Comenzó a excavar con tan solo 19 años en el castro de Henaio, Alegría-Dulantzi, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Paquita Sáenz de Urturi (Apodaka, 1950) es una de las pioneras de la arqueología profesional en Euskadi y una figura esencial para entender la historia del poblamiento alavés desde la Edad del Bronce hasta el Medievo. Ha dirigido más de dos décadas de campañas arqueológicas en los Castros de Lastra y ha trabajado en yacimientos clave como Astúlez, Mariturri, Arkaia o el casco histórico de Vitoria-Gasteiz. A lo largo de su vida profesional ha sido testigo —y protagonista— de una doble lucha: la de las mujeres en entornos masculinizados como el de la arqueología, y la de quienes siguen aportando después de la edad de jubilación, contra un sistema que muchas veces margina a las personas mayores. Hoy, aunque oficialmente jubilada, Sáenz de Urturi continúa en activo como asesora y sigue divulgando la historia desde el terreno. Conversamos con ella sobre todo lo que ha aprendido entre estratos de tierra… y de prejuicios.
Empezó a excavar muy joven, años antes de terminar la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Navarra… ¿Recuerda el momento en que supo que quería dedicarse a la arqueología?
La arqueología empezó a interesarme ya en el bachillerato, especialmente cuando comencé el bachiller superior en el Instituto Ramiro de Maeztu, que hoy es el Parlamento Vasco. Tuve la suerte de contar con dos profesores que despertaron mi curiosidad: Lourdes Albertos, a quien llamábamos "Atila" porque solía poner muchos unos, aunque a mí me puso un sobresaliente; y Silvio Costoya, que me dio griego, que también aprobé con buena nota. Con ellos descubrí el latín, la mitología, las guerras de Julio César... y poco a poco fui sintiendo fascinación por la historia. Además, soy de Apodaka, un pueblo cerca del Gorbea. Mi hermano empezó a relacionarse con los espeleólogos de la Sociedad Excursionista Manuel Iradier, y venían a menudo por casa. Les escuchaba hablar sobre cuevas, hallazgos... y empecé a interesarme por el pasado, por conocer la historia de nuestros pueblos. Cerca de casa, en el despoblado de Azkona, se decía que había existido una encomienda templaria, y aquello me intrigaba.
¿Y cuándo pasó a la práctica?
Fue con Lourdes Albertos cuando nos enteramos de un cursillo de iniciación a la arqueología organizado por la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria. Lo impartía un grupo que ya estaba en activo: Armando Llanos, Jaime Fariña —justamente hoy he estado en su funeral—, Agorreta, Enrique Vallespí... Participé en abril del 69, me enganchó por completo. Empecé a salir los fines de semana a hacer prospecciones y ese mismo año me apunté a mi primera excavación, en el castro de Henaio, en Alegría-Dulantzi. Desde entonces no he parado. He tenido que compaginarlo con trabajo en archivos y otros empleos, porque la arqueología, hasta la llegada de las intervenciones de urgencia en los años 90, era más bien una actividad vocacional. Pero aquí sigo. Hoy no he podido estar en el campo por esta entrevista, pero en realidad tendría que estar trabajando en las calles de Laguardia.
En aquella época prácticamente no había mujeres arqueólogas en activo. ¿Cómo recuerda aquella primera etapa?
No, apenas había mujeres. La que más nos apoyaba era María Lourdes Albertos, una lingüista extraordinaria que también hizo sus pinitos en excavaciones. Compartí con ella tienda durante la campaña de Henaio, porque ese segundo año ya fuimos en modo campamento. El primero aún dormíamos en una casa, pero después, como el presupuesto de las excavaciones era muy limitado, pasamos a tiendas de campaña. Sí que empezamos bastantes chicas en aquella primera etapa. Recuerdo otra compañera, algunas gallegas… pero con el paso de los años, muchas se fueron quedando por el camino. Yo he seguido, incluso estando casada y con hijos, lo cual parecía casi inconcebible. Recuerdo que en Arkaia, durante unas obras para construir viviendas, se acercó el promotor y, al oírme mencionar a mi marido, me dijo sorprendido: "¿Cómo? ¿Estás casada? Yo pensaba que eras soltera. No me imagino a una mujer casada haciendo este trabajo". En los años en los que he sido responsable de canalizaciones, regadíos, abastecimientos de agua o calles, siempre he estado sola con los trabajadores de la empresa. No suele haber mujeres en esos equipos, y en dirección aún menos.
