conseguir que Gasteiz contase con su primera ikastola pública, en la que la enseñanza se dispensase íntegramente en euskera, en la que en definitiva se viviese en euskera, no fue flor de un día, sino fruto de una larga y agotadora lucha comandada por un grupo de padres y profesores a los que hay mucho que agradecer. Corría el año 1978, apenas tres después del final de la dictadura franquista, cuando Toki Eder abrió sus puertas en la capital alavesa como el primer centro público de modelo D. Una apuesta decidida por la educación en euskera en un entorno castellano-parlante, marcada por el compromiso y la dignidad, y cuyo recorrido estuvo plagado de obstáculos. Aquellos combativos aitas e irakasles serán homenajeados este próximo domingo por las primeras generaciones de alumnos de Toki Eder, aquellos niños de entonces que, como Patricia Saratxo y Aitziber Gardeñes, también participaron de su origen.
El centro no inició su andadura en su actual ubicación, el número 6 de la calle Duque de Wellington, sino en dos lugares diferentes y con un total de diez aulas, siete en un garaje de la calle Sancho el Sabio y otras tres en la cercana iglesia de Los Ángeles. Inicios en precario y de incomprensión institucional, habida cuenta de que Vitoria se encontraba encuadrada por aquel entonces en zona no vascófona, consecuencia de una división territorial similar a la que todavía existe actualmente en la vecina Navarra.
No era, desde luego, el escenario deseado, pero constituyó un primer paso imprescindible para edificar el proyecto educativo que hoy en día es Toki Eder. También para extender, con el paso del tiempo, la enseñanza íntegramente en euskera hacia todos los rincones del territorio. El centro dependía en aquellos primeros tiempos de una Diputación alavesa frente a la que los padres tuvieron constantes encontronazos. No fue hasta noviembre de 1983 cuando lograron trasladar a sus pequeños al barrio de Lakua, al distrito 05, a un centro ubicado por aquel entonces más allá de la periferia de Gasteiz, y donde han permanecido hasta nuestros días.
La provisionalidad marcó esos cinco primeros años de vida de Toki Eder. Allá por enero de 1981, el alumnado que se encontraba en la iglesia de Los Ángeles fue trasladado a la escuela Ángel Ganivet, en el barrio de Santa Lucía. El aumento de las solicitudes para estudiar en modelo D propició que, durante los cursos 1981-82 y 1982-83, doce aulas fuesen agrupadas en la actual ikastola Aranbizkarra, que en aquella época se denominaba Sancho el Sabio, y posteriormente varias se trasladasen a Arantzabela y otras se desviasen a Abendaño, la escuela pública llamada Marqués de Santillana por aquel entonces. Centros en los que únicamente estaban instaurados los modelos A, B o ambos. La entrada de los niños de Toki Eder a este último colegio, incluso, llegó a provocar importantes fricciones entre los padres de uno y otro centro.
98 días de encierro Situaciones insostenibles que, como punto culminante, derivaron en un encierro que se prolongó durante 98 largos días entre el Museo de Armas, colindante a Ajuria Enea, y el edificio definitivo de la ikastola que ya comenzaba a construirse en Lakua. La protesta concluyó en diciembre de 1982, cuando los aitas lograron el compromiso de la Diputación, entonces en manos de Emilio Guevara, de que todos los alumnos de Toki Eder serían agrupados en el nuevo centro de Duque de Wellington en régimen exclusivo a partir del curso siguiente. Un centro de 16 aulas en el que la enseñanza se realizaría exclusivamente en euskera. En definitiva, el modelo pedagógico elegido por las familias, muchas de las cuales ni siquiera conocían la lengua vasca.
Sin escolarizar Durante el tiempo que duró aquel encierro, los padres decidieron en asamblea, como siempre lo hacían, autoorganizar las clases de sus hijos, que lógicamente no estaban escolarizados. Los padres también solicitaron la ayuda de maisus y andereños de todo Euskal Herria para llevar a cabo dichas clases. El trabajo en red con otras ikastolas del país también ayudó a Toki Eder a seguir adelante dentro de la dificultad, aunque el desembarco definitivo en Lakua no acabó con los problemas.
