lena normalidad. O casi. Los dos cementerios que dan servicio a la capital alavesa asistieron ayer a una jornada de difuntos como las de antaño, sin decoración de calabazas ni reminiscencias festivas de otras latitudes y con un goteo constante de visitantes, que accedieron sin prisas, cada cual a su paso, muchos de ellos ataviados con centros y ramos de flores adquiridos en los puestos de floristas dispuestos para la ocasión. Hubo visitas madrugadoras, otras más relajadas y muchas reservadas para vecinos que acudieron a las necrópolis equipados a la perfección para adecentar el lugar de descanso eterno de sus seres queridos, ya que dadas las fechas, muchas lápidas amanecieron anegadas de hojas y de otoño.
La jornada recibió el beneplácito de las nubes, la lluvia y el viento. Pese a la gradual bajada de las temperaturas según se acercan los meses de invierno, las condiciones meteorológicas permitieron disfrutar de un día consagrado al recuerdo de los familiares y amigos que ya no están entre los vivos.
En cualquier caso, Santa Isabel y El Salvador estaban preparados. Casi de estreno tras meses supeditados a los dictados del covid-19. Para ayer, el Ayuntamiento dispuso servicios especiales de transporte público, con mayores frecuencias para comunicar la capital con sus camposantos, fundamentalmente, con El Salvador, ya que Santa Isabel aún invita a ser visitado a pie, con tiempo para poder dar un paseo por sus calles repletas de historia y de arquitectura digna de ser visitada y explicada.
En eso se fijaban algunos de quienes accedieron ayer por la mañana al cementerio casi rodeado por sus cuatro costados por los populosos barrios de Zaramaga y El Pilar. Más que visitar a alguien en particular, la mañana invitó a Iñaki Sánchez a “dar un paseo” y recordar “a mis padres, que no están enterrados aquí. Pero este lugar también me sirve para recordarles y rezar por ellos”.
Como Sánchez, el camposanto estuvo frecuentado por decenas de personas. A ojos de un profano, muchas parecían hacer confidencias a los residentes en tumbas y panteones; otras, parecían relatar las buenas nuevas de la familia o de los amigos; muchas, simplemente, presentaban sus respetos y adecentaban el lugar. Todas, con sumo respeto. Hacía dos años en los que las consecuencias de la pandemia global habían coartado una celebración tradicional de honda raigambre para una parte importante de la sociedad.
En la entrada de El Salvador, Mercedes Martín y su hijo Agustín González caminaban un poco despistados. Tenían excusa. No son de Vitoria. Ayer no se lo pensaron demasiado. Dadas las circunstancias, madrugaron. Pensaron que no era mal momento después de haber vivido muchos meses de miedos y precauciones por la incidencia del coronavirus. Se metieron en el coche y llegaron a la capital alavesa desde Burgos. Varios hermanos y tíos de ambos fallecieron ya hace años y sus restos descansan en aquella necrópolis. “Es una manera para recordar a nuestros seres queridos, pero en positivo. No queremos que sea un día triste. Les recordamos y les mostramos nuestro cariño. También aprovechamos la visita y hacemos otra parada a comer con la familia. Es un día especial. De hecho, ya hemos parado en una pastelería para comprar buñuelos. Siempre lo hacíamos”, explicaban con una media sonrisa.
No lejos de ambos, Kepa Iriarte caminaba con cierta prudencia. Los problemas en una pierna hace varias semanas que le hacen caminar con un bastón. Nada grave. “Hace mucho que no venía. Entre médicos y demás, al final no encuentras el momento. Por eso me lo había apuntado en el calendario. Y aquí estoy. Voy a ver dónde enterramos a mi hermano”.
En definitiva, unos y otros cumplieron con la tradición. Cada uno, a su manera. Todos, con el máximo respeto a quienes ya no están.
La jornada de ayer también sirvió para contemplar los nuevos uniformes que ya visten los trabajadores encargados de la limpieza urbana y de la recogida de basuras, ya que la nueva contrata se estrenaba con la llegada del mes de noviembre.