Una cortina de vapor glacial rasgaba la oscuridad de la colina almendrada a las seis y media de la mañana. Varias figuras humanas se dibujaban a través de ella en la calle Fray Zacarías Martínez, como un rosario de cuentas congeladas que arrancaba desde la entrada de Villa Suso. Siluetas de abuelos, padres y tíos guardando cola por una ilusión. La de sus niños. A mediodía, Melchor, Gaspar y Baltasar entrarían en el palacio para recibir a los más pequeños y sólo madrugando sería posible recortarles la espera. José Luis se enfundó ropa gruesa y aguardó con paciencia a que transcurrieran las primeras horas de la jornada. “Por las sobrinas, se hacen los sacrificios que hagan falta”, confesó. Para cuando las dos niñas aparecieron por allí con otros familiares, la niebla comenzaba a levantarse y el convoy era tan largo que los últimos de la fila habían asumido ya que comerían a la hora de la merienda. Pero a nadie parecía preocuparle el contratiempo. Cuando Sus Majestades de Oriente llegan a Vitoria, nada importa salvo regalar recuerdos de felicidad a quienes todavía creen en el don de la ubicuidad, la fortuna sin límites, la generosidad a raudales y los ojos que todo lo ven. En ellos, los espléndidos Reyes Magos.

La puntualidad de los monarcas fue británica, pese a su origen oriental, gracias al buen hacer de Renfe. Una moderna unidad locomotora les dejó a las once de la mañana en la estación de la calle Dato. Para entonces, cientos de familias aguardaban ya su llegada. Marian, su hija Martina y su nieto Unax habían logrado hacerse hueco entre la marabunta para presenciar el desembarco en primera fila. Este año tenían un propósito especial: entregar el chupete del txiki a Gaspar. “No volverás a utilizarlo nunca más, ¿verdad? Porque ya eres mayor”, conminaban las dos mujeres al pequeño de tres años, que asentía con la mirada empañada por el asombro. El recibimiento a los monarcas estaba siendo, un año más, apoteósico. Sus Majestades se subieron a los vehículos clásicos que siempre les reserva la ciudad para esta ocasión y se encaminaron, sin dejar de saludar a un lado y otro de Postas, hasta la Plaza Nueva, acompañados de carteros reales, abanderados, dos fanfarres, el grupo de danzas Algara y un tractor repleto de regalos entre los que Unax se afanó por descubrir su camión y unas cajas de Lego. “No nos perdemos nunca este momento desde que está él. En todas las casas debería haber un niño porque las Navidades con ellos son otra cosa, son pura ilusión”, aseguraba la abuela, puro reflejo de felicidad.

Veinte minutos después de haber aterrizado en la estación de Dato, los Reyes Magos entraban en la Casa Consistorial para saludar a niños y mayores desde el balcón. Fueron momentos de gritos, aplausos y mucha emoción, aunque lo mejor estaba por llegar: la cita cara a cara en Villa Suso. Pasadas las doce de la mañana, las puertas del palacio se abrieron para que los niños pudieran conocer a los monarcas, sentarse en sus rodillas, hacerse fotos, contarles secretillos, darles las cartas con sus peticiones -todavía quedaba algún que otro rezagado- y comerse a besos a sus favoritos. El de Asier, un chaval aún creyente para su fortuna, es Melchor. “¿Por qué? No lo sé, pero siempre ha sido así. Y cuando le vea le recordaré que le he pedido unos juegos de la Wii y que me he portado bien”, apuntillaba, poco antes de que comenzara la recepción oficial, desde los primeros puestos de la cola. Esperaba junto a su abuela, Rosa Mari, muy contenta por poder disfrutar de la alegría contagiosa del chico y de sus otros tres nietos, acompañados también por dos tíos y los padres. “Un amigo de la familia ha venido a las seis de la mañana para coger sitio. Cada año nos vamos turnando”, aclaró ella, convertida ante los medios en portavoz de la familia.

Cámaras, micrófonos y cuadernos revoloteaban a lo largo de la cola de Fray Zacarías Martínez para escudriñar las emociones de los más pequeños. Los Reyes Magos tienen la capacidad de, además de ser noticia, convierten en protagonistas a sus admiradores. Y los fans tenían ganas de hablar. “Me llamo Ana Lezkano Ibarrondo...”, comenzó una pequeña ante la pregunta de DNA, continuando hasta el cuarto apellido. La sobrina mayor de José Luis, ése que había acudido a la entrada de Villa Suso cuando el día todavía era noche, no cabía en sí de gozo. Pletórica por la llegada al fin de los Reyes Magos, se moría por saludar a Gaspar. De todos es su favorito porque “es muy simpático” y tenía muy claro lo que iba a decirle en cuanto se sentara a su vera. “Que me he portado súper bien y que me traiga lo que le he pedido: un juego para jugar y una sorpresa. También le desearé mucha suerte en la vida y le daré unos cuantos besos”, afirmó, con una tierna convicción, mientras a su tío se le caía la baba. “Con los niños no puedes tener ganas de que acabe la Navidad. Hemos estado a tope y muy a gusto todos los días”, reconoció.

Unas posiciones más atrás, dos familias amigas estudiaban cómo introducir el carrito del más pequeño en la cola sin provocar un tsunami. Cada vez era más larga y los de atrás, impacientes, empezaban a apretar. Mientras tanto, los restantes tres hijos, Asier, Leire y Alain, suficientemente mayores como para paladear el honor de ser recibidos por Sus Majestades de Oriente y suficientemente pequeños como para creer a pies juntillas en la magia, se preguntaban si todos sus deseos se verían colmados: un videojuego, un disfraz de Frozen y un baraje de bomberos y otro de helicópteros, respectivamente. Ellos estaban convencidos de que se habían ganado los regalos por portarse bien. “Por portarse bien... Hoy, casualmente, sí que se están portado bien”, se reía una de las madres, Susana, para a continuación recordarles que en las cartas habían asegurado que este año todavía serían mejores niños. Una promesa que los tres reconocieron y que pretendían refrendar regalando “muchos besos” a sus favoritos: Baltasar, Melchor y Gaspar, por ese orden.

A los monarcas se les desgastó la cara durante la recepción oficial, que se alargó hasta las seis de la tarde. Y sólo una hora después, ya estaban en la Plaza Bilbao, sentados en sus carrozas, dispuestos a dar comienzo a una cabalgata espectacular. Se esperaba de ellos lo más y lo dieron todo, dispuestos a hacer olvidar durante un rato los lamentos de la crisis, atiborrando la ciudad de notas jubilosas, colores vibrantes, seres fantásticos y acrobacias perfectas con la participación de 360 personas. Los cuatro grupos de teatro que les acompañaron en esta ocasión arrancaron un montón de aplausos. Kanbahiota materializó su espectáculo Estrellas fugaces, con 18 equilibristas, zancudos y malabaristas azulados. Los italianos de Nouvelle lune deleitaron al público con su danza de espíritu juglar. Krash consiguió impactar con sus cyborgs futuristas y los kromacolors, acompañados de puñados percusión. Y los ingleses Neighbourhood watch stills international abrieron más de una boca con su oruga gigante. Fueron aperitivos perfectos antes de los platos fuertes: unos Reyes Magos que, a bordo de deslumbrantes carruajes, repartieron tantos besos como niños y mayores mientras todos coreaban sus nombres. Y aún les quedaron energías para dejar en cada casa uno o más regalos. Como para no creer en la magia.