gasteiz - Dirige usted el grupo Otras. Perspectivas feministas en investigación social. ¿Qué diferentes perspectivas son esas?

-En nuestro grupo de trabajo la idea es incorporar una pluralidad de miradas desde el feminismo, hay trabajos de investigación que plantean la cuestión de la deconstrucción de los géneros, la pluralidad de sexualidades, la transexualidad... En el grupo, como resumen, hay una amplia diversidad de temáticas y de miradas desde la intencionalidad de contribuir al cambio de las relaciones de género desigualitarias.

Se pregunta en uno de sus trabajos si no estamos imponiendo una nueva suerte de imperialismo al defender los derechos humanos de las mujeres. ¿Estamos hablando de las polémicas sobre el uso del velo por parte de las mujeres musulmanas?

-La Antropología y también mi grupo de investigación y otras colegas estamos ampliando la mirada, sobre todo hacia determinadas afirmaciones que relacionan el velo con el fundamentalismo; la Antropología trata de buscar los significados más profundos y en contextos concretos. Debemos romper esa inercia y esa simplificación de la realidad, ahora que también, con los últimos atentados a los que estamos asistiendo, se relaciona el velo con el terrorismo.

¿Considera que en casos como este, y otros, se enfoca el feminismo desde un punto de vista paternalista?

-Los estados que se declaran defensores de los derechos humanos deben crear condiciones igualitarias para que tengamos derecho al trabajo o a la vivienda digna, temas que a veces se nos olvidan, y no aplicar esas miradas que a veces desde el feminismo han caído en el maternalismo o el paternalismo, que ven a las mujeres como necesitadas de ayuda. Hay una antropóloga que nos ha enseñado mucho de esto, Dolores Juliano, que habla de las posibilidades de resistencia y de lucha que tienen las personas, los sujetos, las mujeres, que están en condiciones de opresión y de desigualdad.

¿Existe un ámbito oculto de discriminación entre las mujeres inmigrantes?

-Claramente, desde que existe una ley que diferencia los derechos que tienen las personas que viven en un mismo territorio ya estamos limitando a la población no nacional en el acceso al trabajo en igualdad de condiciones, a los derechos sociales, a la vivienda... Ahí está el problema, la tremenda desigualdad estructural que hay en el acceso a los derechos. El género también está ahí, miremos a los trabajos a los que se les permite acceder a las mujeres; el lugar que ocupan las mujeres inmigrantes ante la crisis del Estado del Bienestar, el servicio doméstico, el cuidado de personas mayores... Y también está todo ese imaginario con respecto a las mujeres en tanto representantes de la idea del inmigrante como alguien que amenaza nuestros supuestos principios democráticos. Volvemos a lo de antes, el velo se ve como una invasión de otros órdenes sociales o culturales, una serie de prácticas que se representan a través de los cuerpos de las mujeres, todo eso se utiliza para alimentar ese imaginario contra las personas inmigrantes, y olvidamos su aportación, tanto de hombres como de mujeres, para levantar sectores económicos.

Y además esas mujeres inmigrantes están sumidas en la invisibilidad.

-Sólo por venir de otras sociedades parece que están menos civilizadas que las mujeres occidentales, cuando realmente son sujetos de acción como mujeres trabajadoras, capaces de elaborar estrategias de resistencia, de rebelarse... Creo que muchas veces simplificamos el discurso porque hay una gran diversidad, como la hay entre las mujeres occidentales, vascas y españolas. Es importante que esa diversidad que reconocemos hacia nosotros la veamos también en el resto. Ahí veo esa invisibilidad, se las categoriza como si fuesen todas iguales, un grupo homogéneo, como si no hubiera diversidad de credos, religiones o concepciones del mundo.

Las mujeres nacionales viven, por norma general, una situación mejor, pero siguen sin tomar parte en las grandes decisiones del país, se han incorporado al mercado laboral, pero ganan menos dinero; y la maternidad sigue siendo su problema, y no el del hombre, en el ámbito de la empresa. ¿Realmente hemos avanzado algo en los últimos cuarenta años?

-No es tanto una cosa individual, de si las mujeres o los hombres contribuyen a desmontar el machismo, sino una cuestión de cambio de las estructuras. Es verdad que sigue siendo terrible la violencia de género, tanto en los espacios privados como públicos, y esto da qué pensar; tiene mucho que ver con esto el hecho de vivir en una sociedad cada vez más individualista, en la que cada vez se garantizan menos los derechos económicos y sociales. Es un tema que requiere una vigilancia permanente y las instituciones públicas deben ser muy conscientes de ello. Debemos seguir invirtiendo en una educación de calidad.

Ni una candidata a presidenta del gobierno entre los principales partidos que concurren a las elecciones. ¿Qué lectura hacemos de ese hecho?

-Es un reflejo de que aunque vivamos cambios importantes las mujeres hemos estado relegadas, sigue habiendo un orden muy desigualitario en el que, en determinados lugares, no están las mujeres.

¿Hemos idealizado los matriarcados del pasado en busca de respuestas para la vida de hoy?

-Esto es algo muy debatido, hasta dónde ha existido o no un matriarcado, si ha habido sociedades con un orden más igualitario... Yo a mis alumnos les digo que parece que necesitamos pensar que ha existido algo para que sea posible. No es fácil interpretar el pasado, pero tampoco es necesario saber que ha existido algo para que creamos en la posibilidad de que pueda ser. Yo prefiero, aunque sea muy utópico, pensar que realmente hay que construir sociedades más igualitarias, lo tenemos en nuestra mano, y la pregunta es por qué es tan difícil. En un orden capitalista y neoliberal es muy difícil que consigamos la igualdad.