Washington - Pocos dudan en Estados Unidos que Rusia intentó influir en el proceso electoral norteamericano y que esto forma parte de un esfuerzo para perjudicar los sistemas democráticos, pero lo que ahora está ocurriendo en Estados Unidos ha de superar las mejores esperanzas de Vladimir Putin. Rusia parece haber conseguido mucho más que favorecer a uno u otro candidato presidencial, sino que ha alterado la marcha diaria de la política norteamericana y posiblemente debilita al equipo que ha de dirigir el país durante los próximos tres años y medio.

Basta con ver cómo tanto los demócratas del Congreso como la mayoría de los medios informativos siguen de manera obsesiva cuanto pueda indicar un comportamiento inapropiado del presidente Trump o sus colaboradores durante la campaña electoral y tratan de presentar sus acciones como delitos, especialmente ahora que no se trata ya de palabras sino de hechos, como la reunión del hijo mayor de Donald Trump Jr con una abogada rusa que aseguraba tener información comprometedora para Hillary Clinton.

En sus esperanzas de anular los resultados electorales, los demócratas se agarran a cualquier información para poder acabar con una presidencia que detestan y algunos mencionan con evidente gusto la palabra impeachment, una fórmula judicial para destituir al presidente si pueden acusarlo de “delitos graves”.

Algunos recuerdan la advertencia del otrora candidato presidencial republicano, Mitt Romney, quien durante su campaña del 2012 advirtió que Rusia era el principal problema internacional de Estados Unidos, en parte por las pretensiones hegemónicas históricas rusas y en parte porque Moscú, heredera de la Unión Soviética, todavía no ha cerrado totalmente las heridas ni superado la humillación por su derrota en la “guerra fría”.

Ahora, a la vista de la obsesión en torno a los contactos de Trump o de sus colaboradores con representantes rusos, la advertencia de Romney parece más justificada: Rusia ha conseguido que sus esfuerzos para influir en las elecciones afecten constantemente la vida política del país, donde la confianza en su sistema electoral parece disminuir.

Da la impresión de que ha puesto en marcha un mecanismo que no necesita ya mucho esfuerzo ruso: los muchos enemigos de Trump hacen el trabajo que normalmente correspondería a los agentes de Putin y que puede causar verdadero daño a la convivencia en Estados Unidos. A diferencia de los sistemas parlamentarios europeos, aquí no hay un mecanismo para sustituir a los presidentes mediante un voto parlamentario, sino que hay que esperar a las próximas elecciones. Si el presidente es destituido o muere, le sucede automáticamente su vicepresidente -en este caso, el ex congresista de Indiana Mike Pence-, quien heredaría seguramente los mismos problemas de legitimidad.

Semejante situación alteraría, como ya está ocurriendo, las tareas diarias de gobierno, algo que no solo perjudica a Estados Unidos, sino al resto del mundo que se ve afectado por cuanto ocurre en la primera potencia económica y militar, además de reducir la confianza en al proceso electoral y la democracia misma.

Un Congreso paralizado El Congreso norteamericano tiene por delante sus problemas habituales como el presupuesto, además de la reforma sanitaria y una ambiciosa reforma fiscal, pero todo parece paralizado ante debates acerca de la actuación de los colaboradores y la familia de Donald Trump en sus contactos con ciudadanos rusos durante la campaña.

Para los demócratas, todo parece compensado ante la posibilidad de paralizar a un presidente que amenaza con colocar en puestos vitalicios a magistrados del Supremo y jueces en tribunales federales, que han de influir en la vida política del país durante. Esta es una prerrogativa de todos los presidentes y su predecesor Obama también la ejerció con más de 300 nombramientos, entre ellos dos en el Supremo.

En la rivalidad entre Moscú y Washington, es difícil imaginar una victoria más dulce para un líder como Vladimir Putin, un hombre que considera la caída del imperio soviético como la mayor desgracia del pasado siglo y que sin duda atribuye a Estados Unidos buena parte de la responsabilidad. La perspectiva de debilitar al rival que muchos llaman el “líder del mundo libre” con lo que fue una maniobra rutinaria de influir en sus elecciones, no solo ha de ser causa de satisfacción sino de una sonora carcajada.