La inauguración tuvo lugar el 12 de noviembre de 1983, con un programa de actos festivos organizado por los padres y el claustro. Dos días antes, la comunidad educativa del centro aseguraba en rueda de prensa, para acallar a las muchas voces críticas que todavía existían en la tradicional Vitoria, que Toki Eder no constituía “ni un gueto” ni “un proyecto piloto, sino la plasmación física de un modelo que debía generalizarse en toda la provincia.
Menos de un año después de que se produjese el traslado definitivo, las movilizaciones volvieron ante la negativa de la Diputación a abonar el transporte escolar de los pequeños. Por aquel entonces, no existía barrio en el entorno de Toki Eder y todo el alumnado acudía a la ikastola desde todos los puntos de la ciudad, atraído por su metodología de inmersión lingüística.
Los padres también se concentraron en varias ocasiones para negociar una solución a los graves problemas estructurales que marcaron los primeros pasos del centro, con aulas sobresaturadas, sin un preescolar en el que se conviviese íntegramente en euskera e incluso impagos al profesorado. El 18 de septiembre de 1984 se produjo una violenta carga policial frente a la sede de la Diputación, en el marco de una de las numerosas protestas que los padres protagonizaron allí durante estos convulsos primeros años, en la que resultaron contusionados dos niños de corta edad.
La transferencia de las ikastolas al Gobierno Vasco en febrero de 1985 tampoco trajo la estabilidad inmediata a este proyecto educativo ni al modelo D, sino que fue interpretado por los padres, más bien, como una “irresponsabilidad” o una manera que quitarse el muerto de encima por parte de la Diputación alavesa. Pero el asentamiento definitivo de Toki Eder era ya más que incipiente. En el año 1986 llegó a contabilizar más de 350 matrículas, un momento que estuvo también marcado por una huelga de profesores que discrepaban con la actitud de algunos de los padres de la ikastola.
Gardeñes y Saratxo, que formaron parte respectivamente de la primera y la tercera promoción de la ikastola, vivieron aquellos difíciles primeros años a través de unos ojos infantiles que les hicieron ver los problemas “de una forma mucho más normalizada”. Aunque vagamente, recuerdan las concentraciones frente a la Diputación, las bileras y las asambleas, aquel caballo “grande grande grande” del Museo de Armería que realmente no lo era tanto durante el largo encierro... Pero también los juegos, las actividades extraescolares, las salidas al monte... Vivir Toki Eder más allá del mero horario lectivo, a diferencia de lo que actualmente sucede en la mayoría de los casos.
Para ellas y para muchos alumnos de entonces, ha llegado el momento, porque más vale tarde que nunca, de rendir un merecido tributo a quienes hicieron posible lo que ahora es Toki Eder. “Más que por la fecha, por esos 35 años, el homenaje es por nuestra necesidad de agradecer a los aitas y profesores todo lo que hicieron, de mostrar nuestra gratitud por su compromiso. Algunos de ellos ya no están, pero todo el mundo empujó para que todo esto fuera posible”, explica Saratxo. “Creemos que las cosas nos vienen dadas, pero nunca es así”, apunta Gardeñes. “Ahora basta con poner la equis en la casilla del modelo D, pero para llegar hasta ahí hubo que pelear muchísimo”, zanja su compañera.
Ambas vivirán la fiesta de este próximo domingo “con emoción” y “nervios”, convencidas de que aquellos padres y profesores, ahora ya jubilados en su gran mayoría, no podían esperar más a tener un agradecimiento. “Hay que tener ese compromiso: no sabemos euskera, pero queremos que nuestros hijos no sólo lo sepan, sino que vivan, sientan y sueñen en euskera. Habría que usar gafas de hace 35 años y ver aquel contexto histórico. Ése es el legado que nos han dejado”, zanja Saratxo.