a sus 19 años, Gorka Salazar comparte sueños de futuro con muchos chavales de su edad. El primero, concluir una formación que le permita encontrar un hueco en el mercado laboral y, “si todo va bien”, emanciparse. Actualmente, este joven gasteiztarra está aprendiendo jardinería, horticultura y carpintería en un centro especial de día ubicado en la calle Landaberde y, a priori, le tira más la tierra que la madera. “Tiene más trabajo, pero me gusta más”, reconoce Gorka, aficionado a la pintura y a la historia, antes de mostrar un bonito retrato de cuando era niño realizado por su padre. Desde hace año y medio, es también uno de los diez residentes del Hogar Saracíbar que gestiona Apdema, la Asociación a favor de Personas con Discapacidad Intelectual de Álava, un espacio donde, con el apoyo y la supervisión permanente de varios monitores, sus usuarios cuentan con una atención individualizada y acorde a cada necesidad.

José Antonio Aparicio es uno de los compañeros de hogar de Gorka. Se llevan bien, pese a la diferencia de edad, y es habitual verlos bromeando. “Vaya pelos que llevas hoy”, le pincha el joven. “Hoy voy a la pelu, que tengo unas greñas de la hostia”, responde entre risas José Antonio, de 57 años, y morador de este piso desde 1996, su año de apertura. Burgalés aunque vecino de Gasteiz desde que era muy joven, cuando se instaló en la ciudad con sus padres y hermanos, trabaja en un taller de Betoño gestionado por la sociedad foral Indesa, que se dedica al empleo protegido. Más de 20 años allí avalan su capacidad y buena disposición para trabajar. Uno de sus momentos favoritos del día llega cuando, después de la jornada, se pasa por el bar Arriola, situado a unos pocos pasos de casa, y se toma un café. Ya en el hogar, suele ser el encargado de poner la mesa. Entre sus hobbies, ver la televisión y viajar. “He estado en Barcelona, en Tarragona, en la costa cantábrica... Lo que caiga”, enfatiza Josean, que así le conocen sus allegados.

Estitxu López, responsable del programa de hogares de grupo de Apdema, apunta a uno de los objetivos principales que busca la asociación vitoriana con los usuarios de este recurso. “Siempre que alguien pueda hacer las cosas por sí mismo, que las haga, porque así ganará autonomía”, concreta. Junto con Saracíbar, hay en Gasteiz otros siete recursos de estas características, que vienen a ser dos pisos unidos para acoger a un máximo de diez personas. El colectivo gestiona también dos hogares más en Oion -uno de ellos para sólo cuatro usuarios-, otro en Laudio y otro en Amurrio. “Es un servicio de calidad, porque vas a otras comunidades y hay hogares de hasta 30 ó 50 personas. Hay cosas que nos gustaría mejorar, como dar un trato todavía más cercano, pero es un lujo en muchos sentidos”, argumenta López. Son, por lo general, personas con un grado mayor de discapacidad, que necesitan un apoyo constante.

otros recursos Es la Diputación alavesa, que también financia este servicio mediante convenio, la encargada de realizar la valoración de dependencia, lo que sirve para ubicar a los usuarios en uno u otro servicio. Apdema, no en vano, cuenta también con un Programa Respiro, dirigido a niños en edad escolar con necesidades especiales y, como su propio nombre indica, a sus familias, y otro de Apoyo a la Vida Independiente (AVI), destinado a esos usuarios adultos que viven solos, en pareja o comparten piso, pero no tienen apoyos institucionales o familiares directos. En este segundo caso, “se trata de ayudarles a ejecutar su condición de adulto”, según explica de forma diáfana Ignacio Loza, gerente de Apdema. “Tienen unas lagunas, pero con ese apoyo pueden construir su vida”, añade. Un apoyo que llega de la mano de un monitor, que realiza labores de acompañamiento puntual a los usuarios a la hora de buscar empleo, realizar trámites administrativos o gestionar sus hogares, con el objeto de que puedan disfrutar del mayor grado posible de autonomía. Siempre, según puntualiza la responsable de Programas de Apdema, Marta Leiva, “en función de las necesidades de cada uno”.

Txema Sánchez es uno de ellos. Vecino de Salburua, este extremeño de nacimiento pero vitoriano de adopción reside en un piso de alquiler propiedad de Alokabide desde hace casi siete años, tras pasar por distintas etapas, algunas de ellas sin apoyos directos. Como el que desde hace tiempo le presta ahora Aitziber Salazar, una de las monitoras de la asociación. En total, 45 personas se benefician a día de hoy del programa AVI, tres de ellas en Laudio y dos, en Oion, las cinco compartiendo piso. El resto, en Gasteiz.

Txema, amante del rock y el heavy -especialmente de AC/DC- y del cine, vive solo tras varios años compartiendo este piso con su anterior inquilino y trabaja para Indesa desde hace casi 30 años. Ahora tiene 51, para 52. “Antes estaba en la lavandería, pero ahora trabajo en el centro cívico de Judimendi y estoy mucho mejor”, explica desde el impoluto salón de su casa, “contento”, tras superar otras experiencias convivenciales más complicadas. Aitziber, entretanto, pasa a echarle una mano una o varias veces a la semana. Aunque los beneficiarios de este programa tienen un grado de autonomía mayor que los usuarios de los hogares grupales, cuentan también con el hándicap de que suelen contar con muchas menos redes de apoyo. “Por este motivo pueden ser más vulnerables, porque suelen ser personas que están muy solas”, puntualiza Estitxu López.

También en Salburua se encuentra el piso donde todos los fines de semana son acogidos los chavales beneficiarios del Programa Respiro, pensado para dar descanso a sus familias a través de una atención completa. Sus usuarios, que oscilan entre los ocho y los 20 años, disfrutan también durante los veranos de un programa específico de estancias de una semana. A lo largo del año, convierten este piso en su casa desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana, cuando directamente son llevados hasta sus respectivas escuelas.

Durante su estancia, tres cada fin de semana, varias monitoras y una ama de casa se encargan de cubrir sus necesidades básicas y de proporcionarles todo tipo de herramientas de ocio. Apdema cuenta con una furgoneta con la que llevan a los chavales de excursión a pueblos cercanos, a la piscina, al cine... “Les encanta”, corrobora Leiva. “El ocio normalizado es lo que más necesitan. Además se rompen barreras, porque se relacionan normalmente con la gente que se encuentran. No nos quedamos encerrados, sino que se relacionan con la comunidad”, advierte de nuevo en este sentido López. “Y ahí es donde empieza la verdadera integración, replica Leiva.

Hoy -por el pasado domingo- se encuentra a cargo de los chavales Alicia Sáez de Viteri, monitora, que lleva más de diez años trabajando para Apdema. “Ya se han levantado, duchado y desayunado y ahora estamos preparándonos. Hoy toca ir al cine, a la sesión de la mañana de los Florida”, detalla la Sáez de Viteri. Un leve descanso dentro de una jornada frenética. “Luego por la tarde cogeremos la furgoneta y veremos qué hacer. Siempre depende de quién esté, pero aprovechamos a tope el tiempo. La furgoneta les tranquiliza y les gusta mucho”, certifica.