n 2019 soltó que si algún día el 65% de los catalanes respaldasen la independencia, la democracia tendría que “encontrar un mecanismo para hacerla posible”. Apenas quedaba un mes para las generales del 28-A y el líder del PSC tuvo que desactivar la polémica asegurando que se siente un “federalista convencido” que apuesta por el pacto sobre autogobierno y financiación. Miquel Iceta (Barcelona, 17-VIII-1960), que culmina su larga carrera política siendo nombrado ministro de Política Territorial, ha tenido por costumbre meterse en charcos mientras se ha dedicado a recomponer una marca socialista catalana hecha jirones a golpe de rupturas internas durante todo el procés. Y eso que en 2012, cuando aún no había relevado a Pere Navarro, afirmó que “los referéndums de independencia se han de poder hacer”, dirigiendo su mirada al modelo de Quebec.

No han sido sus únicos fregados. Iceta llegó a afirmar que en España hay ocho o nueve naciones porque “las he contado”, y que nacionalidad y nación “son sinónimos”, precisando que “se puede ser nación sin aspirar a Estado”. Ha combatido la secesión unilateral y avalado la figura de Pedro Sánchez pero reacio a que las medidas de Moncloa sacudan a los catalanes y agiganten la fractura. En su historial queda su reunión con Carles Puigdemont para convencerle de que no aplicase la DUI y su intento de mediar con Madrid telefoneando a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, con quien guarda buena relación, y de paso hablar con Mariano Rajoy.

Hijo de un vendedor de máquinas de escribir bilbaino afín al PNV -a su vez hijo de un represaliado franquista vasco-, Iceta suele bromear con que “como no sabía si elegir entre el nacionalismo vasco o el catalán, me hice socialista”. Su abuela catalana, cuando pasaban la frontera y entraban en Francia, solía exclamar: “¡Qué diferencia de aire, aquí se respira mejor!”. Su citado padre, Miguel Iceta, casado con Elisa, era un socialdemócrata en el seno de una familia que votaba jeltzale y cuya mayor obsesión era que sus hijos supieran idiomas porque era la llave más directa para la libertad y el progreso. Sus progenitores se conocieron durante una boda en Bilbao y su madre decidió quedarse, con la suerte de que el avión que habría cogido de vuelta se estrelló y falleció la mayor parte del pasaje. Su padre murió joven, de cáncer, con 54 años, y su madre se erigió en su mayor apoyo cuando en 1999 dio el paso de erigirse en el primer político en declarar su homosexualidad.

Se interesó Iceta por la política con 17 años. Mucho después, prueba de su influencia en el PSOE la dio Pérez Rubalcaba en 2013 cuando las relaciones con el PSC por la consulta soberanista estaban al borde de la ruptura. “El derecho a decidir nos aleja y no lo arregla ni Iceta”, dijo. Cuando Navarro le despojó de ser portavoz quiso mandarle a Bruselas pero él renunció al entenderlo como un retiro de la primera línea. Lee en inglés, francés y hasta escribe poemas cortos de inspiración japonesa que publica en Internet, feudo donde es militante activo. Le apasiona el arte y el baile a ritmo de Queen. “Ja sóc aquí”, interiorizó ayer al pisar Madrid con un portatrajes en mano. Para vestirse de gala en tiempos de pijama y bata.

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