Nuestra vida es un eterno ovillo de decisiones. A veces, certeras. A veces, equivocadas. A veces, fáciles. A veces, enrevesadas. Qué comer, qué beber, cómo dormir, con quién compartir, a dónde viajar, qué libros leer, qué películas ver, qué música escuchar, qué casa comprar, cuánto aguantar, a quién besar, cuándo hablar, cuándo protestar, cuándo callar... Nuestra vida es la que es por los pasos que resolvemos dar. Y al elegir la zancada, nos hacemos responsables de las consecuencias positivas o negativas que nuestras elecciones puedan generar. Siempre las habrá porque escoger es necesario, fundamental e inevitable. Son responsabilidades que debemos asumir. Y a una de las más gordas se enfrentan ahora miles de alumnos del último curso de Bachillerato en Vitoria. Han llegado a ese tramo del hilo en el que han de resolver qué carrera estudiar. Según la titulación que elijan, su existencia tomará distintos rumbos y lo que construyan a partir de entonces será de una determinada manera. Algunos son conscientes de la trascendencia. Otros, no tanto. Pero todos van a pasar por la obligatoriedad de escoger. Ciencias, Letras, aquí, fuera... Y van a pasarla muy pronto. El plazo que dictará el próximo capítulo de sus historias personales termina en el mes de mayo. Una cuenta atrás tamizada por las dudas que ayer trató de allanar el Salón de Orientación Universitaria.
Han pasado ya nueve ediciones desde que se celebró la primera feria y, aunque el mundo haya cambiado, el abanico de emociones de los futuros universitarios sigue dando el mismo aire. El Hotel Ciudad de Vitoria olía a la vocación de los afortunados que pronto tuvieron claro qué estudiar y a la incertidumbre de quienes siguen necesitando de ayuda profesional y familiar para despejar las incógnitas que les suscita la nueva etapa de sus vidas. Isabel Martínez, estudiante del colegio Urkide, pertenece al primer grupo. En un hogar lleno de ingenieros, decidió que sería arquitecta “desde pequeña”. El paso del tiempo no modificó su elección. Tampoco lo ha hecho el estallido de la burbuja de la construcción. Está impulsada por una pasión perenne, intrínseca. “Siempre lo he sentido así y es lo que haré. Y ya sé dónde voy a estudiar: en la Politécnica de Madrid”, desveló. Ayer, sin embargo, no pudo informarse todo lo que hubiera querido sobre ese centro porque no estaba entre los 25 que integran la feria itinerante; una buena muestra de la mejor educación superior privada y pública que se reparte por todo el Estado, de norte a sur, desde el País Vasco hasta Andalucía, organizada por e la consultora especializada en estudios de postgrado Círculo Formación.
Mientras Isabel resumía su futuro inmediato, Silvia Luengo la miraba con el inevitable desasosiego de quien tiene tantas inquietudes que no sabe cómo acertará. Compañeras de clase, la segunda es una chica indistintamente de Ciencias y de Letras que, tras varias cribas, se ha encontrado con dos cartas encima de la mesa. “O hago el doble grado en Deusto de Administración y Dirección de Empresas con Ingeniería en Tecnologías Industriales, o me decantaré por Traducción e Interpretación, tal vez en la UPV, porque me encantan los idiomas, muchísimo”, desveló. Su decisión final dependerá de lo que los sentimientos le dicten. Ni ella ni su amiga piensan en qué carreras tienen mejores salidas profesionales. “Eso no nos preocupa. Lo importante es que nos guste lo que estudiamos”, afirmaron ambas, con una convicción desarmante, sin dejar de rellenar las encuestas facilitadas a todos los participantes en el Salón de Orientación Universitaria para conocer mejor sus inquietudes, sus dudas y necesidades.
