la historia de la ikastola de Labastida es de un tiempo cercano, un recorrido de casi cuarenta años en el que sus primeros protagonistas, las y los pequeños de Infantil, hoy son profesores del centro o son socios y llevan a sus hijos a estudiar. Es el caso de Karmele Petralanda, una madre que lleva a sus hijos a la ikastola actual, un edificio precioso e independiente, aunque ella comenzó estrenando la creación de la ikastola con 3 años y compartiendo huecos con el colegio. Ella, además, era la hija del primer presidente que tuvo el centro, José Luis Petralanda.

Corría el año 1978 cuando se inició la andadura de Bastida Ikastola. “Al principio estábamos siete alumnos y en la siguiente aula había ocho, que eran mi hermano y varios hermanos de los más pequeños. Estábamos con Amaia y con ella dábamos todo prácticamente, aunque como estábamos en Infantil tampoco hacíamos grandes cosas”.

Aquellos primeros inicios estaban marcados por la precariedad, por las muchas necesidades que se fueron logrando solucionar gracias al entusiasmo y dedicación de los padres que conformaron la primera junta. “Inicialmente estábamos en el lugar donde se encuentra la escuela pública y sólo se impartía primero y segundo de Infantil, en la planta baja. Luego, cuando fuimos creciendo, se ampliaron las clases y se utilizó la planta primera del colegio. Allí estábamos divididos: la mitad era la escuela pública y la otra mitad la ikastola”. Como anécdota -añade- que “en el patio teníamos distinto horario para no compartirlo, porque siempre había piques y nos llamaban ikastolikas, lo de siempre?”

La ikastola comenzó “con una profesora para todos, Amaia. Luego vino Yolanda, que sigue a día de hoy dando clases en la ikastola y se jubilará dentro de uno o dos años y después fueron llegando otros: Aitor, Begoña? a medida que íbamos creciendo. Pero es que al principio éramos solo quince y en varias horas de clase coincidíamos todos juntos porque tampoco era mucha la diferencia en los dos primeros cursos de Infantil”: un año. A medidas que fueron aumentando las necesidades se incrementó el profesorado y las aulas.

Inicialmente las clases se impartían en jornada de mañana y tarde y los escolares marchaban a comer a sus casas. “No había comedor. Lo hubo cuando yo terminé mis estudios y los que siguieron iban al restaurante Ariño, al que acudían todos los niños sujetos a una cuerda, con la soka, y antes del comienzo del horario del restaurante se celebraba allí el jantoki. Se comía muy bien, porque además era comida casera”. Cuando se hizo la ikastola nueva se empezó a comer en el comedor del centro.

Respecto a la relación entre los padres, cuenta que “desde los comienzos había mucha unión entre los padres, participaban en todo, había más conciencia de trabajo conjunto que la que hay ahora”. Añade que “la gente no tiene ahora la conciencia que había antes cuando se decía que si no había unión la ikastola no saldría adelante, que existía la posibilidad de que la quitaran, y de hecho lo intentaron para dejar solo una ikastola en Laguardia?”. Fue un tiempo de mucho trabajo, de tocar muchas teclas para poder sacar adelante el proyecto. “Me acuerdo de mi padre, de ir a continuas reuniones a Vitoria, con su coche, con su gasolina, con Carmen, de la de la farmacia de entonces, y Pedro, Begotxu? Todos los padres estaban todos los días reunidos, tanto con el Consejero de Educación y con otras personas del Gobierno Vasco para intentar que no quitaran la ikastola de Labastida. Y más aún: que se ampliara, conseguir dinero para seguir adelante”.

Aún siendo pequeña recuerda que” entonces venía gente de Bizkaia, de Gipuzkoa o de la propia Álava y alucinaban por que hubiera ikastola; o cuando hacíamos las pequeñas fiestas, como el primer Araba Euskaraz, en el año 1989, que fue la bomba”. Una celebración que tuvo su página negra, porque tras haberse instalado “la txosna en San Ginés, por la noche la destrozaron. No saben quién, aunque siempre se han comentado nombres”. Ante esa situación “mi aita y otros muchos, que habían estado montando todo, tuvieron que llamar a Aniceto, un constructor del pueblo para reconstruir la txosna más grande”. Al final se solucionó, pero las cosas “costaban un poquito más de la cuenta por la actitud de algunas personas aunque ahora ha cambiado. Antes había muchos más estudiantes en la escuela pública y ahora es al revés”.

