A situación de emergencia sanitaria en el contexto de la pandemia por COVID-19 ha supuesto un notable cambio en nuestros hábitos, siendo necesario cumplir con confinamientos en domicilios y restricciones de la movilidad para evitar la propagación de la infección por coronavirus.

Ésta muestra un gran impacto entre las personas mayores de 70 años, con cuadros de mayor severidad, que requieren hospitalización en muchos casos, y pueden ocasionar el fallecimiento de la persona. Al margen de la edad cronológica, la existencia de múltiples enfermedades crónicas, fragilidad o dependencia para realizar las actividades de la vida diaria, son las variables que más comprometen el pronóstico de la infección.

Estas mismas variables se relacionan con el riesgo de padecer desnutrición, que, unidas a la necesidad de mantener el confinamiento y la imposibilidad para recibir visitas de los familiares (excepto en personas dependientes), dificultan la provisión de alimentos en los hogares de algunas personas mayores, y, por tanto, pueden poner en riesgo su estado nutricional.

Además, la repercusión anímica que puede conllevar el hecho de mantenernos alejados de nuestros familiares y privados de nuestro entorno social puede interferir con el apetito, comprometiendo la ingesta de los requerimientos calóricos y proteicos que necesitamos para mantener nuestra salud.

Unido a los anteriores, permanecer en el domicilio minimiza nuestra exposición a la luz solar, lo que dificulta la síntesis de vitamina D, ya deficitaria en personas mayores; y secundariamente limita la absorción de calcio, poniendo en riesgo la salud ósea y aumentando la posibilidad de presentar una fractura.

Además, la limitación de la actividad física por nuestra permanencia en un espacio reducido, puede condicionar el empeoramiento de la calidad de marcha, y en casos graves, la aparición de caídas o el establecimiento de una dependencia funcional. En caso de objetivar esta limitación, puede ser preciso el ingreso en una unidad de recuperación funcional, previa valoración por un geriatra, orientado a restablecer la autonomía para actividades de la vida diaria así como para optimizar nuestra marcha y evitar la aparición de nuevas caídas, y secundariamente el riesgo de presentar una fractura, ya existente, por un peor estado de salud ósea y muscular atribuibles al ya citado confinamiento.

Por todo lo anteriormente descrito, existe un riesgo de malnutrición en las personas mayores en este contexto actual y, por ello, debemos poner atención a la pérdida de peso, y considerar la realización de test de cribados que nos permitan identificar a aquellas personas en riesgo de presentar desnutrición. De este modo, se puede plantear una estrategia terapéutica que minimice el impacto de la misma, con efectos indeseables en la situación clínica (descompensación de patología crónica), funcional (fragilidad, dependencia funcional) y el desarrollo de síndromes geriátricos (caídas). Todo ello, a través de recomendaciones dietéticas, o en caso de desnutrición, a través de la suplementación alimenticia.