El Albergue de la Catedral, el único de Vitoria, recupera la quietud después de un puente de camas repletas. Ha habido familias, parejas y grupos de jóvenes, turistas de culo inquieto que vinieron a disfrutar de los reclamos alaveses sin dejarse la cartera en dormir, pero con la seguridad de descansar caliente, cómodo y en silencio. El alojamiento que nació hace dos años con la reforma de tres deteriorados edificios en el 89 de Cuchillería se ha convertido en el de mejor puntuación de toda la ciudad gracias a los internautas. Su media es de 9. La mejor. De hecho, no hay hotel que le haga sombra, por mucho que le tililen las estrellas. Y no es sólo porque, con la crisis, gane el mejor precio, que también. El éxito reside en una ubicación privilegiada en la colina gasteiztarra, impecables habitaciones de dos a ocho plazas con baño propio cosidos por vigas de madera que hacen de la sencillez virtud, vistas a la parroquia de Santa María, servicios comunes con la última tecnología, una limpieza a prueba de algodón gracias a la compulsividad de Felisa y María y la entregada atención del resto del equipo, desde la recepción hasta el mantenimiento, bajo las órdenes de Beatriz Taramundi. Con esos ingredientes sólo podía funcionar. Y lo ha hecho.
La puerta automática se desliza al pulsar el botón de entrada. La modernidad hace buenas migas con la tradición. Dentro, una caricia de calor contrarresta el frío que corre calle abajo. Beatriz nos espera para la visita. Se le nota con ganas de iniciarla, visiblemente orgullosa del trabajo de estos dos años. Las cifras recién publicadas por la Fundación Catedral Santa María, impulsora del proyecto, hablan de más de 8.000 entradas este año y más de 17.500 pernoctaciones desde 2012. Suenan bien, aunque no parece que la ocupación sea el baremo que explica su satisfacción. “No nos marcábamos previsiones. Sólo equilibrar gastos e ingresos. Pero lo que nosotros queremos es que la gente se marche contenta. Hacerlo cada día mejor”, apostilla. Ese principio empapa cada estancia, desde la planta baja hasta el cuarto piso, por donde la responsable decide empezar el recorrido. Es, probablemente, el más coqueto, gracias a sus techos inclinados y las ventanas que miran a la torre de la parroquia a través de las ventanas velux. Allí se ubican la habitación doble y la habitación de tres plazas (dos más sofá cama), ambas abuhardilladas.
El tercer piso acoge el apartamento, un coqueto conjunto de cocina y salón con unas escaleras que dentro del mismo estudio acceden hasta las camas. Un caramelo de dúplex que cuesta abandonar. Otras cinco habitaciones completan esa planta y seis dan forma a la segunda. Nueve de ellas tienen entre cuatro y ocho plazas, repartidas en literas, y dos concretamente están adaptadas para personas con discapacidad. De una de ellas, Beatriz atesora una anécdota que no tarda en contar. “Un chico en silla de ruedas que había venido al Festival de Jazz nos avisó de que le costaba un gran esfuerzo pasar a la cama porque le quedaba demasiado alta. Llamamos a unos manitas y en un momento serraron las patas y les pusieron unos tapones. El chico no se lo creía y nos lo agradeció mucho. ¿Pero qué íbamos a hacer si no?”, señala la responsable del centro.
Parejas, trabajadores de la UPV -entidad con la que el albergue tiene convenio- y ponentes son los huéspedes habituales del apartamento. Los enamorados optan por los dormitorios de dos plazas. Y las familias y los grupos se decantan por las habitaciones múltiples. Es lo que tiene este albergue, que por sus características da lugar a un perfil de cliente de lo más variado. La mayoría de huéspedes lo usa como centro de referencia desde el que visitar Euskadi, gracias al privilegiado cruce de caminos que regala Vitoria. Luego están los que tienen objetivos menos turísticos y más espirituosos. “Acogemos unas cuantas despedidas de solteros. Las hemos tenido de chicos y chicas a la vez el mismo fin de semana, así que imagina... ¡Pero se portan muy bien! Son conscientes que, de puertas para adentro, hay que respetar el descanso”, asegura Beatriz. Curiosamente, aunque fuera uno de los objetivos iniciales, apenas 348 de los viajeros hospedados en lo que vamos de año han sido peregrinos. Un porcentaje bajo que la responsable atribuye “al desconocimiento que acompaña todavía a esta ruta del Camino de Santiago”.
