Seguramente, la pregunta que ronda en la cabeza de la parroquia albiazul es por qué el Alavés no miró de tú a tú al Real Madrid como lo hizo en los últimos diez minutos del encuentro. El Glorioso, cuando todo parecía estar visto para sentencia con una contundente derrota, recortó distancias de un 3-0 a un 3-2 con dos chispazos que sembraron el miedo en un Bernabéu sepulcral e incrédulo ante la resiliencia del conjunto vitoriano.
El titubeante inicio del partido obligó al Alavés a remar a contracorriente desde el primer minuto. El equipo saltó al feudo blanco con ocho novedades respecto a su última alineación, pero no fue el mejor escenario para las reivindicaciones de la segunda unidad, con jugadores como Villalibre, Conechny o Luka Romero, ni tampoco para un fijo como Abqar, que falló en el marcaje del segundo gol.
Al Glorioso, hasta el tercer gol, le faltó colmillo para intentar minimizar la evidente diferencia de calidad con su adversario. Los tres tantos encajados fueron un claro reflejo de las desconexiones defensivas que pasaron factura ante un rival que aprovechó todas sus ocasiones. Unas desatenciones que, por cierto, Luis García había advertido que no debían repetirse lejos de casa.
Sospechoso habitual
El primer mazazo llegó apenas un minuto después del pitido inicial. Vinicius recibió el balón sin oposición alguna en el costado izquierdo. Primer error de la jugada. De nuevo protagonista por su victimismo a pesar de sus constantes desprecios al colectivo arbitral, Vinicius regateó a Mouriño, que pese a ello dejó brotes verdes, y envió el balón al punto de penalti, donde Lucas Vázquez, gracias a otro fallo de marcaje, remató sin oposición. El Alavés se sacudió tras el primer jarro de agua fría, pero simplemente no fue suficiente para igualar a una constelación de estrellas.
Si el primer zarpazo llegó en el minuto uno, el segundo cayó poco antes del descanso, y el tercero, apenas tres minutos después de comenzar la segunda parte. Tres goles psicológicos que podrían haber hecho mella en las filas albiazules, pero lo verdaderamente esperanzador e ilusionante fue la resiliencia que mostró el Glorioso.
Lejos de bajar los brazos ante un rival que hizo méritos para terminar con diez hombres –Endrick propinó un rodillazo a Mouriño en la entrepierna–, el Alavés arrinconó al Madrid en la recta final. Luis García agitó el árbol con los cambios, introduciendo a jugadores de refresco como Guridi, Abde y Kike García. El primero estuvo cerca de recortar distancias con una jugada individual que se estrelló en el palo, pero fue Kike quien, apenas 108 segundos después del gol de fe de Protesoni, redujo la diferencia a tan solo un gol.
Como un torbellino, el arreón final del Deportivo Alavés llevó a su contrincante a la esquina del cuadrilátero. La sensación en los últimos compases era la de Goliat acorralado frente a David. El equipo vitoriano estuvo muy cerca de lograr un empate histórico, pese a su titubeante puesta en escena inicial. Con todo, la reacción final dice mucho del Alavés que ha cimentado Luis García: el modesto conjunto vitoriano recuperó la entereza tras el 3-0 y puso en jaque a un rival desarbolado en los últimos minutos ante el empuje babazorro.