"He seguido, incluso casada y con hijos, cuando nadie lo esperaba"
En alguna entrevista usted ha dicho que al llegar a una excavación le preguntaban "¿y el arqueólogo dónde está?". Así que recibió comportamientos machistas. ¿Estos han continuado en el tiempo?
Sí, eso ha sido bastante habitual. Me ha pasado muchas veces: llegabas a una excavación donde había tanto hombres como mujeres, y enseguida alguien preguntaba: "¿Dónde está el arqueólogo responsable?", asumiendo automáticamente que tenía que ser un hombre. Incluso en la prensa o en publicaciones académicas, he tenido que insistir en que se me nombre como Paquita, y no con la inicial F. de Francisca, porque muchas veces lo reducían a Francisco. Tengo un hermano con ese nombre y siempre le decía en broma: "Oye, te llevas tú los méritos sin hacer nada". En titulares o bibliografías, si no queda claro, a veces la gente da por hecho que es un hombre quien firma, y no una mujer. También me he encontrado con situaciones en las que he tenido que recordar que, como arqueóloga responsable, tengo autoridad legal en una obra. Según la ley de patrimonio, mis decisiones están por encima de las urbanísticas. Si digo que una obra debe pararse o modificarse por una necesidad arqueológica, eso es una orden que hay que cumplir. Y aun así, a veces costaba que lo asumieran.
¿Cómo ha evolucionado el trato hacia las mujeres en la arqueología desde su primera época hasta hoy?
En general, el trato ha mejorado mucho, aunque aún hay situaciones en las que se percibe cierto recelo o condescendencia. Recuerdo un caso concreto que ilustra bien esto. Yo había sido quien organizó una excavación y quien había gestionado todos los trámites. Aunque finalmente no la dirigí yo sola —la codirigía con otro arqueólogo—, el día que llegó el técnico al lugar, a pesar de haber hablado conmigo previamente, se dirigió directamente a él, ignorándome por completo. Él mismo le paró los pies en seco: "La última vez que haces eso. Un respeto. Los dos dirigimos esto". Solo puede figurar uno en los papeles, pero la responsabilidad era compartida. Situaciones así no son tan antiguas, y reflejan cómo a veces, por el hecho de ser mujer —y además casada—, se ha asumido que no estaba capacitada para ciertos trabajos. Aun así, hoy en día sí noto que hay más conciencia y que, en general, se exige más respeto.
Usted sigue trabajando como asesora, pese a estar jubilada.
Sigo trabajando como asesora porque, al haber sido autónoma, puedo acogerme a lo que se llama jubilación activa: puedes seguir trabajando con ciertas condiciones, siempre y cuando no superes determinados ingresos. Como yo cobro menos del salario mínimo interprofesional, no he tenido problema, no es necesario darme de alta como autónoma ni renunciar a la pensión, sino simplemente registrarme en el Impuesto de Actividades Económicas y darme de alta en IVA. Como autónomas, además, empezamos muy tarde a cotizar y a cobrar de verdad por nuestro trabajo. Hasta la llegada de la arqueología de intervención, muchos trabajos se hacían prácticamente por vocación. Fui la primera mujer en firmar un contrato de este tipo, después de presentar presupuestos, memorias… y aunque al principio coincidí con otra compañera, ella no continuó. Me hizo gracia descubrir en Wikipedia que aparezco como la primera mujer en arqueología de intervención, en arqueología medieval en Álava, o como la primera en descubrir y documentar un tramo de la calzada romana en Iruña, en 1993. Alguien se ha tomado la molestia de dejar constancia de ello.
