hay citas a las que los vitorianos nunca faltan, y aunque ésta es una época en la que el estío y las vacaciones llevan a muchos gasteiztarras a exiliarse en climas más amables que el nuestro, ayer en las calles de Gasteiz había ambiente más que de sobra como para disfrutar un año más del Día de Santiago. Ya a primera hora de la mañana neskas y blusas se dirigían al centro, cruzándose por el camino con quienes, derrotados y somnolientos, o incluso aún apurando los últimos minutos de la farra nocturna, se dirigían al catre.

Los ajos de la Cuesta son sin duda uno de los símbolos en el ensayo general de La Blanca, y la gente cumplió, estimulada por un clima fresco pero seco, que no invitaba mucho a tomar el mariano en una terraza, pero sí a pasear y recorrer los puestos en busca de la mejor relación calidad-precio. Los comerciantes no se quejaban de cómo iba la mañana, las ventas fluían en una calle atestada, y por la Virgen Blanca bajaban parejas mayores, familias jóvenes y algún solitario con la ristra al hombro, sorteando a los vendedores de globos, a los turistas y a las decenas de blusas y neskas que, al son de las charangas, bailaban los éxitos de ayer, de hoy y de siempre.

Ángel Izal, de Corella, atendía a los vitorianos en su puesto, ubicado frente a la entrada de la Kutxi. Ángel es un veterano del Día de Santiago, un profesional que controla el producto de inicio a fin, pues como él mismo contaba, su familia cría los ajos que luego se venden, y muy bien, en Gasteiz. “Nosotros tenemos ya cogida la clientela y vendemos lo que traemos, aunque si podemos hacer nuevos clientes, mejor”, señala Ángel, que así, a ojo de buen cubero, calculaba haberse venido hasta la capital alavesa con unos 5.000 kilos de ajos. Todos y cada uno de esos frutos de la tierra irán a parar a la olla de los vitorianos, pues los ajos de Izal no se pudren.

Dan fe de ello, al menos, Antonio de Bustos y Carmen Simón, matrimonio fiel al agricultor y comerciante de Corella. “Solemos venir todos los años, vemos las ofertas, pero al final lo barato sale caro, si te salen malos no los consumes”, explica Carmen. Ángel explicaba que busca vender siempre “la mejor calidad que hay” en un mundo, el del ajo, que como todo en esta vida es más complejo cuanto más se profundiza en sus entresijos. “Hay muchas clases de ajo, hay de regadío, de secano, que es el nuestro, los hay que parecen muy bonito, chinos, de color rojo... Hay muchas clases, pero la calidad de verdad se ve según cuánto tiempo duran sin perderse”, explicaba el experto.

Escasos metros más abajo, de camino a la confluencia con Mateo Moraza, Roberto Aragonés atraía a la clientela con su carisma y un precio de cuatro euros el kilo. Él vive en Bilbao, pero su ajo es de Corella, buen ajo que “el que entiende sabe diferenciar por el olor, por la forma y por el sabor, hay que probarlo”.