as semanas avanzan en el calendario del brexit y cada ronda negociadora decisiva acaba pareciéndose a la anterior. La que arranca hoy en Bruselas comienza ya superadas todas las fechas que una vez se tildaron de culminantes, y a solo mes y medio del verdadero precipicio, el 31 de diciembre.

La Unión Europea y el Reino Unido vuelven hoy a sentarse a la mesa de negociaciones en la capital comunitaria para intentar cerrar su futura relación, tras concluir este mismo viernes otra semana de conversaciones en Londres que no ha dado los frutos esperados.

Y es que los plazos inicialmente planeados para esta fase de la negociación, ya trastocados por el coronavirus, nunca llegaron a cumplirse por las partes negociadoras, que estiraron el calendario para ajustarlo a los acontecimientos.

Tanto Londres como Bruselas estaban convencidos de que el escenario preferible era llegar a mediados de octubre con el acuerdo ya sellado para que hubiera tiempo suficiente para la ratificación. Pero llegó esa fecha, no hubo acuerdo y ambas partes optaron por ignorar el límite que ellos se habían impuesto: aún había tiempo para intensificar las negociaciones y lograr un pacto “en torno a finales de octubre”, según dijo entonces el negociador jefe europeo.

Una fecha que, igualmente, terminó sobrepasándose sin grandes aspavientos con varias rondas de negociación alternando entre ambas orillas del Canal de la Mancha, aunque sin avances sustanciales en los temas que siguen siendo un obstáculo: la pesca, la gobernanza del acuerdo y la competencia justa.

El 1 de enero de 2021, el Reino Unido dejará de estar vinculado a las estructuras comunitarias y pasará a comerciar con los Veintisiete según los aranceles y cuotas genéricos de la Organización Mundial de Comercio (OMC), a no ser que pacte antes un nuevo marco comercial.

La marcha británica supondrá la salida de una de las mayores redes comerciales del mundo, la de la Unión Europea, con cuarenta y cinco acuerdos comerciales en vigor que abarcan setenta y siete países y que representan un tercio de su comercio exterior con terceros países, con un valor de 1,345 billones de euros en 2019.

Por ejemplo, los acuerdos comerciales de la UE con Canadá y Japón han impulsado sobre todo el comercio en casi un 25% y un 6%, respectivamente, desde su entrada en vigor, y, mientras que el Reino Unido sí ha logrado cerrar un acuerdo bilateral con el país nipón, aún no lo ha conseguido con Canadá.

Pero no todo en el acuerdo que se negocia ahora son cuotas y aranceles, sino también la cooperación en todas las áreas en las que el Reino Unido y la Unión Europea han estado vinculados durante casi medio siglo, hasta el 1 de enero de este año.

Es el caso, por ejemplo, del acceso al mercado único de la energía europea, que supondría al Reino Unido pérdidas de un billón de euros anuales si no se llegara a un acuerdo, o el sector pesquero, ya que el no acceso a las aguas británicas costaría a la Unión Europea unos 750.000 millones de euros por ejercicio.

Una serie de movimientos en el tablero británico e internacional podrían dar un impulso renovado a las negociaciones entre Londres y Bruselas en su recta final: la llegada a la Casa Blanca de un Joe Biden orgulloso de sus raíces irlandesas y la salida del Gobierno británico de los asesores que diseñaron la campaña del brexit.

Por un lado, el presidente electo de Estados Unidos ya ha condicionado cualquier futuro acuerdo entre su país y el Reino Unido a que se respete el Acuerdo del Viernes Santo, y así se lo reiteró al propio Boris Johnson en la primera llamada telefónica entre ambos tras las elecciones de Estados Unidos.

El Gobierno británico está tramitando una ley con la que se reserva el derecho a dejar de controlar las mercancías que cruzan entre la isla de Gran Bretaña y la región británica de Irlanda del Norte, tal como se había comprometido a hacer en el tratado de salida de la UE, algo criticado en Bruselas y a nivel doméstico. Si Londres incumple ese compromiso, la Unión Europea podría establecer una aduana en la frontera terrestre de la República de Irlanda y quedaría en entredicho el Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que exige que no haya barreras entre los dos territorios.

Está por ver si Boris Johnson sigue adelante con esa estrategia aunque esto dificultase sus vínculos con la nueva administración estadounidense tras cuatro años de sintonía con Donald Trump.

Por otro lado, hay dudas sobre si la marcha de Dominic Cummings, ideólogo de la campaña para sacar al Reino Unido de la UE, afectará a la postura negociadora del equipo de David Frost o si, como insiste el Gobierno británico, su ausencia será irrelevante.

Las negociaciones se acercan peligrosamente al punto tras el que sería prácticamente imposible asegurar la ratificación del pacto antes del 31 de diciembre si realmente se llega a un acuerdo.

En Londres, la ratificación parlamentaria del acuerdo de salida de la Unión Europea ya le generó más de un dolor de cabeza a la entonces primera ministra, Theresa May.

Y, en Bruselas, el texto debe traducirse a todos los idiomas oficiales de la UE y las fechas en las que el Parlamento y el Consejo pueden reunirse para darle su visto bueno son mucho más limitadas: solo quedan dos Consejos Europeos programados y dos plenos de la Eurocámara antes de que se acabe el año, sin contar con posibles convocatorias extraordinarias.

El negociador británico del brexit, David Frost, reiteró ayer que un acuerdo comercial con la UE puede que no prospere, pero confió en una resolución de cara a la reanudación en Bruselas de las conversaciones.

El representante británico insistió en que se trabaja a favor de un acuerdo, pero que el “único que es posible es uno que sea compatible con nuestra soberanía” y poder “asumir el control de nuestras leyes, nuestro comercio y nuestras aguas”.

Frost reconoció que hubo “progresos en una dirección positiva en los últimos días” y que hay “borradores comunes de tratado”, si bien reconoció que hay elementos aún “por acordarse”.

“El único acuerdo que es posible es uno que sea compatible con nuestra soberanía”

Negociador británico del ‘brexit’