¿Qué le aporta, personalmente, seguir en contacto con excavaciones y proyectos?
Mucho. Ahora mismo, por ejemplo, estoy trabajando en Laguardia completando los datos de intervenciones anteriores. Mi objetivo es dejar toda la documentación ordenada: terminar memorias, revisar informes y, si puedo, publicarlo. Y si no es posible publicarlo, al menos dejarlo recogido de forma clara y accesible, para que otras personas puedan utilizarlo correctamente en el futuro. Los informes que entregamos oficialmente suelen ser muy resumidos, pero yo tengo muchísimo material, documentación acumulada durante años, que necesita estar bien organizada. Me importa que cualquier arqueólogo que lo consulte más adelante pueda interpretarlo correctamente y sacarle provecho. Mientras no termine eso, siento que todavía tengo que seguir en este mundo.
¿En algún momento ha sentido que, por ser mayor, su criterio profesional ha sido menos escuchado?
No sé si ha sido exactamente por ser mayor, pero sí, lo he sentido. A veces digo que soy invisible. Estás implicada en un yacimiento, lo conoces a fondo, has trabajado directamente en él… y en lugar de preguntarte o consultarte, buscan la información en informes previos o fuentes indirectas. Luego piensas: "Oye, me podías haber preguntado directamente". También me ha pasado con las citas. No mencionarme cuando realmente he hecho el descubrimiento o he trabajado el tema, no incluir mi bibliografía... Eso sí que me ha ocurrido en más de una ocasión.
"A veces siento que soy invisible, como si mi trabajo no contara"
Ha participado en excavaciones de urgencia, en canalizaciones, calzadas, cascos históricos... ¿Qué importancia tiene el trabajo que no se ve, el que no aparece en titulares pero construye conocimiento?
Ese tipo de trabajos tiene una importancia enorme, porque nos permite rescatar el conocimiento oculto bajo zonas que a menudo pasan desapercibidas. En intervenciones como canalizaciones, abastecimientos o regadíos —como las que he hecho en Laguardia—, revisas kilómetros de terreno. El trazado suele determinarse sobre el campo: caminos, carreteras, calles… y a simple vista puedes no ver nada y pensar que no hay nada relevante. Pero es cuando entran las máquinas, cuando remueven el subsuelo, que aparecen los restos. Por eso es fundamental estar presente en ese momento, porque si no documentas, registras y recoges el material correctamente, ese conocimiento se pierde para siempre.
¿Qué es lo que encuentran?
Siempre digo que a las obras hay que ir cuando las máquinas están trabajando. No basta con hacer una prospección superficial: a menudo recoges cerámicas en la superficie, pero muchas veces provienen de vertidos, de basuras agrícolas... y no reflejan lo que hay realmente debajo. Estar allí cuando se remueve el terreno te permite ver los restos en su contexto y eso es lo que nos da información real sobre el poblamiento. He encontrado muchos yacimientos así. Por ejemplo, las necrópolis de Legardagutxi o Mezquia se descubrieron gracias a canalizaciones. En Laguardia, además, a raíz de trabajos en sus calles, hemos documentado un poblado celtíbero de hace unos 3.000 años, justo bajo la actual villa. Allí también hay que tener cuidado con las bodegas subterráneas y las luceras, esas chimeneas por donde se expulsa el tufo. Si no estás atenta, una máquina puede moverlas y ponerte en peligro. Son elementos muy bonitos desde el punto de vista arqueológico, pero también hay que ir con mucho ojo: todavía no nos hemos caído dentro, pero no será por falta de ocasiones.
