VITORIA - El nuevo año que arranca en menos de una semana será especial para Tuvisa al conmemorar el medio siglo desde que empezó a dar servicio, de manera oficial, a la reducida Vitoria como empresa municipal para el transporte de viajeros urbanos. Tras varios intentos privados de poner en marcha algo similar, y de coexistencia incluso con un competidor privado, el 1 de enero de 1967, arrancó la andadura de la Tuvisa que ha llegado a nuestros días. Ayer se inauguró en el Palacio de Villa Suso una muestra que recoge estos 50 años con los hitos más destacados y como mejor manera de celebrar sus bodas de oro. “Los billetes de los primeros viajes valían una peseta”, rememora emocionado Valentín Eguíluz, el primer cobrador de la empresa y que ayer se pudo descubrir en una de las fotos de la muestra, junto al autobús de la línea 2 que conducía allá por el año 1963 y estacionado en la plaza del General Loma, que hacía por entonces las veces de cabecera o final de línea para las líneas que surcaban la ciudad. “Se circulaba mucho mejor por una Vitoria en la que no había ni semáforos ni rotondas y el tráfico era inexistente”, relata entusiasmado. Valentín ha sido uno de los trabajadores históricos de Tuvisa, y que ya antes del surgimiento de la actual sociedad municipal, prestó sus servicios en el germen que fue la extinta Vimuvisa. Primero se inició como cobrador de la empresa con unos billetes “en los que se pagaba en función del tramo del desplazamiento que cada viajero hiciera y que iban desde una peseta, el más corto, pasando por la peseta y media y hasta las dos que costaba el de mayor recorrido”, puntualiza Eguíluz. Eran años en los que se cobraba también “una peseta más por el bulto que llevara cada pasajero y que podía ser una cesta con huevos o una maleta”.
Poco a poco comenzó a progresar dentro de sus funciones en la empresa, aunque nunca se le olvidará cómo dio el salto de aprendiz a conductor oficial tras superar el pertinente examen. “Eran años en los que nos tocaba hacer de todo”, apostilla Eguíluz, que también se encargaba de hacer el mantenimiento mecánico de los vehículos de la compañía. “El concejal Albéniz me pilló sacando uno de los autobuses del foso de los mecánicos y me preguntó si tenía carnet. Yo le respondí que no y me llevó delante del gerente de aquella época, Pinedo, y fue el propio concejal el que le ordenó que me presentara para obtener el carné en la autoescuela Zaldívar”, relata con todo detalle el extrabajador que estuvo durante 41 años en la empresa hasta su jubilación en 2004.
Ya con la titulación en su poder recuerda las notables diferencias entre unos vehículos “sin calefacción y dirección mecánica, con el esfuerzo que suponía para hacer los giros y sobre un asfalto no tan bueno como el de ahora”. Los autobuses actuales, a pesar de que el más veterano en el servicio roza las dos décadas, ya vienen equipados todos con su sistema de calefacción, plataforma baja para facilitar el acceso a las personas con problemas de movilidad reducida y tienen una ligera dirección que permite desplazar los vehículos sin apenas esfuerzo. A pesar de las incesantes cifras de aumento en el número de viajeros transportados durante cada mes a lo largo del año ya bien entrado el siglo 21, intuye similitudes Valentín Eguíluz con sus primeros años en Tuvisa. “Utilizaban los autobuses más gente incluso que ahora, y muchos se quedaban en tierra en las paradas porque, literalmente, no cabían”, relató ayer el que fuera trabajador de la empresa.
La embrionaria Tuvisa arrancó con el comienzo del año 1967 con un total de siete líneas hacia Gamarra, Azucarera, Abetxuko, Armentia, Campo de los Palacios, Errekaleor-Armentia y Arana-Eskalmendi, y muchas similitudes con el actual recorrido. La frecuencia era de 30 minutos en cada línea y en las cuatro décadas de servicio de Valentín Eguíluz se agolpan en sus palabras las anécdotas más curiosas, junto con otras que le hacen menos gracia al implicado todavía recordarlas. “En los servicios de primera hora de la mañana habría cerca de 150 personas metidas en unos vehículos con muchos menos asientos que los actuales autobuses”, rememora el extrabajador. Era habitual que en esos viajes con destino a los nutridos polígonos industriales se convirtiera el autobús urbano en el medio de transporte de muchos obreros que aún no tenían su vehículo particular para hacer el desplazamiento. “Muchos días al llegar a la altura del desaparecido bar Las Vegas, ya era imposible que entrara ningún pasajero más y se quedaban en la calle a esperar al siguiente. Más simpático y también ingrato es el recuerdo de los servicios con destino a la base militar de Araka en unas décadas en las que se contaban por miles el número de reclutas que pasaban su periodo de servicio en la capital alavesa. “En el viaje que terminaba obligué a bajar del autobús a un soldado que venía borracho y vomitó en el interior. También le hice lo mismo a su compañero que no paraba de reírse, a pesar de lo desagradable de la situación”, remata Eguíluz como despedida.
Todas estas vivencias son ya parte de un dorado pasado de Tuvisa que se fortalece cada ejercicio con las cifras de viajeros y que pasa página en tan señalada fecha y ya mira a la gran renovación que debe abordar con la llegada del bus exprés y sus nuevas infraestructuras.