Vitoria - A las tres y cuarto de cada martes llega la ilusión al colegio Niño Jesús de Vitoria. Desde que se inició el nuevo curso escolar en septiembre, una decena de alumnos con necesidades educativas especiales, asociadas principalmente a síndrome de Down y autismo, se quitan de golpe y porrazo esa modorra tan habitual de después de comer, cuando Kío, un precioso perro mestizo de tres años, cruza la puerta de sus aulas estables de Primaria y Secundaria con el fin de ofrecerles durante una hora terapia asistida.

Cada vez que así lo hace, los ojos de estos txikis se abren de par en par, aunque, gracias a estas sesiones lo hacen con un mayor control de sus emociones, porque desde que están con él empiezan a interiorizar que es mejor no hablar tan fuerte ni hacer grandes aspavientos, para no asustar a este maravilloso ejemplar. Y no es lo único que han aprendido, ya que también gracias a su presencia han mejorado sus conocimientos sobre el cuidado del animal y otros aspectos más académicos, como las matemáticas.

Si ir más lejos, todas estas ganas de volver a ver a Kío las manifestaron el segundo día de esta semana cuando este can les visitó junto a su dueña Lorea Pérez, encargada de impartir, como miembro de Asgecan Vitoria (empresa especializada en las intervenciones asistidas con perros desde 2011), esta terapia, en grupos reducidos de cuatro niños donde trabajan la estimulación integral (motivación, atención y pensamiento). La presencia del animal es en todos los aspectos ya que actúa como un elemento motivador, de foco de atención y tranquilizante, facilitando así el trabajo de los procesos más complejos, como el lenguaje o la memoria. Además de todo ello, en Kío encuentran una figura de apego, formando así un vínculo que fortalece su autoestima porque, como remarca Pérez, los perros no juzgan a las personas. “La autoestima es muy importante en estos chavales porque la suelen tener bajita, pero el perro hace caso a todos, sin importar nada, y se sienten que pertenecen a un grupo. Cada vez que aprende las características de cada uno de los alumnos, los acepta porque Kío ve que es parte de ellos”, añade.

Por eso, el balance de estas primeras clases con este particular “profe” de cuatro patas no puede ser mejor. “Cada día vemos que van mejorando. Van cogiendo la dinámica, aunque al principio les costaba a los que tenían miedo a los perros. Algunos antes no le querían ni tocar y una niña, por ejemplo, le ha tocado hoy, y eso que no les suele gustar mucho el contacto físico. También se mejora la empatía y el contacto visual entre los que tienen autismo. En general, se sienten más mayores y contentos al ver el caso que les hace Kío cuando le llaman. Aunque no hace falta que el perro esté constantemente haciendo cosas, porque sólo con su presencia ya están concentrados, como cuando el otro día dibujaban cómo se imaginaban cómo era un perro”, aclara Edurne Argote, tutora del aula estable de Primera, donde hay cinco alumnos, de 6 a 13 años, con necesidades educativas especiales.

Entre ellos, Yasmín, quien, como destaca la dueña de Kío, nada más entrar por la puerta de su clase este martes, no dudó en preguntar por el clicker, un reforzador de conducta del perro que consiste en un pulsador que emite un sonido. “Seguro que si le digo cuál es el nombre de este aparato a mi madre, al día siguiente me preguntaría de nuevo cómo se llama el chisme ese, pero ellos ya saben cómo se llama”, apunta Pérez.

Miguel, compañero de Yasmín, que acaba de matricularse en Niño Jesús Ikastetxea, parece que conoce de toda la vida a Kío y eso que acaba de llegar de Sevilla. Pero ni se le nota, porque ya sabe qué cuando a Kío se le da la orden en euskera de “Eman bostekoa!” y el menor pone su mano cerca de él, éste le da la patita o que si le tienta con una salchicha, el animal no duda en cruzar el aro para llevársela a su boca perruna. Aunque para premio, el que conoce Yasmín, cuando pulsa el clicke r por haber Kío completado correctamente este ejercicio.

Las sesiones llevan implícitas, además, otras actividades más académicas, en las que los niños tienen que aprender a contar para hacer ciertas secuencias o todo lo relacionado con el cuidado del perro, como las que se dan en el aula estable de Secundaria, donde nuevamente, la expectación por la llegada de Kío se repite entre alumnos, como Miguel Ángel, Ibon o Leire. “Se ponen muy contentos, incluso preguntan cuándo viene Kío. Y cuando lo hace, se ponen muy formales. Hay momentos de silencio, que en esta clase es impensable, pero cuando Lorea habla, se quedan callados para escuchar qué van a hacer”, matiza Carmen Paneque, profesora de Secundaria del aula estable.