La crisis no parece que haya disparado el espíritu práctico de los jóvenes en su toma de decisiones, guiándoles en masa hacia aquellas titulaciones de sectores emergentes que huelen a apuesta segura en el futuro. Quizá la cota de desempleo es tan alta y el túnel pinta aún tan oscuro que resulta inevitable que la batalla la continúe ganando el corazón. O puede que, por inercia, todavía triunfen las titulaciones de siempre. Desde el atareado stand de la UPV reconocían que, por la razón que sea, “los grados más demandados siguen siendo los mismos, apenas ha habido cambios”. Dos de ésos son Administración y Dirección de Empresas y Económicas, que ahora también se ofrecen en un dos en uno, lo que permite finalizar ambas titulaciones en cinco años. Un pack cada vez más solicitado por el que finalmente se ha decantado el alumno de Urkide Enrique Martínez. “El año pasado estuve mirando ingenierías, pero Dibujo se me ha dado mal. Así que empecé a pensar en qué me gustaba realmente, qué era lo mío, y estoy seguro de que esto es lo que quiero”, afirmó el joven, tras haber recopilado toda la información necesaria sobre centros que lo imparten, periodos de matriculación, notas de corte y tarifas.
A Enrique le gustaría estudiar en Sarriko, aunque tampoco le importaría quedarse en Vitoria ni se le caerían los anillos por distanciarse aún más de casa. “Como estoy becado, el abanico de oportunidades es más amplio, y no descarto Madrid, por aquello de que es una gran capital donde hay empresas potentes y pueden surgir más oportunidades”, matizó. En breve piensa resolver esa duda, la única que le queda. Más difícil lo tiene Iker Lorenzo, estudiante del instituto Koldo Mitxelena, que a cuatro meses del inicio del plazo de preinscripciones solamente sabe que será universitario, pero no qué titulación cursará ni en qué centro lo hará. “Desde primero de Bachillerato pensé en hacer una ingeniería, pero la verdad es que a día de hoy todavía no tengo claro cuál de todas las que hay”, confesó el chaval. Algunas ya las ha descartado porque no tiene la nota de corte exigida pero, aun así, la horquilla sigue siendo muy amplia. Por suerte, el baile del reloj de arena todavía no le tiene agobiado. O, si se siente nervioso, no se le nota demasiado. “Antes de hacer la Selectividad tengo que haber tomado una decisión y creo que lo conseguiré. Mi familia no me presiona. Lo único que me dice es que elija y haga lo que de verdad me guste. Y eso es lo que haré”, subrayó.
Ese mismo factor es el que ha impulsado la elección de la estudiante Leire Erviti, aunque ha dejado una puerta abierta a otras posibilidades. “El año pasado decidí que haría Biología y que cursaría el grado en la UPV. Me gusta mucho la ciencia y quiero hacer investigación. No obstante, reconozco que siempre me he movido entre el mundo biosanitario y las humanidades, así que quién sabe si de repente acabo matriculándome en Filología Hispánica o Filosofía. No quiero cerrar puertas a mis pasiones”, explicó la joven. Lo que sí tiene claro es que si para poner en práctica lo que estudie debe irse al extranjero lo hará con los ojos cerrados. “No lo descarto, al contrario”, dijo. Isabel y Silvia también son conscientes de las dificultades del mercado laboral español y no sólo están dispuestas a salir de casa en el futuro, sino que tienen asumido que probablemente llegará ese momento. “Y lo haremos”, señalaron las dos, aunque admitieron que les gustaría que fuera con billete de vuelta.
Un buen reflejo de esa actitud compartida por muchísimos chavales es la importancia que las nuevas generaciones están dando a los idiomas. Enrique, por ejemplo, domina el euskera y el inglés y hace unos años que empezó a recibir clases de alemán. “Cuantas más lenguas conozcamos mejor y, por suerte, tengo facilidad”, afirmó. Su previsión, no obstante, va aún más allá. Consciente de la crisis y de la necesidad de destacar, él ya ha planificado qué hará en al menos los próximos ocho años. “Estudiaré el doble grado de ADE y Económicas en una universidad pública, y después haré un máster especializado en una privada”, sentenció.