- Deyverson es uno de esos personajes dentro del mundo del fútbol que no dejan indiferente a nadie. Y bien lo sabe la afición de un Deportivo Alavés que, en su caso, disfrutó durante un año de la irrefrenable alegría que destila por sus poros el brasileño, aunque en dicho periplo también pudo presenciar de primera mano alguno de esos episodios lamentables que jalonan su trayectoria. La sonrisa de un ángel que es capaz de meterse a toda la afición en el bolsillo, pero el rabo de un demonio al que en muchas ocasiones su cabeza le juega muy malas pasadas. Un espectáculo andante que volverá a pisar el césped de Mendizorroza, donde dejó un buen recuerdo.
No se puede decir que en el Alavés quien ha apostado por el regreso de Deyverson no conoce de sobra sus pros y sus contras como futbolista. Tanto dentro como fuera de los terrenos de juego. A la capital alavesa llegó por primera vez en el verano de 2016 tras el descenso de un Levante del que salió con una fama de juerguista y de tendencia a meterse en líos que eclipsó sus nueve goles. Eso sí, en Mendizorroza demostró un compromiso excepcional y se erigió en una pieza prácticamente inamovible en las alineaciones de Mauricio Pellegrino. Aunque se quedó en siete dianas y su rendimiento de cara al gol fue decreciendo con el transcurrir de la temporada, su sacrificio se mantuvo en todo momento y fue muy importante tanto en el trabajo defensivo como a la hora de pelear en solitario contra los centrales rivales. Una faceta en la que destacó sobremanera fue en su facilidad para ganar los duelos por alto, merced a sus 187 centímetros, a una capacidad de salto excepcional y también a un carácter guerrero que le conduce a batirse con cualquier oponente que se le cruce.
El problema es que esas batallas en ocasiones van más allá del reglamento. Y, en ocasiones, también superan los límites del civismo. El ejemplo más claro fue el intercambio de escupitajos que protagonizó en Vitoria con Diego Godín, por entonces central del Atlético de Madrid. Los salivazos volaron de un lado al otro, aunque entonces el árbitro no le sorprendió en el acto. Una actitud que repitió hace poco más de un año en Brasil y que le condujo a una suspensión de seis partidos. Con el videoarbitraje y decenas de cámaras vigilando, se trata de una actitud que tiene que cuidar al máximo.
Y es que, conductas completamente antideportivas al margen, Deyverson protagoniza varios partidos dentro de cada encuentro. Y uno de ellos es con los árbitros, que ya le tienen de sobra cogida la matrícula y no le pasan ni una. Lo que a otros se les permite, en el caso del brasileño se vigila con especial celo. Y como ejemplo, las quince tarjetas amarillas que recibió en su anterior estancia en Vitoria.
Desmanes al margen, Deyverson es uno de esos futbolistas que calan dentro de una afición y de un vestuario por su alegría. Sonriente, cercano, bromista y siempre de buen humor, en el seno del Alavés dejó muy buenos recuerdos. Capaz de pasarse los noventa minutos arengando a la grada mientras no deja de correr, de celebrar un gol bajándose el pantalón hasta lo impúdico, de regalarle en San Mamés su camiseta a un niño al que dio un balonazo durante el calentamiento o de acercarse a consolar a la afición rival después de una victoria propia, como ocurrió cuando El Glorioso eliminó al Celta en la semifinal de la Copa. Precisamente, tras la final del Vicente Calderón no dudó a la hora de subir a la grada y mezclarse allí con los aficionados alavesistas -la imagen que ilustra estas líneas corresponde a ese día-, con los que también se paraba a charlar alegremente cuando paseaba por las calles de Vitoria.
Las dos caras de un Deyverson que, además de compromiso con unos colores, asegura conexión con la grada de Mendizorroza y también un carácter batallador permanente. Aunque en ocasiones se le crucen los cables.