el primero, con oskorri En cuanto a los recuerdos de aquel primer Araba Euskaraz, Karmele Petralanda, con doce años “recuerdo perfectamente todo. En la plaza estaba Oskorri y había muchísima gente e hizo súper buen tiempo”. Sin embargo, “entonces no era como ahora: a los de 12 años íbamos a la fiesta, participábamos en el recorrido, en los juegos que hubo y por la tarde recuerdo la plaza llena y todos bailando, súper bien. Recuerdo a mi padre y a los padres de mis compañeros felicitándose y súper contentos porque había sido un éxito”.

Como es obvio, las diferencias entre aquel primer Araba Euskaraz y el actual son abismales. “Antes era más reducida porque no había el presupuesto que hay ahora. Eso de la tirolina, la erronka, todas estas cosas que hay ahora, como el globo aerostático, no existían entonces, no había esas posibilidades y era más de conciertos, de actividades para los críos en plan plásticas? algo mucho más de andar por casa”. Afirma que “siempre hay ilusión, pero antes la gente estaba mucho más unida, porque había menos y todo el mundo sabía la importancia de colaborar en estas cosas”

La diferencias en cuanto al sistema educativo también ha cambiado muchísimo desde entonces, “sobre todo ahora que está comenzando un sistema nuevo que es como dejar a cada crío que tenga su ritmo de aprendizaje”. Considera que todo está mucho más modernizado, se trabaja mucho con la psicomotricidad, cada alumno tiene su espacio, aprende a leer o escribir a su ritmo. “Antes no había tanto avance educativo y todos entonces hacíamos lo mismo, pero no teníamos informática, ni inglés que lo dábamos los dos o tres últimos años, de 5º a 8º. Ahora se da desde los cuatro años. En cuanto a la música, sólo dábamos txistu y en plan extraescolar, mientras que ahora se imparte flauta y se aprende a solfear”. Con todo eso, haber estado en la ikastola imprime carácter y forja una relación que se mantiene en el tiempo. Quienes han estudiado en la ikastola como alumnos y luego han vuelto con sus hijos han seguido manteniendo una intensa relación entre ellos. “Cuando terminé en Bastida fui a Lapuebla donde hice hasta COU y luego a Bilbao, a la universidad, pero la relación se mantiene y la implicación, porque quienes estuvimos en Lapuebla participamos en el Araba de allí”. Comenta que el estar impregnados de la convivencia en la ikastola “formaba parte de nuestra vida porque vivimos los tiempos difíciles en los que no se terminaba de legalizar la ikastola de Lapuebla, así como las manifestaciones en Vitoria hasta que lo logramos. Así que cuando mis hijas empezaron aquí, en Bastida, hemos seguido implicados”.

Gracias a esta sucesión generacional, Rioja Alavesa ha logrado impulsar la extensión del euskera. A la integración lingüística de Rioja Alavesa han contribuido de manera integral las ikastolas, como reconoce Karmele. “Antes apenas se hablaba y ahora viene la gente a Labastida y comentan el gusto que les da que se hable y se oiga hablar en euskera y en gran medida son los niños y las niñas, o las madres y los padres, que llevan a sus hijos a la ikastola. También hay euskaldunes que van a la escuela pública, pero la mayoría de ellos, lo mismo que en otros lugares como Lapuebla, pertenece a la ikastola”.

Atrás quedan muchos buenos recuerdos y uno de los mejores de la antigua ikastola era de las navidades, “cuando nos juntábamos todos para hacernos una foto con una cesta que se sorteaba para sacar dinero para la ikastola, lo mismo que la foto con el Olentzero, o la fiesta de Santa Águeda, cuando salíamos con los aitas a pedir y nos daban chorizo? Todas esas celebraciones que se hacían desde la ikastola nos encantaban”.

Sin embargo, no tiene malos recuerdos de la ikastola. “Ni de Lapuebla ni de Labastida. Es que era como si estuviéramos en casa. No recuerdo no haber querido ir a la ikastola, y mis hijas tampoco”.