Madrid - Tras la inaudita y fracasada negociación, casi en tiempo real, entre el PSOE y Unidas Podemos en busca de un gobierno de coalición que salvara la investidura de Pedro Sánchez, el Congreso acometió ayer una insólita autopsia al cadáver de la coalición, rematado por los 155 noes mayoritarios de la derecha. Nunca antes se había ocupado la Cámara de una tarea semejante, con todas las tripas de las ofertas y contraofertas de ambas partes puestas al aire sin pudor, en medio del hemiciclo, ministerios, competencias, los ingresos del Estado, porcentajes, y todo por boca de sus mayores protagonistas, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

El dictamen sobre la causa de la muerte, más allá de ese otro 155 que ha acabado por ahora con la expectativas del candidato para continuar en La Moncloa, fue dispar. Si el líder socialista -que resumió las peticiones de Iglesias en su pretensión de controlar el cien por cien de los ingresos del Gobierno y el 50%, del gasto, siendo la cuarta fuerza política en el Congreso y con un 25% de los escaños-, atribuyó el deceso a Iglesias al reprocharle que haya desaprovechado una “oportunidad histórica” por querer “dos gobiernos en un gobierno”, el líder de Podemos rechazó de plano esta acusación al asegurarle que ellos solo querían “competencias, no sillones”.

El desencuentro fue muy patente en los rostros y actitudes de ambos durante el debate previo a la votación, con un Iglesias extremadamente serio y que apenas miró a Sánchez, el primer candidato que fracasa en dos investiduras, excepto cuando le negó con la cabeza cada vez que le recriminaba algo. Al intervenir usó el plural “nosotros” para explicar su versión de los hechos, mientras Sánchez no aludió al partido morado y siempre se dirigió al “señor Iglesias” cuando le negó que darle las carteras como Sanidad o Igualdad sea una “humillación” o le remarcó que no formará Gobierno “a cualquier precio”.

Sánchez se traía ya puesto el respaldo unánime de su grupo y recibió un largo aplauso antes de que tomara la palabra como primer orador. Pero en el caso de Iglesias, cuando los de Unidas Podemos le aplaudieron para celebrar su discurso, el líder de IU, Alberto Garzón, no lo hizo, y solo al final se puso de pie para dedicarle unas muy desganadas palmas.

Los semblantes serios e incluso preocupados de Sánchez, su Gobierno en funciones y muchos socialistas tenían enfrente las caras más distendidas de los diputados del PP y Ciudadanos. Albert Rivera siguió enrocado con su matraca de “la banda” de Sánchez al achacar el fracaso de la investidura a diferencias por el “botín” de este grupete, mientras la aportación de Pablo Casado consistió en denunciar la “encarnizada lucha por el poder” que según él ha forjado “una de las páginas más lamentables” de la reciente historia de España.

“Aquí uno de la banda”, se presentó Gabriel Rufián, de ERC, nada más subir a la tribuna, dejando uno de los pocos momentos divertidos, para decirle a Iglesias que tres ministerios daban mucho juego (sin que el de Unidas Podemos se dignara mirarle, absorto en la pantalla de su móvil). Les advirtió a él y a Sánchez de que se van a arrepentir de este fracaso. También les dio un tirón de orejas Aitor Esteban, del PNV, quien llegó a compartir en parte el diagnóstico de Sánchez al recordar a Iglesias que su poca experiencia en gestión pública estatal no le hace muy idóneo para llevar ciertos ministerios: “Hay que saber la fuerza que tiene uno”. Esteban fue, de largo, el más optimista de todos, apostando por “no arrojar la toalla”, idea en la que abundó Joan Baldoví, de Compromís, con un cinematográfico “siempre nos quedará septiembre”.

Antes de acometer la sutura del cuerpo abierto en canal, la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, acusó a Iglesias de afirmar que quería una participación en el Gobierno “proporcional” a su peso cuando en privado exigía un “gobierno paralelo” al del PSOE, extremos que el de Unidas Podemos volvió a negar y negar con gestos de cabeza pese a que ella lo ratificaba al asegurar que lo sabía porque estaba allí, negociando.

En suturar tardaron los diputados 25 minutos de votación a viva voz con 124 puntos afirmativos, 155 negativos y 67 abstenciones para seguidamente meter al difunto en el frigorífico. Hasta septiembre. Quedan dos meses para ponerse acuerdo y evitar un nuevo paso por las urnas aunque por lo visto y escuchado en el Congreso, no parece que vaya a estar fácil.

Sea como fuere y con el reparto de escaños que a día de hoy persiste en el Congreso, la única suma factible para una investidura pasa por el PSOE y por Unidas Podemos, con o sin apoyo de los independentistas y con o sin la abstención de PP y C’s. Todo vuelve a pasar por PSOE y Podemos, dos partidos condenados a entenderse o a pelear indefinidamente. - DNA