Con una amplia trayectoria profesional en diversos ámbitos de responsabilidad a nivel de gobierno europeo y estatal, Judith Arnal es experta en la intersección entre economía y geopolítica, en lo que trabaja como Investigadora principal del Real Instituto Elcano y en el Centre for European Poliy Studies CEPS) en Bruselas. Esta donostiarra, “muy orgullosa de sus raíces vascas y aragonesas”, como ella misma dice, es también consejera del Banco de España, aunque aclara que las opiniones expresadas en esta entrevista no representan necesariamente la posición de la entidad. Sobre la geoeconomía, más allá de los titulares, y las oportunidades y retos que presenta a nuestras organizaciones, hablará en Álava Objetivo 2026, un foro organizado por DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA y que se celebrará el próximo día 23 de octubre en el Palacio de Congresos de Europa a partir de las 9.30. 

En su ponencia plantea que la geoeconomía se ha convertido en un eje central del debate global. ¿Por qué cree que hoy la economía y la geopolítica están tan entrelazadas?

Economía y geopolítica han estado siempre entrelazadas, pero hoy esa relación se ha intensificado hasta convertirse en el eje central de la competencia entre potencias. En un contexto de perspectivas demográficas adversas en las principales economías, el crecimiento futuro dependerá fundamentalmente de las ganancias de productividad y estas, a su vez, estarán determinadas por el dominio de las nuevas tecnologías. Así, el liderazgo en nuevas tecnologías condiciona tanto la prosperidad interna como la influencia global y el posicionamiento estratégico de los países. Esta convergencia entre geopolítica y economía se manifiesta en el uso creciente de instrumentos de defensa comercial con fines estratégicos. Estados Unidos, por ejemplo, lleva años empleando sistemáticamente herramientas como aranceles, subsidios o controles a la exportación como verdaderas armas geopolíticas que entre otros objetivos, persiguen frenar el desarrollo tecnológico de China. Lo distintivo del momento actual no es tanto la relación entre economía y poder, siempre presente, sino la naturaleza de la disputa: la lucha por el dominio de las nuevas tecnologías y por ende, del crecimiento económico futuro. 

"Economía y geopolítica han estado siempre entrelazadas, pero hoy esa relación se ha intensificado hasta convertirse en el eje central de la competencia entre potencias"

Menciona que la fragmentación de las cadenas de valor está reconfigurando el comercio mundial. ¿Estamos ante una transformación estructural o una etapa temporal?

No se trata de una etapa pasajera, sino de un proceso estructural que lleva dos décadas en marcha y que me atrevería a decir que tuvo como detonante las consecuencias de la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, que motivó la adopción por Estados Unidos de aranceles al acero en el año 2002 y de cuotas restrictivas a las importaciones de textil chino en 2006. 

¿La respuesta de Estados Unidos fue el primer indicio de un cambio?

En 2016, bajo Administración Obama, Estados Unidos bloqueó por primera vez la renovación de un miembro del Órgano de Apelación de la OMC, debilitando así el sistema multilateral de comercio. Bajo la primera Administración Trump, esas tensiones se intensificaron mediante la imposición de aranceles y una confrontación abierta con China, y bajo Biden se han consolidado con instrumentos más sofisticados, como los controles a la exportación de semiconductores hacia China. Todo ello muestra que no estamos ante una anomalía coyuntural, sino ante una reconfiguración profunda del sistema económico internacional, en la que la seguridad y la autonomía se han convertido en ejes permanentes de la política económica.

Cuando se habla de “redefinir la estrategia económica europea”, ¿de qué estamos hablando exactamente? 

Debemos buscar nuestro propio camino. Creo que en Europa se ha instalado una cierta obsesión por habernos quedado atrapados en la denominada trampa de las tecnologías medias, es decir, por no liderar ninguna de las grandes innovaciones tecnológicas. Pero creo que reducir la estrategia europea a “liderar alguna tecnología” sería un error. Por supuesto es importante estar en la frontera, pero aún más decisivo es que el conjunto del tejido empresarial incorpore las nuevas tecnologías para ganar productividad y competitividad. Lo que más me preocupa es que intentemos replicar los modelos tecnológicos de Estados Unidos o de China, porque eso sería una carrera perdida desde el inicio: llegaríamos tarde y con un marco institucional distinto. 

“El liderazgo en nuevas tecnologías condiciona tanto la prosperidad interna como la influencia global y el posicionamiento estratégico de los países"

¿En qué centrará su ponencia?

Mi ponencia girará en torno a cuatro ejes que, en realidad, forman parte de una misma transformación. El primero es la competitividad, entendida no solo como eficiencia, sino como capacidad de mantener posiciones en un entorno donde la economía se ha convertido en un instrumento de poder. El segundo es la autonomía estratégica, que ya no puede entenderse al margen de la competitividad: una economía poco productiva o tecnológicamente rezagada tampoco puede ser autónoma. El tercer eje será la reconfiguración de las cadenas de valor globales, donde estamos viendo una progresiva regionalización. Y el cuarto eje tiene que ver con el papel de los mercados financieros en la financiación de las transformaciones necesarias para la economía europea.

Su charla se enmarca en un foro que busca reforzar la competitividad desde el talento y la innovación. ¿Cómo se traduce la geoeconomía global en decisiones concretas para los territorios y las empresas locales, como las de Álava? 

La geoeconomía puede parecer un concepto lejano, pero en realidad tiene consecuencias muy concretas para los territorios y las empresas. La lucha por la competitividad y el posicionamiento geopolítico empieza a nivel empresarial y regional, no es solo una batalla de grandes potencias geopolíticas. Álava, con una base industrial sólida y un ecosistema empresarial muy orientado a la exportación, tiene un papel clave que jugar en este escenario. En la práctica, para las empresas, esto implica anticiparse: invertir en capacidades tecnológicas, en formación especializada y en alianzas internacionales que refuercen la autonomía del tejido productivo. Y las políticas locales deben acompañar ese movimiento con un entorno favorable a la innovación, simplificando trámites, atrayendo talento y conectando universidades, centros tecnológicos y empresas.

“Lo distintivo del momento actual no es tanto la relación entre economía y poder, siempre presente, sino la naturaleza de la disputa: la lucha por el dominio de las nuevas tecnologías y por ende, del crecimiento económico futuro"

¿Qué le gustaría que los asistentes al Foro Álava se lleven de su intervención?

Me gustaría que los asistentes salgan con la idea de que todos tenemos una responsabilidad en el entorno geopolítico actual: ciudadanos, empresas y poderes públicos de distinto nivel. También espero transmitir un mensaje de confianza. Europa, y regiones como Álava, tienen todo lo necesario para competir en el nuevo escenario global: talento, industria, conocimiento y una base institucional sólida.