Tenerife, Madrid, Galicia, Guadalajara, Sevilla, Cádiz, Zaragoza, Gipuzkoa y Álava. No se trata de ninguna extraña ruta a recorrer este verano por toda la geografía estatal, sino de la heterogénea procedencia de los jóvenes voluntarios que están participando este verano en el campo de trabajo que ha convocado el Gobierno vasco, por segundo año consecutivo, para recuperar el molino Ubiros y su entorno en el pueblo de Tertanga, perteneciente al municipio de Amurrio, contribuyendo a mantener el patrimonio popular y reorganizar el entorno rural.

Son 17 chicos y chicas de entre 18 y 26 años de edad y cuatro monitores que, desde el pasado día 16 y hasta el miércoles 30, se están dedicando a sacar del interior del viejo molino la antigua estructura, mientras unos dan forma a una nueva cubierta y otros se dedican a tareas de limpieza de maleza del cauce del río y los accesos. Desde el próximo viernes y hasta el 15 de agosto, les sucederá otro grupo que seguirá con el picado de las paredes para un futuro rejunteo, así como con trabajos de mantenimiento de cara a que el entorno no vuelva a convertirse en una auténtica jungla.

“Empezamos ya el verano pasado con el desbroce de matorrales que cubrían tanto el molino como su entorno, aunque en septiembre también estuvimos 15 vecinos del pueblo limpiando de matos el cauce porque esto era una matorrada por la que no se podía ni pasar”, explica a DNA Alberto Quincoces que, aunque es el presidente de esta Junta Administrativa, no ha faltado ni un día a los trabajos de restauración de este viejo molino harinero. “La presa que suministra el agua que movía antaño la maquinaria llevará 45 años sellada, así que esperamos que el próximo verano se nos conceda un tercer y último campo de trabajo para ya montar la maquinaria restaurada del interior del molino y arreglar las paredes de contención de la presa, de cara a que pueda volver a funcionar”, detalla Quincoces

De hecho, DNA visitó el inmueble en la primavera de 2013, antes de comenzar el primer campo de trabajo, y pudo dar testimonio de que presentaba un estado ruinoso, con el tejado hundido, y prácticamente camuflado por la maleza del entorno natural que le rodea. Una situación muy diferente a la de ahora, con los caminos de acceso ya visibles, un tejado de estructura de madera que va tomando forma y un interior libre de maleza en el que ya se pueden apreciar las viejas piedras de moler que componen su maquinaria. Y es que, como describía Quincoces, las tareas a desarrollar no sólo se han centrado en el molino y la presa, sino también en el desbroce de la finca aledaña, la limpieza de los residuos acumulados en la orilla del río, el acondicionamiento de la huerta y la campa adyacentes, la apertura del canal que se alimenta del río y el acondicionamiento de los senderos para los futuros visitantes.

Distintos arreglos Estos campos de trabajo también están ayudando a arreglar el tejado, colocar el suelo interior, arreglar el mecanismo del molino y pintar los elementos de madera, así como a construir una acera de entrada y un horno de pan tradicional, entre otras labores, para las que los jóvenes se están distribuyendo en grupos dependiendo de las tareas que deban realizar y de los intereses de cada uno.

“Yo vengo de Galicia, éste es de Cádiz y aquel de Tenerife. Es una forma diferente de pasar parte del verano y realmente entretenida, estamos conociendo gente estupenda”, explican los chicos que, brocha en mano, se dedican a barnizar las maderas con las que los técnicos supervisores de la obra van dando forma a la nueva techumbre. En la más que empinada bajada al cauce del río, se encuentra otro grupo -tijeras de podar, rastrillos y desbrozadoras en mano- poniendo coto a la descontrolada vegetación. Allí, la mezcolanza de idiomas llama la atención. “Es que algunos somos guipuzcoanos y otros alaveses, pero también tenemos gente de Sevilla, Zaragoza, Madrid y Guadalajara”, explican, a la par que ayudan a otro compañero con Síndrome de Down a descender por el barranco para seguir con las tareas de limpieza.

Y es que se trata de un campo de trabajo de ámbito estatal, que se desarrolla tanto en castellano como en euskera, y en el que no todo es trabajar. De hecho, todas estas actividades se desarrollan por las mañanas, mientras que la franja vespertina se destina a la realización de actividades de ocio tales como visitas programadas por el entorno, talleres, campeonatos de bolos, fiestas de los pueblos, rutas en bicicleta o salidas montañeras.

No en vano, Tertanga es un pequeño pueblo de 70 habitantes que se encuentra bajo la Sierra Salvada, en la subida al puerto de Orduña, por lo que es mucha la riqueza paisajística, natural y de patrimonio histórico a conocer en un radio de pocos kilómetros. En el propio centro del pueblo se pueden encontrar una iglesia, un palacio, una bolera y una fuente, aunque el proyecto planteado desde el Departamento de Educación, Política Lingüística y Cultura del Gobierno vasco se esté centrando en el molino Ubiros, sito a 500 metros del pueblo.

Para el alojamiento de estos jóvenes, el pueblo cuenta con un albergue que en otros tiempos fue la escuela del lugar. Tertangako Etxea, que así se denomina, se encuentra a un kilómetro del molino a rehabilitar -lo que implica una caminata fácil de 15 minutos- y dispone de una cocina industrial, sitio para dormir para 24 personas, con dos zonas divididas, almacén para guardar materiales de las actividades lúdicas, sala multiusos, duchas y baños.

Remate a una ruta Los molinos hidráulicos harineros tuvieron su época dorada durante los siglos XVI y XVII, aunque ya existían en el siglo V antes de Cristo. Se trata de un invento que ayudó a alimentar a la humanidad durante siglos y que, con la subida del precio del trigo a partir del año 1750, inició su decadencia en cuanto a número, sin llegar a desaparecer. De hecho, la técnica fue mejorando y muchos se convirtieron en molinos de cebo para piensos, otros en fábrica de harinas y los menos, en productores de energía eléctrica, aunque la mayor parte de los molinos que subsisten en la actualidad se encuentran, lamentablemente, en estado ruinoso.

El de Tertanga es sólo un ejemplo de ello, pero su recuperación traerá consigo el remate a una ruta: la que configuran los molinos de sus tres aldeas hermanas del Valle de Arrastaria. El de Delika data de 1818 y nunca ha dejado de moler, gracias a vecinos como Marcelino Uzkiano, que se ha encargado de mantener este oficio ancestral en contra del paso del tiempo. El de Aloria muestra un exterior impoluto, gracias a la reforma a la que fue sometido hace unos años. Y el de Artomaña, que es de 1815, fue restaurado completamente hace tres años. El sueño del pueblo es que se convierta en un reclamo turístico o un paso obligado para los escolares del entorno, de modo que puedan enseñarse a los visitantes los modos de vida de los antiguos vecinos de la comarca. Con el Ubiros de Tertanga, estas cuatro joyas del patrimonio se convertirán en firmes candidatas a protagonizar un nuevo folleto turístico del Valle de Ayala. La idea esta lanzada.