el 17 de mayo de 1909 los donostiarras Vicente Ameztoy, Felipe Mª de Azcona y Juan Múgica se subieron al coche de su amigo Gabriel Echanove y recorrieron la Vitoria de la época en busca de un lugar en el que realizar las primeras pruebas de su aeroplano, confeccionado tras haber contemplado a los hermanos Wright en la localidad francesa de Pau. La búsqueda fue exhaustiva. Se decantaron por dos zonas, Araca y Lacua, pero la segunda ganó la partida y unos días después pedían ayuda al Ayuntamiento de Vitoria para construir una barraca de 25 metros de largo en la que cobijar su aeroplano, bautizado AMA por las siglas de sus apellidos, que iba a despegar allá por el mes de junio. No fue sin embargo hasta el 4 de agosto a las 20.00 horas cuando, con Ameztoy a los mandos, su amigo Azkona cortó la cuerda que sostenía el aeroplano y éste empezó a descender la pendiente, despegando para, sesenta metros después, acabar chocándose contra un carro que cruzaba por el lugar equivocado en el momento equivocado. Los vitorianos presentes acababan de contemplar el primer vuelo -más o menos- de un aeroplano en España. No era lo que muchos esperaban y tampoco se volvió a repetir, provocando el escarnio de la época con canciones que rimaban versos como “si vas al campo de Lacua a ver el biplano, te llevarás un chasco más que soberano; aquel chisme tan singular, nunca sale del hangar”.

No hubo que esperar mucho hasta que tres gasteiztarras tomaran el relevo de sus vecinos de San Sebastián. Heraclio Alfaro, José Martínez de Aragón y Ramón Ciria decidieron ponerse manos a la obra y emular a sus predecesores incluso en el nombre de su planeador, al que llamaron ACA, también por las siglas de sus apellidos. Lo que cambiaron fue el lugar de la prueba, dejando Lacua para jugársela en el monte de la tortilla una tarde de agosto de 1910. El primer intento acabó sin suerte y con el aeroplano dañado. En el segundo, una hora después y con Heraclio Alfaro de piloto, la máquina acabó hecha añicos.

Olvidado el monte de la tortilla, las campas de Lacua se convirtieron en el epicentro aeronáutico de Vitoria, albergando los dos años siguientes las llamadas fiestas de la aviación. En diciembre de 1912, el piloto francés Léonce Garnier, habitual en esas celebraciones, pedía permiso, de la mano de dos concejales del Ayuntamiento, para abrir la primera escuela de aviación de la ciudad.

Antes de Ryanair y las subvenciones las cosas tampoco se hacían, por cierto, de forma muy distinta, pues según el acuerdo el Consistorio construiría el hangar y libraría a la escuela de pagar el impuesto municipal. A cambio, Garnier se comprometía a mantener abierta la escuela durante seis años, bajo pena de tener que pagar la mitad del coste de construcción del hangar, que ascendió a 6.016 pesetas, la oferta más exigua de las tres presentadas, -las bajas temerarias no se inventaron ayer- si no cumplía su parte. Y así, el 16 de marzo de 1913 quedaba inaugurado el aeródromo de Lacua. Con el piloto francés volando continuamente por otros puntos del Estado, el vitoriano Heraclio Alfaro se convirtió en el director de la escuela de vuelo, pero al ser aún menor de edad era su padre el que oficialmente constaba como responsable.

Pasados los años, en 1922 el Ayuntamiento concedió a Alfaro los derechos de uso del aeródromo en detrimento de Garnier. Un lugar que, según recoge el libro Historia de los aeropuertos de Vitoria, publicado por AENA hace diez años, sólo contaba como referencia de su localización para los aviones que querían aterrizar “la cercanía a la ciudad” y “una T blanca dibujada como guía para los pilotos”. Vitoria habría de esperar hasta el 29 de septiembre de 1935 para decir adiós oficialmente al aeródromo de Lacua y dar la bienvenida al nuevo campo de vuelo de Zalburu, junto a la carretera de Irun. Cuatro años antes, el vitoriano Jesús Martínez de San Vicente había empezado a insistir a las autoridades de la necesidad de construir un aeropuerto en condiciones.

cambio de aires El Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación alavesa recogieron el guante y propusieron al Gobierno central las campas de Zalburu -hoy Salburua- tras descartar su ubicación en Otazu y Lasarte. El 18 de junio de 1934 autorizaban la construcción del que bautizarían como aeropuerto José Martínez de Aragón, en memoria del primer piloto español que había realizado un looping (giro vertical de 360 grados en el aire), nacido en Vitoria y fallecido en accidente aéreo en 1930.

El aeródromo de Zalburu fue utilizado durante la Guerra Civil, y pasará a la historia por ello, como base entre marzo y diciembre de 1937 para la Legión Condor alemana, responsable del bombardeo de Gernika el 26 de abril del mismo año. Según recoge el citado libro de AENA, uno de los aviones de la Alemania nazi acabó estrellándose un día en plena Plaza Nueva de Vitoria “tras una noche de juerga” de su piloto en el hotel Frontón, muriendo en el accidente y llevándose por delante a dos lecheros vitorianos.

El aeródromo del ahora barrio de Salburua dispuso el 16 de agosto de 1937 de la primera ruta de Iberia en Vitoria, como punto final del trayecto Tetuán-Sevilla-Cáceres-Salamanca-Burgos-Vitoria, que tres veces por semana partía de la ciudad marroquí a las 9.50 horas y aterrizaba en la capital alavesa a las 16.50 horas transportando 17 pasajeros. Posteriormente llegarían nuevas líneas, como la Mallorca-Barcelona-Zaragoza-Vitoria. Después de la Guerra Civil el aeropuerto adquiriría el nombre del General Mola, que falleció en Burgos en 1937 en un vuelo que había despegado antes de la capital alavesa.

Sin actividad durante años, no fue hasta 1948 cuando volvió a abrirse al tráfico aéreo, aunque ya por la época los pasajeros que pisaban el aeropuerto eran escasos, poco más de 24 al año, entre otras cosas porque su pista se encontraba en mitad de la N-1 y hubo que instalar un paso a nivel que prohibía el acceso al tráfico durante los aterrizajes y despegues. Hubo intentos de reactivarlo, y en julio de 1952 un avión de la compañía Aviaco aterrizaba en Vitoria tras salir de Madrid como primer vuelo de una línea regular que, no mucho tiempo después, acabaría cancelándose por su escaso éxito, coincidiendo además con la apertura del aeropuerto de San Sebastián. El aeródromo quedó desde entonces abocado a su uso para la aviación deportiva, hasta que en julio de 1970 arrancó la búsqueda de un nuevo emplazamiento, el embrión de lo que sería la terminal de Foronda.