de por medio (20-31). En un escenario casi bélico, sometido a una presión asfixiante, el conjunto vitoriano mantuvo la cabeza fría para sentar las bases del éxito. Sólo la versatilidad de Nelson y la exasperante lentitud a la hora de correr hacia atrás impidieron un marcador si cabe más implacable.
Con anterioridad, apenas dos minutos había tardado tras el salto inicial Ivanovic en detener un duelo que amaneció con peligrosos nubarrones y llamar a filas a reputados miembros del banquillo. Oleson y Milko Bjelica fueron los primeros paganos de la falta de intensidad en un arranque ciertamente inquietante (15-8). En cuanto ambos técnicos comenzaron a aplicar la pertinente política de rotaciones, el mejor fondo de armario alavés permitió el equilibrio de fuerzas.
Con oficio y la suficiencia de quien se siente superior, el Caja Laboral amasó con sabiduría el pulso. Cada acercamiento local era contrarrestado merced a un eficiente trabajo colectivo. Los buenos y numeroros recursos de que dispone el montenegrino salieron a relucir para silenciar el pequeño infierno amarillo. Los ímprobos esfuerzos canarios, con novedosas variantes defensivas inclusive, apenas se tradujeron en dividendos positivos pese a que el cuadro vitoriano optó por jugar con el crono en más de una ocasión y dejó consumir las posesiones sin ejecutar los sistemas. El Gran Canaria murió, a la postre, desquiciado en la orilla.