Las nacionalidades de los inquilinos del Albergue de la Catedral dibujan un arcoíris algo más colorido que el que lucen otros alojamientos de la ciudad. El 21% de los usuarios, que no es poco para una ciudad como Vitoria, procede del extranjero. “En este grupo hay sobre todo rusos, japoneses, americanos y australianos. Aunque igual un día te viene un senegalés y te preguntas cómo habrá llegado hasta aquí”, reconoce Beatriz. Del 79% restante, muchos proceden de otros rincones del País Vasco, pero también destacan, por este orden, catalanes, madrileños, navarros y andaluces. “Y de todos esos, no hay visitantes tan previsores como los catalanes. Mucho antes de que llegue una fecha señalada, de ésas en las que el albergue se completa, ya están llamando. De hecho, siempre son los primeros en hacerlo. Y además, si han estado anteriormente, piden habitaciones en concreto. Quieren lo mejor y la pela es la pela”, afirma la profesional, entre risas, agradecida por la fidelidad de este colectivo. Para el Azkena Rock Festival del año que viene, por ejemplo, ya no quedan plazas. Y la culpa la han tenido ellos.
El recorrido continúa y lo hace en silencio, no sólo por la resaca invisible de los viajeros que ya regresaron a casa. La insonorización ha sido capaz de reducir a la mínima expresión el ruido callejero de las habitaciones que miran a Cuchillería en las horas de máxima entrega al alcohol. “No obstante, los más tranquilos son los dormitorios que miran al lado contrario”, admite Beatriz. La orientación opuesta es la guardiana del torreón de Santa María. Hacia allí dan los restantes dormitorios con balcón, así como los servicios comunes del primer piso. Ésa es la planta que está compuesta por una sala de estar con amplios sofás y una televisión plana, un rincón de ordenadores, un baño común y una zona de reunión y juegos, con salida a una terraza muy agradable, interior, perfecta para disfrutar de los secretos de las piedras y el misterio de las estrellas en las noches cálidas o sin lluvia. Allí, más de un huésped con dotes musicales ha llenado de notas el aire para satisfacción del resto de clientes. Si algo caracteriza al albergue es ese ambiente de convivencia tan característico de los alojamientos donde la gente ha de compartir. “Cuando la gente viene, sabe que va a disfrutar de la estancia en comunidad. Y lo hace. De hecho, también es habitual ver cómo se fraguan amistades, sobre todo entre gente que llega sola”, explica la directora del alojamiento, antes de completar la ruta en la planta baja.
A pie de calle es, donde además de la recepción, se sitúan los dos comedores, la cocina y la lavandería. La cocina, provista de fuegos de inducción, horno y lavavajillas industrial, se utiliza principalmente para dar almuerzos y cenas a los grupos de estudiantes que se alojan en el albergue. La lavandería, compuesta de un espacio para limpiar a mano, lavadora y secadora, es uno de los rincones favoritos de los peregrinos. De uno de ellos guarda Beatriz otra de esas anécdotas imposibles de olvidar. “Vino un hombre que quería lavar su ropa, nos pidió prestado algo mientras tanto... Imagínate lo que le pudimos dar. Un pantalón de chándal, una camiseta y un jersey de lo más cutre. Y cuando se fue, pagando, por supuesto, nos dimos cuenta de que se lo había dejado todo. ¡Todo! Y costaba bastante más dinero que lo que le habíamos dejado. Aquí sigue desde entonces, porque no volvió nunca más”, recuerda la trabajadora. Si un día regresa, sus prendas le estarán esperando. Y no sería raro que lo hiciera. Otros muchos huéspedes han repetido y los que no han recomendado la estancia a amigos, familiares y conocidos.
El sobresaliente que Booking y Tripadvisor le dan al Albergue de la Catedral no es baladí. Beatriz y su equipo, aun así, le restan valor. “No miramos mucho hasta que alguien entra en los comentarios. Y siempre los tenemos en cuenta para mejorar”, dice. En el alojamiento con mejor calificación de Vitoria, nadie se permite bajar el nivel de exigencia. Felisa y María, sombras de los huéspedes fregona en mano, capaces de limpiar lo que ya está limpio, son la mejor prueba.