Vitoria - En ninguna parte está escrito que, si la economía crece, de forma automática aumentan los puestos de trabajo. Pero lo que sí decía el manual más brutalmente honesto de la crisis es que la salida del túnel conllevaría la reforma a peor del mercado laboral. Que si se creaba empleo, iba a ser temporal, discontinuo y precario. Y así está sucediendo en la práctica. La falta de oportunidades lleva a personas hartas de estar en la lista del paro a aceptar propuestas que ni siquiera garantizan su supervivencia, de pocas horas a la semana y sueldos paupérrimos, que sólo les permiten desconectar un rato y les hacen creer que tal vez con el tiempo verán mejoradas sus condiciones o que de esa forma será más fácil encontrar un trabajo decente. Hombres y sobre todo mujeres que pasan a formar parte de la llamada población ocupada aunque no lleguen a fin de mes y que acaban dándose cuenta de que, en realidad, su situación ha empeorado. Para Lanbide, la vía por la que podía surgir alguna oferta de trabajo, ya no existen.

Y lo más triste de todo es que resulta muy complicado encontrar a personas en esas circunstancias que se atrevan a contar su historia, aunque sea sin dar la cara ni desvelar su nombre. Les da miedo que, al revelar detalles, se sepa quiénes son y su denuncia les perjudique al buscar otros empleos, que les convierta a ojos de los empresarios en trabajadores conflictivos. “Pero esto es indignante. Parece que todo el mundo está trabajando o empezando a hacerlo. Y no es verdad. Porque esto no es trabajar. Y hay que decirlo bien alto. Hoy me pasa a mí, mañana le puede pasar a otro”. Lo dice una vitoriana, madre de una joven psicóloga que, tras estudiar la carrera y realizar varios másteres, acabó por aceptar un trabajo de lo suyo: un contrato de tres horas a la semana, diez horas al mes, por el que cobra 130 euros. Y si ya fue duro aceptar algo que es hambre para hoy mismo, encima ahora ha descubierto que, al hacerlo, ha perdido la oportunidad de trabajar unos días, como la pasada Navidad, en las salas de ordenadores de los centros cívicos haciendo sustituciones. La gota.

“Y por eso quiero hacer una denuncia de las prácticas de empleo. Que la gente se entere de lo que hay”, continúa la madre. Se le nota el enfado porque el estallido es reciente. Fue el pasado viernes cuando la hija preguntó en Lanbide por la situación de la bolsa de empleo para ese trabajo de bedel en Navidad. El año pasado le habían llamado del Servicio Vasco de Empleo porque cumplía los requisitos y daba por hecho que esta vez sería igual. Pero no. Se equivocó. Ya no puede acceder a ese puesto porque, al haber sido contratada, para Lanbide “está activada”. Y ciertamente así es. Tiene un empleo. El problema está en que dista mucho de lo que la Declaración Universal de Derechos Humanos entiende como tal. No cuenta, ni de lejos, con “una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera de otros medios de protección social”.

Su familia la mantiene. “Le doy de comer, la visto... Todo”. Y no puede solicitar ayudas porque consta como empadronada en casa de sus padres, o al menos eso le dijeron cuando se informó. Resulta complicado ver la luz. A día de hoy, Álava sufre una temporalidad del 93% en contratación, lo cual se agrava en el caso de las mujeres, que protagonizan más de la mitad de los empleos con jornadas parciales, a veces irrisorias. Y ya se sabe qué pasa con la precariedad, que lanza al trabajador a un presente sin seguridad económica que afecta a su bienestar psicológico. Esa fe ciega que existía antes en la idea de que un individuo, con esfuerzo personal, acabará obteniendo la estabilidad que busca se ha desvanecido. Ahora lo normal es que se generen sensaciones de dependencia, cansancio, desilusión, frustración... “Mi hija se aferró al trabajo en la residencia como un clavo ardiendo, porque ella es así, quiere estar activa. Pero sólo ha tenido trabajo, lo que se puede considerar trabajo, seis meses. De enero a junio de este año”, cuenta la madre. Es, simplemente, una situación desesperante.

Álava precaria. DNA publicó el 30 de octubre una radiografía del nuevo empleo en Álava. Aunque hay 1.300 personas más con trabajo que el año pasado, los contratos indefinidos ya sólo suponen el 4% del total y los temporales que se llevan a cabo se caracterizan por ser de corta duración, a veces incluso de una semana, con jornadas parciales irrisorias como la de la protagonista de este artículo.