Pedro Sánchez ha vuelto resabiado, como si ya conociera el campo de minas. Regresa con sonrisa orgullosa aunque curiosamente sin hacer ruido -el trabajo sucio lo deja para el siguiente escalón, ahí donde se saldan las cuentas pendientes-, pero se le advierten las secuelas propias de esas heridas sin cicatrizar por tanta metralla incrustrada, por tantas cornadas recibidas. El secretario general de la militancia socialista ha dispuesto, junto a los permanentes consejos de su esposa, la venganza en plato frío, con formas de salón, sin gritos ni susanazos desabridos, aunque exhibiendo implacable el sello demoledor de ese 50,2% que le avala. Así inicia en vísperas del sonoro rechazo a los Presupuestos la progresiva reconquista de un territorio todavía anonadado por el impacto emocional de un resultado inapelable que anula, sin duda, cualquier atisbo de rebelión interna. Tras el cataclismo del pasado domingo, apenas son fuegos de artificio la elección sectaria de delegados en Andalucía, los interminables conatos de fricción en Asturias que sacuden a Javier Fernández o el protagonismo insaciable de los mismos de siempre en Álava. Ni siquiera los barones flagrantemente derrotados osan rechistar ahora a su nuevo jefe después de ver cómo las urnas de decenas de Casas del Pueblo desnudaban su alejamiento de las bases y su nula perspicacia política, donde Ximo Puig debe recibir el boniato de honor. Bien saben ellos que han comprometido al límite su influencia política, sus prebendas y, en un par de años, hasta su vida laboral. Y en medio de tanta tensión justificada, una nota exótica: desde Euskadi, Unai Ortuzar, considerado un friki hasta por el sanchismo, se ha ganado los primeros minutos de gloria que jamas obtendría en las redes sociales para autoproclamarse mediáticamente rival de Idoia Mendia con el reducido apoyo de cuatro amigos alrededor de una mesa.
Al fondo del escenario, queda aún por contemplar con el paso de los días la inevitable conversión de los infieles, la ciaboga de esas decenas de cargos, dirigentes y asesores que abrazarán alborozados ahora el sanchismo y abominarán sin sonrojarse de aquella abstención que encumbró a Rajoy. Todo un batallón dispuesto a jurar lealtad y unidad como si jamás hubieran coaccionado en la recogida de avales para Susana Díaz, ni siquiera escondido celosamente las listas de afiliados para que así no se escapara el voto patrocinado por Ferraz. Los conversos a la cola, sí, pero cuando se trata de encarar un Congreso, todo apoyo será bien recibido por Sánchez para apuntalar sin rebeliones su incontestable victoria de las primarias. Bien sabe el sanchismo que para garantizarse la tranquilidad de su supuesta hegemonía le queda por sortear la última bala del aparato de la Gestora y sus tentáculos andaluces, obsesionados por amortiguar como sea el impacto de la pérdida de su tradicional poder e influencia, que se antoja, sin embargo, irremediable. Para entonces, Pablo Iglesias ya habrá perdido su populista moción de censura en un martes y 13 que le puede suponer un efecto boomerang nada agradable. Le espera una derrota asegurada de víspera, propiciada por un sorprendente error estratégico solo comparable al impacto desafortunado de los consejos lanzados a Susana Díaz desde el entorno mediático y político del felipismo, tan alejados otra vez del latido real del socialismo español. El macho alfa de Podemos, incapaz de atender desde su soberbia intelectual los consejos amigos para que desista, se quedará frustrado en su escaño. Le quedará el retrato incómodo de su incapacidad para arrastrar primero al PSOE y luego a Sánchez en ese temerario intento de desestabilizar al presidente Mariano Rajoy -solo comparten su mutua enemistad- cuando no tienes músculo político que te sostenga. Ahora mismo no hay mata, y posiblemente tardará bastante, para que prenda una acción conjunta efectiva, que no efectista, entre los dos principales líderes de la izquierda. Sánchez se siente incómodo por el hostigamiento personal y político de Iglesias y sus provocativas injerencias en las recientes primarias. Además, el líder socialista sabe que su victoria ha trastocado los planes de la sala de máquinas de La Tuerka de seguir zaheriendo con el continuismo de Susana Díaz a ese PSOE anestesiado en sus propias contradicciones económicas y territoriales. Por eso Sánchez desoye las tentaciones y se dispone a marcar su propio discurso de izquierdas, empezando por la sacudida ideológica que su nueva mano derecha José Luis Ábalos desplegará en el inmediato debate de los Presupuestos. Será el aperitivo de la hoja de ruta que aguarda para el Congreso socialista de la renovación.