Y llovía y llovía. Y el pantano se llenaba más y más, sin que el obstinado cielo diera tiempo a que el contenido del vaso bajara. Y las compuertas escupían agua con moderación, en un intento inútil de aliviar Ullibarri Ganboa sin cargar el Zadorra. Y el río, cebado como un pato por las últimas borrascas, el progresivo deshielo y el desembalse de días pasados, corría cada vez con más glotonería, el botón desatado a la altura de Vitoria y las costuras reventadas cauce abajo, devorando campos y carreteras, convirtiendo en islas los pueblos de Víllodas y Trespuentes. Y las previsiones meteorológicas anunciaban precipitaciones por un par de jornadas más. Mal asunto. Había que sentarse y tomar decisiones. Y se eligió una: evitar el desbordamiento de la presa disparando el ritmo de evacuación a 70 metros cúbicos por segundo, una barbaridad no muy frecuente. Pero nadie, en realidad, se quedó tranquilo. Las inundaciones al otro lado podrían ir todavía a más.

Eran las cuatro y media de la tarde de ayer cuando se conocía la medida, fruto de la reunión de urgencia de la Mesa Interinstitucional del Seguimiento del Sistema del Zadorra, compuesta por URA, la Dirección de Atención de Emergencias y Meteorología adscrita al Departamento de Seguridad del Gobierno Vasco, la Diputación de Álava, el Ayuntamiento de Vitoria, Amvisa, el Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia e Iberdrola. El organismo había solicitado a la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) el “desembalse preventivo a 70”, esgrimiendo “la excepcionalidad de una situación en la que confluyen adversas predicciones hidrometeorológicas, registros de datos reales significativamente importantes y un volumen de agua embalsada excepcionalmente alto”. Y su petición había recibido el visto bueno. Para entonces, el pantano se encontraba ya a más del 91% de su capacidad. Un par de horas antes no pasaba del 89%. Otra cuestión iba a ser, no obstante, el impacto en el río, desbordado para entonces y eso que el ritmo de evacuación había sido de 60 metros cúbicos por segundo durante la noche y había bajado a 45 a lo largo de la mañana. “Haremos un estrecho seguimiento del caudal para aminorar en la medida de lo posible cualquier afección”, prometieron desde la Mesa.

Los pueblos devorados por el agua no sabían si reír o llorar. “Estamos ya cansados de hablar de esto. Es el problema de siempre. Y ahora mismo sólo podemos hacer dos cosas: esperar a que pase el temporal y, a continuación, celebrar la reunión pedida con todas las instituciones y organismos competentes y con los colectivos ecologistas, y no levantarnos hasta haber encontrado y garantizado una solución”, señaló el presidente de la Junta Administrativa de Trespuentes, Davide Di Paola. Desde URA siempre les han dicho que sus campos y carreteras se encuentran en zonas naturalmente inundables y que no hay nada que obstruya el caudal porque la limpieza es constante, pero los afectados están seguros de que se podrían desarrollar tanto acondicionamientos que no dañaran la biodiversidad como obras para evitar inundaciones al estilo de las de Vitoria, y que si no se hace es porque cuestan mucho dinero y ellos son ciudadanos de segunda. Una teoría -la del abandono- que, cierta o no, nunca ha acabado por desanimarles. Los daños materiales, y consecuentemente personales, que sufren son lo suficientemente importantes como para seguir alzando la voz.

Este martes, antes de que Trespuentes quedara completamente inundado por un mar de agua dulce, un agricultor con campos de cereal le contaba a Davide que llevaba ya contabilizados 8.000 euros de pérdidas por las avenidas de los días anteriores. “Lo van a perder todo. ¿Y qué hay de la simiente, del abono, de las horas de trabajo invertidas?”, lamentaba el presidente de la Junta desde la isla. A esa hora sólo se veía agua alrededor, un paisaje desolador ante el que únicamente cabía preguntarse qué pasaría si alguien tuviera en ese momento una urgencia. “Tendríamos que intentar atravesar los caminos rurales, que están llenos de boquetes por la maquinaria agrícola, o llamar a un helicóptero. Ya vino uno en una ocasión”, respondía otra vez, sin disimular su hartazgo. En pleno siglo XXI, en un rico territorio como es Álava, la gente de su pueblo y de Víllodas no salen de casa cuando quieren, sino cuando pueden. Cuando el río les deja. Y están seguros de que ese riesgo de incomunicación existe por falta de voluntad. La de los políticos, ésos que ayer, a la hora y media de decidir la subida en el ritmo de evacuación del pantano, recibían de la CHE la noticia de que era muy probable que hubiera que llegar a los 80 litros por segundo.

Llovía y llovía. Y el pantano seguía llenándose: 91,39% y subiendo. Por suerte, parecía que el Zadorra estaba aguantando bien la embestida de los 70. A las seis de la tarde, la estación de Etura pasaba del nivel naranja, indicativo de inundaciones, al amarillo, que se activa cuando hay riesgo, mientras que Abetxuko, que se había acercado peligrosamente al rojo, se estabilizaba en la alerta mandarina. Un escenario que no se movió hasta que Vitoria, con un ojo abierto, se fue finalmente a dormir .