os once años al frente de la Dirección de Atención a Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco estuvieron marcados por unas pautas que siempre consideré fundamentales en mi actuación.

La principal de todas ellas fue el respeto absoluto hacia la forma de ser, la forma de pensar y la forma de sentir de cada víctima del terrorismo, entendiendo que todas las personas viven su condición de víctima de una manera diferente, como diferentes son. Nunca creí - ni lo creo ahora - que haya victimas mejores o peores desde un punto de vista moral. Todas son iguales y merecedoras de respeto y consideración. Procuré pues huir de la creación de modelos a seguir que pudieran ser considerados como moralmente superiores.

Al mismo tiempo, tuve siempre muy claro que, efectivamente, las víctimas merecen consideración, solidaridad y respeto a sus derechos, pero que no son poseedoras de un plus de legitimidad a la hora de opinar en política. Siempre defendí que los poderes públicos deben velar por el interés general y no por el particular, por muy comprensible que pueda ser desde el punto de vista humano.

A cambio, en mi condición de víctima, solo pedí también respeto. Respeto hacia mi forma de pensar y mi manera de actuar. Ni mejor ni peor que las de las demás víctimas, pero tan digna de respeto como las suyas. Así ocurrió, por ejemplo, cuando participé en el programa de encuentros restaurativos que me permitió mantener reuniones con dos de los miembros del comando de ETA que asesinó a mi marido, de los cuáles escuché palabras doloridas y sinceras de arrepentimiento por sus acciones.

Jamás pretendí que fuera un modelo de comportamiento a seguir, Mostré mi comprensión respecto a todas a aquellas víctimas que no solo no querrían compartir una experiencia como la mía, sino que ni siquiera la entendían. Pero, eso sí, demandé respeto hacía quienes decidimos libremente participar en el mencionado programa.

No hay una forma canónica de ser víctima, ni de pensar como víctima. Por supuesto, no hay tampoco uniformidad en el pensamiento político de las víctimas del terrorismo. Personas de derechas y de izquierdas, incluso nacionalistas, han sido objeto de la brutalidad del terror impuesto por ETA.

En consecuencia ¿Es razonable esperar que las víctimas del terrorismo, en cuanto colectivo, tengamos una sola voz, una sola opinión? Obviamente, no. Y si es así, ¿Por qué cuesta tanto admitir esa pluralidad, esa diversidad? ¿Por qué hay quien pretende una y otra vez arrogarse el monopolio de la voz de las víctimas expresando tal o cual opinión? ¿Por qué se utiliza esa impostura de "la voz de las víctimas" para opinar de política, sea esta penitenciaria o relacionada con pactos entre partidos políticos?

Durante años "las víctimas del terrorismo" hemos constituido un caramelo muy goloso para los partidos políticos, por la capacidad de empatía que genera la injusticia de nuestro dolor y nuestro sufrimiento. Y hay gentes que no se resignan a perder esa baza política. Las resistencias a aceptar la diversidad y el pluralismo llevan, por lo común, una firma en forma de siglas de partido. Por eso, es mayor la responsabilidad que le compete a la hora de reflexionar sobre la necesidad de poner fin a esta situación.

Suyo es el diputado de la Asamblea de Madrid que no ha dudado en zaherir de manera vergonzante los sentimientos de mi familia, con afirmaciones insidiosas que, además de faltar a la verdad, no le incumben por ser personales.

Que nadie se engañe, este señor no tiene nada contra mí ni contra mi familia. Incluso en el pasado llegamos a mantener una relación razonablemente cordial y ningún motivo de perturbación de la misma ha existido desde entonces.

No, no hay nada personal. Otra es la causa. Detrás de su exabrupto hay un intento más de desacreditar a las víctimas que, pensando diferente a él y a sus acólitos, rompemos su añorado monopolio de la voz política de este colectivo. No es la primera vez que ocurre, aunque esperemos que sea la última. Se ha utilizado la ideología de la víctima ("es que es nacionalista, ya sabemos€"), el manido síndrome de Estocolmo, y ahora llegando al cuestionamiento mismo del dolor que sentimos.

No tengo nada contra esta persona. Al contrario, va a seguir contando con todo mi respeto como víctima y acepto su forma de pensar, aunque discrepe de la mía. Faltaría más. Es su derecho y es su libertad. Pero defiendo y reivindico uno de los pilares esenciales sobre los que quise que pivotara mi actuación pública en la Dirección de Atención a Víctimas del Gobierno Vasco: el respeto y la consideración a todas las víctimas y la defensa de su diversidad y pluralismo. Basta ya. Exijo RESPETO.