Brasilia - El nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha comenzado a imponer su ideal ultraconservador en medio de la euforia de los mercados financieros y la virtual ausencia de una oposición, que parece haber desaparecido ante su fuerte arrastre popular.
El líder de la ultraderecha, que asumió el poder este 1 de enero, comenzó su gestión con pulso firme y en los primeros días imprimió un giro radical en todas las áreas, incluida la exterior, que tendrá un claro alineamiento con EEUU y una posición mucho más dura frente al “comunismo” que atribuye a Venezuela y Cuba.
En cuatro días, el Gobierno alteró las normas para la demarcación de nuevas tierras indígenas, que pasará a manos del Ministerio de Agricultura, controlado por grandes hacendados; rebajó el peso de las políticas en favor de los homosexuales; y anunció su intención de “acabar” con la Justicia laboral y los “excesos de derechos”. Entre muchas otras medidas, también autorizó la destitución de aquellos funcionarios que defiendan ideales izquierdistas, cuyas plazas podrían ser eliminadas definitivamente a fin de reducir los gastos públicos.
Según el ministro de la Presidencia, Onyx Lorenzoni, eso responde al “mandato” de las urnas, que en las elecciones de octubre pasado le “dijeron basta a las ideas socialistas y comunistas que en los últimos 30 años llevaron al caos actual”.
Esa línea también prima en la política exterior, en la que el Gobierno ha delineado un claro alineamiento con EEUU, al punto de que Bolsonaro declaró esta semana que pudiera evaluar en “un futuro” la instalación de bases militares de ese país en Brasil. También ratificó que planea mudar la embajada del país en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, aún con el riesgo de un conflicto comercial con el mundo árabe, y adoptó una dura posición frente a Venezuela.
En su debut internacional, el nuevo canciller brasileño, Ernesto Araujo, mostró esa nueva actitud al proponer al Grupo de Lima que inste al presidente venezolano, Nicolás Maduro, a no asumir un nuevo mandato el próximo 10 de enero y entregar el poder al Parlamento.
Esa propuesta, aceptada por trece de los países del mecanismo , con la sola excepción de México, se agregó a la planteada por Perú inicialmente, que pedía a los miembros del grupo que no reconocieran a Maduro como presidente venezolano.
En lo económico, se ratificó que será impulsado un vasto plan de privatizaciones, todavía no delineado por completo, que reducirá a mínimos el “intervencionismo” del Estado en la economía y liberará de las “amarras” a la empresa privada.
También se avanzará en una reforma del régimen de jubilaciones, que según el ministro de Economía, Paulo Guedes -formado en la Escuela de Chicago- tendrá como objetivo final la adopción de un sistema de fondos privados, similar al que existe en Chile. Esos anuncios animaron al mercado financiero y en los primeros días del nuevo Gobierno la Bolsa de Sao Paulo alcanzó un récord histórico atrás del otro.
Bolsonaro, que tilda de “socialista” o “comunista” a casi todo lo que se opone a sus ideas, dio todos esos pasos en medio de un casi absoluto silencio de la oposición, que se ha refugiado en las redes sociales para descalificar al nuevo Gobierno. El Partido de los Trabajadores (PT), el mayor de la oposición y cuyo candidato Fernando Haddad fue derrotado por Bolsonaro en las elecciones de octubre, más que afincarse contra el nuevo Gobierno ha retomado su campaña por la libertad de Lula da Silva, su máximo líder y en la cárcel por corrupción desde abril pasado y condenado a doce años. Sin liderazgos visibles, el campo progresista casi ha desaparecido de la escena política y, de no lograr una rápida recomposición habrá un firme avance del ideal ultraconservador a partir de febrero, cuando se instalará un nuevo Parlamento.