Si el 31 de diciembre una de las grandes tradiciones es despedir el año subiendo al Gorbea, en el colegio Paula Montal-Escolapias de Sansomendi también dicen agur al año actual ascendiendo a una cima alavesa, solo que un día antes: el 30 de diciembre, si es que así cuadra.

Lo hacen desde hace 25 años, gracias a una iniciativa del profesor Rafael Hernández, tutor de 2º de ESO, que además de ser saludable, tiene una causa green: la de reciclar el abeto navideño con el que decoran su clase replantándolo en el monte. “Siempre decoro la clase en la que me toca estar con algún motivo navideño y se me ocurrió en el año 1997 hacerlo con un árbol de Navidad.

Supongo que era porque siempre lo había visto en mi casa cuando lo adornábamos en familia, pero en vez de elegir uno artificial, nos decidimos por uno natural. Lo decoramos en la clase, donde lo ponemos, y cuando llegan las vacaciones de Navidad, nos vamos a replantarlo al bosque”, detalla.

Una última idea que surgió tras leer una noticia ese año sobre las tres cosas que había que hacer antes de morirse: “Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol”, recuerda.

Y ya que estaban de ruta por la naturaleza, “aprovechábamos para dar una vuelta por el monte. Solemos preferir hacerlo en fin de semana para que puedan ir exalumnos, pero este año no era posible porque el sábado es 1 de enero, Año Nuevo, así que hemos decidido hacerlo el 30 que cae en jueves”, precisa.

Del coche al tren

Al principio se apuntaban solo tres o cuatro estudiantes y Hernández se los podía llevar en coche, pero con el paso del tiempo, dejaron de entrar todos en su vehículo, incluso el pino, ya que han llegado a ser más de 20 alumnos, así que optaron por ir en tren, “siempre es el de las 8.57 horas” -especifica- y la parada final es Araia. Nos bajamos allí y vamos a Román de San Millán. “Y ahí, un poquito más arriba del pueblo, vamos a cuestas con él hasta que lo plantamos” y una vez completada la misión, ascenso al monte Baio (1.197 m.), pasan el día y regreso.

Para muchos, suele ser la primera vez que suben a un monte tan alto y hay otros que nunca habían ido a ninguno. “También es muy curioso porque siempre hay alguno que nunca ha viajado en tren”, agrega.

Este año el tiempo ha acompañado, pero en no pocas ocasiones, en su camino a la cumbre se han encontrado con nieve y frío, debido a los rigores del invierno de esta época del año. Lo que nunca falla, es el momento de reponer fuerzas, nada más bajar del monte, en un collado, donde comen el bocata.

“Al lado de ese collado hay un punta que no estaba catalogada y como soy usuario de Mendikat, pedí permiso para catalogar esa cima, porque no se sabía cómo se llamaba, y al final la pusimos Atauko Haitza (1.103 m. en la sierra de Entzia). Por esa cima siempre hemos pasado. No todos los años hemos podido ir al Baio, por su no teníamos tiempo, o porque los chavales no estaban capacitados para subir hasta arriba, pero donde siempre hemos llegado a ese collado y a esa punta. Digamos que es nuestra pequeña cima de Escolapias”.

Y justamente en ese collado tenían pensado colocar un buzón de montaña para conmemorar los 25 años de esta tradición navideña, “por el tema de los permisos no nos ha dado tiempo, pero esperamos que en 2022 consigamos todos para ponerlo”.

Las restricciones de la pandemia también cambiaron los planes de la excursión del pasado año: “Solo pudimos ir con los alumnos de mi clase porque no se podían mezclar cursos, pero siempre está abierto a antiguos alumnos, así que si este año está abierto tanto a los de 2º de ESO, como a los de tercero, cuarto e incluso de otros años. Por ejemplo, tengo un alumno que lleva viniendo unos 16 años y ese chico aunque trabaja, se suele pedir libre para poder venir con nosotros. Es el hermano de la presidenta del Pacific Mendi Taldea, la que vino con nosotros el primer año de esta iniciativa, y gente del club también vendrá este año”, concreta. Y para que todos se enteren bien de la fecha, Hernández lo suele anunciar en Facebook o FacebookWhatsApp

El superviviente

Con el de este año, por tanto, han sido 25 los ejemplares de abetos que han plantado. Una gran repoblación, si no fuera porque no todos han sobrevivido. De hecho, solo uno se mantiene en pie, de los 24 plantados, “No todo iba a ser de color de rosa”, matiza entre risas. Y es que “no son las mejores fechas para que el árbol reviva, pero todos los años es la sorpresa de descubrir si estará. Y si no consiguen sobrevivir, suelo decir que ha servido de abono para el lugar. También es verdad que los que compramos son baratos. Los mejores son los de 80 a 100 euros porque tienen una base muy agarrada ya de raíces. Y los nuestros cuestan 25-30 euros y los pobres no aguantan, pero, eso sí, poco a poco, vamos aprendiendo. Ahora vamos a llevar abono y alguna tierra”. La intención es lo que cuenta.