"Si no estás allí cuando las máquinas remueven la tierra, ese conocimiento se pierde para siempre"
¿Cómo se mantiene intelectualmente activa? ¿Qué lugar ocupa la curiosidad en su día a día?
Todas las mañanas las dedico a recuperar y ordenar toda la información acumulada durante años. Eso implica revisar documentación, preparar memorias, y sobre todo consultar mucha bibliografía. Si no te apoyas en bibliografía, el trabajo cojea. Recientemente he entregado un trabajo sobre la calzada romana principal de Álava, la Iter 34, entre Iruña de Oca y Arkaia. Para desarrollarlo bien, he tenido que documentarme a fondo. También intento asistir a conferencias, sobre todo organizadas por asociaciones a las que pertenezco, como Celedones de Oro, si el tema me interesa. Aunque no siempre me da tiempo, porque preparar artículos para publicar requiere mucho esfuerzo. La semana pasada entregué uno sobre las calzadas y ya me han pedido otro para dentro de diez días… y claro, si estoy en Laguardia, no me da la vida.
"No quiero hacer las cosas a medias. Aún creo que puedo aportar, y mientras eso siga siendo cierto, seguiré en ello"
¿Qué mensaje le gustaría trasladar a una joven que hoy empieza arqueología, especialmente si es mujer?
Lo primero que le diría es que, si quiere dedicarse a la arqueología, lo haga por vocación. La razón de ser de esta profesión es conocer el pasado, entender cómo vivían quienes nos precedieron, qué huellas dejaron. Si de verdad le gusta, adelante. Pero que no entre pensando en ganar dinero, porque la financiación siempre ha sido complicada. Hoy en día, para trabajar, tienes que presentarte a concursos, elaborar presupuestos, justificar proyectos... Es un camino exigente, y por eso es fundamental que te apasione lo que haces. Si no te gusta, lo acabarás dejando, porque requiere mucho sacrificio. El trabajo de campo, además, no se adapta a ti: tú te adaptas a la obra. Tienes que estar disponible cuando te necesitan, incluso si llueve o si el horario es poco cómodo. Pero la recompensa es grande: descubrir cómo funcionaban las sociedades del pasado, cómo se abastecían de agua, cómo organizaban sus pueblos…
¿Qué le diría a quienes piensan que una mujer mayor ya no tiene nada nuevo que aportar a la sociedad?
A veces me dicen: "¿Pero cómo, estás jubilada y sigues trabajando? ¡Déjalo ya!". Y yo siempre respondo: "¿Y qué hago entonces?". Esto me da vida. Tengo cosas pendientes que quiero dejar bien cerradas, aclarar, organizar. Esta pasada Semana Santa estuve con gripe y, en cuanto volví al trabajo y salí al campo, me noté feliz. Cuando no puedo ir, lo echo de menos. Ya he dejado de hacer prospecciones largas o visitas a yacimientos por mi cuenta, sobre todo porque ya no conduzco. Suelo ir con mi marido si puede, pero a veces no es posible, y reconozco que hay cosas que me cuestan más. Claro que el cuerpo cambia. Ya no me meto en una zanja como antes, porque las rodillas no responden igual. Pero sigo aportando. Y en cuanto me ven en una obra, lo notan: no paro. Cuando toca explicar a visitantes lo que estamos haciendo, lo hago encantada. Y si decido no participar en una fase concreta, no es porque "ya soy mayor", como a veces me dicen. No. Les contesto: "Mayor seré, pero aún no lo soy". Sé que pronto tendré que marcar un tope. En este proyecto en Laguardia me comprometí y quiero terminarlo, pero cuando me preguntaron si quería hacer otra excavación para un chalé, les dije que no. No quiero comprometerme si no voy a poder hacerlo bien. Esto no es ir de paseo: implica investigar qué hubo allí, documentarlo todo y preparar informes. No quiero hacer las cosas a medias. Aún creo que puedo aportar, y mientras eso siga siendo cierto, seguiré en ello.