Vitoria - Son las 19.40 horas y hay un coche patrulla de la Ertzaintza frente a la sede de la Asociación de Vecinos Uribe Nogales de Abetxuko. En la acera, un agente conversa tranquilamente con dos de los miembros de la agrupación. Uno de ellos es Oskar González, que escucha pacientemente las explicaciones que le ofrece el ertzaina. En resumidas cuentas, les viene a decir que la nueva estrategia planteada para protestar contra la delincuencia y solicitar la salida de los pichis del barrio, puede acarrear problemas. Explica que aunque, efectivamente, cumplen el requisito legal de no reunirse en grupos de más de 20 personas frente al inmueble en el que residen los Manzanares Cortés, se intuye organización, se aprecia cierto jaleo y añade que todo ello puede dar lugar a un expediente sancionador. Deja la decisión de continuar con la protesta en manos de los vecinos, pero advierte que tal vez se vea en la obligación de presentar un informe al respecto y adelanta que se identificará a la gente de los grupos. A todos no, sólo a algunos y de forma aleatoria. “Pero, ¿la Ertzaintza actuará de oficio o porque se ha presentado alguna denuncia?”. No hay respuesta concreta, pero todo apunta a que se obra de oficio. En el barrio se comenta que Fede García, portavoz de SOS Racismo Araba, ha presionado al Ararteko para que ponga fin a cualquier tipo de expresión vecinal de rechazo a los pichis. “Mira que no hacemos daño a nadie, pero se ve que alguien está empeñado en que paremos”, explica Pilar, miembro de la asociación y abogada encargada de gestionar los asuntos vecinales de Abetxuko.

Los abetxukotarras se congregan en el interior del local, escuchan lo que ha dicho la Ertzaintza y toman una decisión: saldrán de nuevo. Se expondrán a ser identificados en el convencimiento de que no están vulnerando la ley. El día anterior, cada uno de los grupos realizó alguna actividad al llegar a la altura del número 48 de la calle de El Cristo -unos cantaron, otros bailaron, otros contaron chistes, otros recitaron versos...-, pero en esta ocasión y de forma excepcional, se acuerda que los grupos guarden silencio. Para reafirmarse en su protesta y, porqué no reconocerlo, para no tensar más la cuerda.

En el exterior de la lonja, más de un centenar de personas organizado en torno a una plataforma interpreta las novedades. La clave está en no superar las 20 personas, porque la Ley es clara en ese sentido. Si no se alcanza esa cifra no se puede considerar escrache. O al menos eso es lo que dicen los documentos. Lo que sugieren los agentes es otra cosa bien distinta.

Por espacio de una hora, los pequeños grupos van ascendiendo en lenta peregrinación por El Cristo. Los vecinos, como no podía ser de otra manera, van comentando las noticias que surgen en torno a sus nuevos vecinos. Explican que no saben cómo reaccionarán esa noche, pero cuentan que el día anterior se enfadaron muchísimo. Dicen que salieron a la calle y que agarraron a los agentes de los brazos mientras les pedían que intervinieran. Otra vecina explica como, justo antes de la última nevada, se vio a la familia comprando en una carnicería del barrio de El Pilar. “Compraron carne por valor de 230 euros y pagaron con un billete de 500 euros”, atestigua. “¡Un Bin Laden!”, replica otro vecino en alusión al famoso sobrenombre del billete morado. En todo caso, al grupo le llama la atención que durante el juicio por la ocupación de la casa de Arantxa el portavoz del clan declarara que entraron en la vivienda “por necesidad” y que manejen cantidades tan abultadas en metálico, o que el marido de la hija vistiera exclusivamente con ropa deportiva de marca en el juicio, o que hayan cambiado recientemente de vehículo... Abetxuko es un barrio, pero sobre todo es un pueblo. Y en los pueblos todos los vecinos se conocen bien.

El turno de las anécdotas continúa con la costumbre del cabeza de familia de comprar tabaco siempre en la misma expendedora del mismo bar. “Según va metiendo las monedas, dice en voz alta: ‘esta máquina no es racista”, apunta un vecino. En este sentido, recuerdan que la plataforma vecinal que protesta por la presencia de los pichis en Abetxuko se llama Delinkuentzia Kanpora y de ninguna otra forma.

