La semana que arranca es santa. Dicen. Y una golosa oportunidad, indiscutiblemente, para romper con la rutina y escapar. Por eso los esfuerzos promocionales de nuestras instituciones han crecido en los últimos años. Aunque mucha gente rabia por ir a la playa o pasarse los días entre afamadas procesiones, Álava tiene potencial para atraer a esos otros viajeros que buscan comer bien, beber mejor, deleitarse con paisajes, disfrutar de largos paseos y darse algún atracón cultural, sin importarles demasiado que pueda hacer frío o llover. Y el objetivo es que acudan cada vez más, si es que todavía queda margen hasta tocar techo. El año pasado, la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Vitoria marcó su récord al recibir a casi 5.000 visitantes y la media de ocupación de los alojamientos fue de un más que aceptable 75%. En esta ocasión, las expectativas son similares. El ritmo de las reservas está de momento al nivel de 2015, más intenso en las casas rurales, ya llenas, que en los hoteles de la capital, donde aún no han terminado de cubrirse todas las plazas en los días fuertes.

“Pero al final sucederá. De Jueves Santo a Sábado Santo estaremos llenos, como el año pasado. Es la previsión que manejamos tal y como van las cosas”, afirma Miguel Ángel Jofre, director de uno de los alojamientos de referencia de la ciudad, el Silken Ciudad de Vitoria. Para el resto de días todavía prefiere esperar, aunque no le extrañaría repetir también en esos casos el escenario de la anterior Semana Santa, cuando hubo una ocupación de entre el 50% y el 60%. “Estamos volviendo a los índices que teníamos al principio de la crisis, allá por 2007 o 2008”, afirma, “ya sea porque se está saliendo del túnel, se empieza a conocer más Vitoria o porque la gente tiene menos miedo a gastar”. De la tercera teoría hay pruebas. Tras un largo periodo en el que él se vio obligado a bajar los precios un 20%, ya en 2015 pudo incrementarlos levemente sin que esa decisión inclinara hacia abajo la curva de huéspedes y este año no han hecho falta promociones ni descuentos para mantener el nivel.

Así que Jofre quiere ser optimista. “En los periodos de ocio estamos volviendo a los buenos tiempos, así que me gusta pensar que estamos en un punto de inflexión”, dice. En eso coincide con su colega Gema Guillerna, capitana del NH Canciller Ayala, a punto también de colgar el cartel de completo de Jueves Santo a Domingo de Resurrección. “La Semana Santa del año pasado tuvo una evolución positiva y la sensación en esta ocasión es igual de buena. Para los tres días fuertes quedan ya pocas habitaciones disponibles. Los restantes serán algo flojitos porque tampoco se puede esperar mucho más. Lo bueno es que vamos a tener estancias de hasta dos noches en muchos casos, como ya sucedió en 2015”, explica. Y eso, que las pernoctaciones se estén alargando, es un muy buen síntoma. Significa que, cada vez más, quien acude de escapada a Vitoria no lo hace de paso sino “con todo perfectamente planificado”, lo que se traduce en gasto.

“Recibiremos sobre todo matrimonios de mediana edad y familias que ya saben antes de venir lo que se van a encontrar, que tienen reservadas las visitas a la Catedral Vieja o la muralla medieval, que quieren pasar un día en Rioja Alavesa o ver Salinas de Añana, así que se quedan algo más de tiempo”, especifica Guillerna, convencida de que ese perfil de visitante preparado, que acaba dejándose los cuartos en la ciudad y la provincia, tiene mucho que ver con las campañas promocionales realizadas. “Se ha hecho un gran esfuerzo en dar a conocer nuestra ciudad y nuestra tierra, que era hasta hace poco la gran desconocida. Hemos abierto la puerta y los visitantes que nos conocen se marchan muy contentos”, subraya. Y ahora lo que espera es que el clima se porte, porque “aunque aquí no sea un factor definitivo puede animar o desalentar las reservas de última hora”.

Se refiere a Vitoria. En otras zonas, concretamente en Rioja Alavesa, el tiempo no es especial motivo de preocupación porque hace mucho que las camas volaron. “Si no llueve mejor, pero para que nuestros visitantes disfruten de una magnífica estancia”, señala Unai Arrillaga, que ha tomado el testigo de su tía, María Arrate Agirre, el frente de Casa Erletxe. Ellos ya cuentan con el privilegio de la ubicación, la villa medieval de Laguardia, lo que les permite acoger clientela todo el año sin más quebraderos de cabeza que los de ofrecer una acogida excepcional para hacer frente a la feroz competencia de agroturismos en la comarca del vino. “Tenemos seis habitaciones y desde hace dos semanas estamos completos. Hemos llenado al ritmo habitual de otros años”, cuenta el joven. Sus huéspedes serán matrimonios y grupos de amigos de mediana edad, la mayoría del propio País Vasco, que acuden para “desconectar, descansar, disfrutar de la gastronomía, las bodegas y los paisajes”. Un perfil que, eso sí, cambia cuando llega el verano y durante el otoño. Entonces su alojamiento se convierte en la ONU. “Casi todo es gente extranjera. De Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia...”, dice.

Se le nota contento. Como a David López de Landatxe, cocapitán de la casa rural Ugarzabal, en Gujuli. En diciembre, un grupo familiar de doce personas la reservó al completo. “Y para nueve días, toda la Semana Santa y más allá”, apuntilla, terriblemente satisfecho. En su caso, la ubicación es un factor importante, “pues estamos cerca de Vitoria, Bilbao, Rioja Alavesa, la cascada del Nervión...”. Pero, además, él está convencido de que también influye la experiencia y el alojamiento. “Contamos con un entorno privilegiado, quince años de gestión y un espacio que bebe del concepto tradicional del caserío, sin spa ni cosas raras, con una huerta a donde llevamos a nuestros huéspedes, intentando siempre que conozcan la forma de vida rural, ya que es para eso para lo que vienen”, explica el joven. Y esos tres ingredientes, junto con un esfuerzo diario, son los que le han permitido romper las estadísticas más negras de la crisis. Sin promociones institucionales. Sin pedir nada a nadie. Sin quejarse de lo corta que a veces puede quedarse la tarta turística alavesa. Sin esperar a que se produzcan milagros. Trabajando con pasión.