Estaba detenido ante un semáforo en la Avenida, cuando una sirena cercana presagiaba la llegada de un vehículo de emergencia con la habitual prisa, excitación y tránsito (como un amante novato en su primer encuentro amoroso). Vi por el retrovisor exterior que se acercaba una ambulancia del 112 con sus colores chillones y sus rotativos destellantes. Como es lógico hice lo normal: nada; ya que un vehículo articulado como el que llevaba con sus casi 18 metros de largo no es la panacea de la movilidad a la hora de invadir un cruce sin preferencia. En cambio, agitando la mano indiqué con señas a los conductores de los otros dos carriles que facilitaran el paso al vehículo de urgencia. Y ahí comenzó la sinfonía coral: los nervios invadieron a los conductores y comenzaron a hacer cosas extrañas con sus vehículos: Una chica con la L consiguió subir su utilitario sobre una papelera; un hombre de mediana edad acabó haciendo dos trompos consecutivos sobre las vías del tranvía al mover su coche con rapidez; un anciano, que no sé yo como pudo pasar el reconocimiento médico para renovar el carné, al ver avanzar a los demás, continuó su marcha ajeno a todo y circuló en dirección prohibida por varias calles adyacentes; un repartidor aprovechó el caos para parar donde pudo y repartir las cervezas en los bares próximos, y finalmente, un chico en bici que no paraba nunca en los semáforos, se quedó en esta ocasión plantado en medio del cruce hablando por el móvil. Un viajero del bus que observó la anarquía reinante exclamó:

-¡Vaya follón que se ha montado!

-Pues sí -respondí mirando como la ambulancia se iba zigzagueando asqueada-. La verdad es que no sabemos facilitar el paso a los vehículos prioritarios. Nos falta un necesario reciclaje en las normas de circulación. A mí me molestaba bastante cuando me ocurría y no podía pasar -me sinceré-.

-¿Usted llevaba ambulancias?

-Sí. Estuve unos cuantos años conduciéndolas.

-Entonces, si no le importa -continuó el viajero-, igual conociendo el argot médico puede descifrarme el informe que me ha dado el traumatólogo del HUA, porque no entiendo ni torta con tanto tecnicismo que ha puesto. Sólo deseo saber de manera sencilla cómo va mi hernia discal.

Cogí el informe médico y le eché un vistazo rápido. Se lo devolví al poco.

-Lo siento -dije-, no puedo ayudarle. Me temo que tendrá que llevárselo al dermatólogo.

-¿Al dermatólogo? -repitió el usuario confuso-. ¿Querrá decir al médico de cabecera, no?

-No, no. El dermatólogo es el más apropiado.

-Eso, ¿por qué? -insistió desconcertado-.

-Porque es el único médico que podrá darle un diagnóstico superficial?