Al llegar a la confluencia de las calles El Cristo y Txarrakea, se observan cuatro vehículos de la Ertzaintza: una furgoneta y tres coches patrulla. Cuatro agentes de pie, junto a la residencia de los Manzanares Cortés, ven llegar a los vecinos. Un quinto ertzaina contempla la escena sentado en el interior de un coche patrulla. Algunos de los grupos que bajan por la calle advierten al resto de que se han producido identificaciones y aseguran que los policías preguntaban por Pilar, la letrada del colectivo. Varias personas le aconsejan que esa noche no vaya, que se retire por un día de la primera línea del frente, pero ella se niega tajantemente. “Voy a estar donde mi pueblo me necesita”, dice con rabia mientras aprieta el paso para llegar un poco antes a la casa.

Pilar y su grupo se plantan frente a la pequeña edificación de dos pisos y, por ende, frente a los agentes. La tensión es palpable, pero nadie dice nada. Aparece una señora mayor con un andador y uno de los ertzainas rompe el hielo animándole a cruzar por el paso de cebra. La mujer, ayudada por una joven, acaba cambiando de acera por el punto donde tenía inicialmente previsto hacerlo, lejos del paso de peatones. No por desobediencia, sino porque así se evita dar un amplio rodeo y porque las cosas funcionan así en este barrio-pueblo de Vitoria. Con más naturalidad.

El sexto grupo cumple con sus minutos de rigor frente a la casa y comienza la retirada. El número 48 está cerrado a cal y canto, con las persianas echadas y ni una luz visible. Quizás los Manzanares Cortés no estén en casa. “Sí que están, sí”, corrige un vecino. “Les he visto hace un rato. Tenían las luces encendidas hace nada”, amplía. Lo dicho, en Abetxuko la vida transcurre exactamente igual que en un pueblo.

Dan las nueve y los grupos se van diseminando tranquilamente por el barrio. Cada cuál regresa a su casa mientras se despide del resto y se emplaza mutuamente para el día siguiente, en el que no se sabe muy bien qué ocurrirá, porque a veces surgen sorpresas. Lo que es seguro es que Abetxuko volverá a echarse a la calle. Unido o en grupos, en silencio o cantando, caminando o bailando, pero siempre luchando.

hombre de palabra Oskar González, presidente de Uribe Nogales, ha mantenido varios cara a cara con el cabeza de familia de los Manzanares Cortés. En reuniones, en la calle, en televisión y hasta en los pasillos de los juzgados. Asegura que Abetxuko siempre ha tenido problemas, mayores o menores, pero puntualiza que la actitud de esta familia desde que llegó “ha sido la gota que ha colmado el vaso”, por lo que asegura que el barrio “no va a renunciar”. Recuerda que en su última intervención televisiva, Pedro María Manzanares le retó a mostrar públicamente sus respectivos historiales delictivos y propuso ante las cámaras que el que más antecedentes tuviera se largara del barrio. González recoge el guante y asegura estar dispuesto a llevar adelante el desafío hasta sus últimas consecuencias, sobre todo después de que el pasado lunes una juez condenara a los cuatro adultos de la familia al pago de una multa tras hallarles culpables de un delito leve de usurpación por ocupar la casa de Arantxa. “Mi historial está completamente limpio -puntualiza González-, pero tengo la impresión de que el suyo no. Espero que sea un hombre de palabra y que asuma, punto por punto, lo que dijo públicamente”.

Anuncia que, a pesar de los reveses y de la creciente presión que está sufriendo el colectivo -fundamentalmente en lo que a movilizaciones públicas se refiere- “el pueblo va a seguir manifestándose pacíficamente” y que sigue apostando “por las vías legales”. “A pesar de las amenazas, siempre hemos demostrado que Abetxuko es grande, orgulloso y elegante. Podemos reconocer que hemos sido un poco pesaditos, pero da gusto ver el comportamiento del pueblo. Seguiremos adelante, buscando soluciones de convivencia y trabajando para recomponer un barrio que ha sufrido mucho”, concluye.