todavía rodeada por andamiajes que ocultan su fachada e impiden la entrada por su tradicional plaza al Pórtico de la Gloria, la Catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz fue ayer reabierta al culto. Desde los comienzos de su restauración hace 20 años, el programa de Abierta por obras continúa siendo la admiración de visitantes que descubren la belleza y los secretos arqueológicos que este emblemático templo vitoriano contiene.

Con aportaciones institucionales públicas, también diocesanas, siguiendo el Plan Director de Restauración Integral gestionado y dirigido por la Fundación Catedral Santa María, se ha logrado una magnífica restauración de este templo gótico, reconocido internacionalmente por su valor arqueológico, histórico, cultural, religioso y arquitectónico.

Su construcción fue iniciada en el siglo XIII por Alfonso X, sobre una anterior iglesia-fortaleza proyectada por Alfonso VIII para proteger la Nova Victoria. Era el nombre que Sancho el Sabio dio al antiguo poblado de Gasteiz al otorgarle, en el año 1181, los Fueros que la reconocían como villa navarra.

Tras numantina defensa de la población vitoriana, fue conquistada por el rey Alfonso VIII de Castilla en el año 1200. El rey invasor restauró la ciudad, tras un asolador incendio, y comenzó el templo citado, sobre el que luego se edificará la actual Catedral de Santa María.

En el siglo XV, la iglesia de Santa María fue designada colegiata -título que ostentaba la basílica de Armentia, antigua sede de la diócesis del mismo nombre- perteneciente entonces a la provincia eclesiástica de Calahorra, hasta que en 1862 se creó la Diócesis de Vitoria -que enmarcaba Araba, Bizkaia y Gipuzkoa- no sin la advertencia política del abad electo de Santo Domingo de la Calzada del peligro que tal decisión implicaba por su "contribución a formar -por su lengua nacional, costumbre y fueros- una nacionalidad distinta y separación política".

No cayó en saco roto aquella censura y los obispos, nombrados bajo control de Madrid, aseguraron desde su férreo talante conservador su fidelidad españolista y monárquica en Vascongadas y Navarra.

Con el paso del tiempo, los sucesivos arreglos y restauraciones de este monumento -la reforma más importante fue el cambio de su cubierta de madera por otra de piedra que exigió los contrafuerte actuales- fueron parciales e insuficientes hasta que se acometió la reconocida y premiada restauración actual.

Desde el primer templo-fortaleza de su conquistador rey castellano hasta la actualidad, el templo emplazado en la colina de la antigua Gasteiz ha vivido épocas políticas, culturales y sociales difíciles y complejas. La restaurada y esbelta catedral de Vitoria-Gasteiz encierra, por tanto, una historia de siglos, donde se proyecta la alargada sombra eclesiástica de notable incidencia ciudadana en el contexto de la dominante cristiandad.

La reapertura de su interior que se celebró ayer -esperamos que pronto sea concluida su restauración integral- se produce en tiempos de significativos cambios culturales, sociales o políticos. Y también se presta a nuevas consideraciones del sentido actual de un templo tan cargado de simbolismo sobre su carácter patrimonial, cultural, religioso y también político. Sus necesarias pero costosas obras, a punto de ser culminadas en su magnífica restauración, han sido subvencionadas sobre todo por instituciones públicas. En definitiva, por el mismo pueblo que costeó con su trabajo y aportaciones su construcción y mantenimiento a lo largo de siete siglos. No puede haber duda entonces de que su patrimonio es común. Al igual que ocurre en otros templos, como se ha demostrado recientemente en Navarra o en Francia, donde pertenecen al Estado, que concede su usufructo a la Iglesia.

Más allá de este espinoso asunto que ensombrece a una institución eclesiástica que se ha constituido dueña de un extenso patrimonio por el sistema nada evangélico de las inmatriculaciones, una catedral debe ser hoy ante todo signo de una Iglesia no de propietarios y señores, sino de servidores de un pueblo.

En especial, de una Iglesia para los pobres que denuncia desde el evangelio las injusticias del desempleo y precariedad social, de los desahuciados expulsados de sus viviendas, de presos privados de derechos básicos o de inmigrantes a los que se niega o dificulta asilo y atención.

En definitiva, la reapertura al culto de la Catedral Santa María de Vitoria-Gasteiz, tan alabada y reconocida por su lograda restauración, tendrá sentido cristiano si es símbolo también de una renovación eclesial en la que desaparezcan los arcos de miedo jerárquicos para recuperar una Iglesia abierta, pobre, liberadora, profética y samaritana, cuyo centro no sean los solemnes actos episcopales, sino los más necesitados de nuestra sociedad.

Y de manera especial en el Casco Viejo de Gasteiz, como lo vienen haciendo con dedicación ejemplar algunos grupos como Berakah, la parroquia de Santa María o asociaciones vecinales y populares del barrio, entre otros colectivos.