por más que algunos quisieron poner la vía catalana hacia la independencia como ejemplo y modelo a seguir para el País Vasco, el desastroso desenlace de ese intento unilateral ha reafirmado a quienes desde la prudencia, o la pusilanimidad, o el puro y simple realismo, han venido abogando por la vía vasca para alcanzar mayores cotas de autogobierno. Un modelo basado en el acuerdo y el pacto como ingredientes fundamentales para llegar hasta donde pueda llegarse. En esa dirección se planteó en el Parlamento vasco la ponencia de Autogobierno, cuyos precedentes habría que situarlos en el derecho de autodeterminación proclamado en esa Cámara en 1990 con los votos de PNV, Eusko Alkartasuna y Euskadiko Ezkerra.

La reivindicación del máximo autogobierno para Euskadi ha recorrido un tortuoso camino desde aquella proclamación de 1990, fijando como jalones el proyecto de nuevo Estatuto presentado por el lehendakari Juan José Ibarretxe, la reiterada proclamación del derecho de autodeterminación, en 2006 con los votos a favor de PNV, EA, Aralar, EB y EHAK y de nuevo en 2014 aprobada por PNV y EH Bildu. Ya fuera por el portazo dedicado al denominado Plan Ibarretxe o por el carácter meramente testimonial de las sucesivas proclamaciones autodeterministas, el hecho es que la sociedad vasca continúa sin una garantía legal del derecho que por mayoría le corresponde a decidir libre y democráticamente su estatus político.

La ponencia de Autogobierno pretende no solamente acordar las bases para el derecho a decidir el propio estatus, sino blindar ese derecho con el máximo consenso posible para negociarlo después con el Gobierno del Estado español. La metodología que propone el Ejecutivo presidido por Iñigo Urkullu pretende ser, ante todo, posibilista. En primer lugar, lograr el consenso entre todas las fuerzas parlamentarias para un texto articulado, y después defender ese acuerdo en negociación con Madrid. Parece sencillo, coherente, adecuado tras el fracaso del procès llevado adelante a trancas y barrancas con la oposición del cincuenta por ciento de la población catalana y anulado a golpe de porra, cárcel y exilio por los poderes del Estado.

La gestación de la ponencia de Autogobierno, en sus varios y fracasados intentos, evidencia la enorme dificultad que supone superar la primera etapa, la del simple consenso, para ponerla en marcha. Las fuerzas abertzales, como no podía ser menos, parten del reconocimiento del derecho a decidir como base del debate. Un derecho que Elkarrekin Podemos apoyaría, pero que difícilmente podrán defender los dos partidos constitucionalistas, PSE y PP, en clara minoría, pero que deberá ser respetada según el espiritu de consenso del que se parte.

No va a ser fácil, no está siendo fácil ese consenso, en un debate que se ha desarrollado con el ojo mirando a Catalunya, con la entradas y salidas de unos y otros de la ponencia según lo marcase la coyuntura política, con el fuego cruzado de las declaraciones públicas y con los espasmos de la demoscopia que reducen paulatinamente los apoyos a la independencia de Euskadi. El PP a la baja, en su inmovilismo atávico, no va a ceder espacios de autogobierno más allá de la Constitución de 1978. El PSE-PSOE, en su eterna diletancia, va a medir cada paso como una amenaza a su ancestral jacobinismo. Y en estos escollos nos estamos perdiendo, sin contar que la ponencia se prolongue tanto que Ciudadanos llegue a lograr representación en el Parlamento Vasco, con su furibundo recentralismo de nuevos ricos.

El modelo vasco, no cabe duda, es teóricamente más viable que el intento unilateral y a la brava frustrado en Catalunya. No obstante, visto lo visto y lo que queda por ver, da la impresión de que ya el primer paso va para largo porque el consenso va a ser muy difícil de conseguir, porque son demasiados los pelos que unos y otros tendrían que dejar en la gatera, porque el ejercicio de marear la perdiz no compromete a nada aunque siempre podrá apelarse al argumento de que vamos avanzando. De la hipotética negociación con el Estado, en esa segunda fase, mejor ni hablar.

Esto va para largo, si es que va a alguna parte.