El 10 de diciembre de 1984, Josefa González abrió por primera vez las puertas de su pequeño bar con unas expectativas modestas, pero esperanzadoras, como los pioneros que deciden adentrarse en una aventura sin tener claro qué les deparará el futuro. “Nuestra ilusión era sólo que el bar funcionara, criar a nuestros hijos y poder llevar el negocio al mismo tiempo”, recuerda ahora Josefa, que acompañada por su madre se puso manos a la obra para sacar adelante el conocido bar Amapola, ubicado en pleno corazón de Zaramaga, que esta semana celebra por todo lo alto su 35º aniversario.

Por aquellas fechas, a mediados de los 80, este popular barrio de la capital alavesa recibía un goteo constante de vecinos, gente joven recién llegada a la ciudad para trabajar en las pujantes industrias del territorio. Unos venían con la familia formada y otros por formar, pero todos buscaban puntos de reunión donde disfrutar, charlar, beber y comer. Y ahí entró en juego el bar Amapola que, poco a poco, “con unos inicios muy duros”, acabó convirtiéndose en el alma del barrio desde su esquina en la calle Reyes de Navarra 50.

“Llegamos recién casados, con una hija pequeñita. El bar en aquellas fechas había perdido mucha clientela durante los años previos, antes de que lo cogiéramos nosotros. Pero poco a poco fuimos creciendo en clientes hasta llegar a la gran familia que formamos ahora”, explica Josefa, que pasó de compartir barra con su madre en los inicios del bar a hacerlo ahora con su hija, Tamara Cuiñas.

Mañana celebrarán los 35 años de vida del bar, invitando a un pintxo con cada consumición entre las 12.30 y las 15.00 horas y más sorpresas, entre ellas algunas preparadas por esa “gran familia” que son sus clientes de siempre, la mejor muestra de cómo su responsable ha influido para bien en la vida de sus vecinos durante todos estos años.

“Cuando abrimos el bar yo era muy joven y nuestra clientela también lo era. Todos hemos crecido juntos”, apunta Josefa. Junto a los residentes en la zona, el bar es también lugar de encuentro habitual de trabajadores y operarios que se acercan a almorzar para degustar algunos de sus platos estrella, como “el pulpo, la oreja rebozada y sus tortillas”, enumera.

“Tenemos muchas especialidades, pero esas tres cosas son las que más nos piden”, explica la dueña del Amapola, bautizado, por cierto, con este nombre por su tía y que a Josefa no le acababa de convencer: “Yo no lo hubiera elegido, pero ahora ya me gusta. Aunque le cambiara el nombre, como Sorginak que fue uno en los que pensé, la gente seguiría llamándole Amapola”.

pionera del pintxo pote Durante estos 35 años, Josefa ha sido testigo tras la barra no sólo de la transformación del barrio, con la construcción por ejemplo del centro comercial El Boulevard, sino de la creación de ideas como el pintxo pote, del que fue una de sus impulsoras en Zaramaga visto el éxito que la iniciativa empezaba a tener en la calle Gorbea.

“A través de la asociación de comercio de Zaramaga empezamos a pensar en cómo hacerlo. Nos juntamos dos o tres bares, de los que ahora están los bares pero no los propietarios, y pensamos en organizar nuestro propio pintxo pote, cambiando de día, el viernes en lugar del jueves, para no hacernos competencia. Ahora me arrepiento un poco”, asegura entre risas “por el trabajo que da” la afluencia de gente que cada viernes por la tarde se acumula en el bar.

“Ha bajado un poco respecto a hace unos años. Cuando empezamos los días de verano llegábamos a poner 900 pintxos en una tarde, y ahora que ya somos más los bares que lo hacemos ponemos unos 600 pintxos cada viernes por la tarde”, asegura. “Es mucho trabajo, porque nosotras tenemos que hacerlo todo: cocina, barra, recoger, limpiar, fregar... es una paliza”, resalta. Y es que nadie como Josefa conoce la dureza y el esfuerzo constante que implica la hostelería. “Es duro. Horarios difíciles, mucho sacrificio... En bares pequeños como el nuestro entre mi hija y yo lo hacemos todo y nos matamos a trabajar”, asevera sobre el día a día en la cocina y la barra.

Mientras espera una jubilación que todavía se andará, para Josefa el futuro del bar Amapola está en casa, con su hija Tamara al mando: “A las dos nos gusta esto, así que aquí seguiremos. No sé cuando me jubilaré, pero teniendo a mi hija me costará porque trabajamos contentas”. Mañana, todo Zaramaga rendirá homenaje a un bar que en sus 35 años de vida se ha convertido en alma y corazón del barrio.