vitoria - Natural del pirineo ilerdense, aunque desde hace muchos años “dando vueltas por el mundo”, Carles Vilà desarrolla actualmente su labor profesional en la Estación Biológica de Doñana, un instituto público de investigación perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Antes de llegar a instalarse en Andalucía en 2009, Vilà encadenó una residencia de tres años largos en Los Ángeles (California) y otra de algo más de diez en Suecia, dos etapas en las que se especializó en el empleo de herramientas genéticas para mejorar los programas de conversación de especies como el lobo, con el que entró en contacto por primera vez a mediados de los 80. Al biólogo, que comparecerá en la comisión de Medio Ambiente a petición de Orain Araba, seguirán después varios miembros del Grupo Lobo y el también biólogo Mario Sáenz de Buruaga. Entre otros aspectos, Vilà argumentará por qué el lobo ibérico, del que quedan escasas manadas reproductoras en el entorno de Álava, no puede considerarse como una unidad “aislada”, sino que “depende del intercambio genético con otras poblaciones europeas para mantener su viabilidad a largo plazo”.

¿Cómo definiría la situación del lobo en el territorio alavés y vasco?

-Por lo que yo sé, el último censo señalaba que había un solo grupo reproductor en el País Vasco, y eso de ninguna manera puede verse como una población viable. Según los criterios para catalogar a las especies amenazadas, parece claro que el lobo ibérico debería considerarse como tal y merecerse una atención y una gestión especiales. O al menos un debate político sobre si se quiere conservar la especie o no, porque no se puede andar con medias tintas. Lo importante sería facilitar un intercambio entre poblaciones, incluso con las centroeuropeas, para garantizar su viabilidad.

¿Qué influencia tiene sobre una especie tan reducida que además se encuentre aislada de sus ‘hermanos’ europeos?

-Esto se puede ver claro con otras poblaciones muy pequeñas de lobos que han estado aisladas como la escandinava, que se fundó a partir de tres individuos y fue aumentando después. Al ser una población tan pequeña y apartada ha ido acumulando problemas de endogamia y de baja reproducción, además de individuos con malformaciones esqueléticas. Lo mismo ha sucedido en la población de los grandes lagos de Estados Unidos. Si en el País Vasco se mantiene una población totalmente aislada y de muy pocos individuos como ahora, apostaría por su extinción inmediata, porque una población tan pequeña no puede ser viable. Todo lo que sea dejar que la población se vaya fragmentando o no facilitar una comunicación con otras poblaciones centroeuropeas, a la larga va a traer los mismos problemas genéticos. No es algo inmediato sino un proceso muy lento, pero que en esas circunstancias se va a acelerar.

Se habla de en torno a 2.000 ejemplares estables en toda la península ibérica. ¿No son suficientes?

-El número estimado de 250 grupos reproductores en la península ibérica sería el umbral de lo que puede considerarse viable. En números totales parece que sí se ha mantenido muy estable y es un número suficientemente grande para no esperar problemas inmediatos, pero tampoco es una cifra importante para asegurar su viabilidad a largo plazo. Lo que debería facilitarse, insisto, es que las poblaciones europeas tuviesen más intercambios a todos los niveles.

¿Qué beneficios tiene sobre el ecosistema la presencia del lobo?

-A una escala más pequeña está el ejemplo del lince ibérico en Doñana, que es una especie muy amenazada pero que está regulando el ecosistema de la zona. Tiene un efecto entre otros carnívoros de tamaño mediano, éstos ejercen menos presión sobre las poblaciones de roedores... Es un efecto en cascada. Para las poblaciones de lobos se ha descrito lo mismo: Ayuda a controlar la población de ungulados, facilita la regeneración de bosques y que se mantengan poblaciones de roedores... Se habla a muchos niveles y se mezcla mucho el mito con la realidad, pero el lobo es una parte de nuestro ecosistema y un ecosistema sano depende de la presencia de todos sus elementos.

La pregunta del millón: ¿Cómo se puede hacer compatible la presencia del lobo con la de la ganadería?

-No puede ser simplemente un sector de la sociedad el que se responsabilice del mantenimiento de la población, como tampoco puede ser que un sector de la población decida sobre el funcionamiento de un ecosistema de interés común. Está claro que hay que buscar soluciones al respecto. Pero no es la línea en la que trabajo y no me veo capacitado para decir si es mejor un sistema de subvenciones o de seguros, por decir dos.

¿Qué supondría, como exigen los ecologistas desde hace unos años, la inclusión del lobo en el Catálogo de Especies Amenazadas?

-Sería un paso muy importante para ir replanteándonos qué es lo que queremos, porque si el lobo estuviese ahí implicaría que hay una intención o una obligación de facilitar la conservación de esta especie tan importante para los ecosistemas.

Lo que parece claro es que en un debate donde muchas veces todo parece blanco o negro también hay escalas intermedias.

-Sí, desde luego. No todo puede hacerse de un día para otro. Incluir al lobo en ese catálogo sería una declaración de intenciones, pero el paso siguiente sería analizar cómo se hace esto, quién sufre los daños del lobo o qué mecanismos tenemos que habilitar, pero en un contexto de promover la conservación de la especie y de proporcionar los fondos necesarios para hacerla viable.