No les voy a mentir. Recibir a Celedón a través de una televisión no es lo mismo. Aunque, después de décadas haciéndolo, uno ya está más que acostumbrado. Tal es así que, incluso, con las primeras palabras del aldeano encaramado a la balconada, y una vez modulado el sonido del receptor, puedo llegar a poner cara de cordero degollado con atisbos de emoción sincera. En cualquier caso, y después de este arranque de sinceridad, me he aupado hasta estas líneas para mostrar mis respetos a lo logrado por las diferentes instituciones que han metido mano a la organización festiva gasteiztarra. Lo del txupinazo empieza a tener tintes asépticos. Celedón sube casi a la carrera gracias a la labor de placaje de su escolta, el suelo ya no es un cementerio de botellas de cava y sucedáneos, los volúmenes de basura acumulada tras la algarabía empiezan a menguar y la tradicional guerra de corchos forma parte de los relatos de antaño. Ya solo quedan un par de apaños por hacer para lograr que el personal se vista de gala, corbata incluida, para acudir a la Virgen Blanca un cuatro de agosto por la tarde. Tiempo al tiempo.
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