Aquel maldito día, Alfonso Mentxaka no tenía que haber ido a trabajar. Tenía vacaciones, pero una llamada casi a última hora y su sentido del deber le hicieron cambiar de planes. “Salió de casa sobre las cinco y cuarto o cinco y veinte de la tarde diciéndome ‘hasta la noche, ama’. Y no volvió más. Lo mataron”.

Conchi Lejona recuerda con detalle y emoción aquel 29 de agosto de 1991 y las dos jornadas siguientes en que su hijo, Alfonso Mentxaka, agente de la Ertzaintza, fue tiroteado por los miembros de un comando de ETA en el Parque Etxebarria de Bilbao. Murió la noche del 31 del mismo mes en el Hospital de Basurto. “Era muy buena persona. Igual demasiado buena y demasiado entregado a los demás. Y por eso le pasó lo que le pasó”, afirma Conchi, una mujer sencilla y abierta, enjuta, con las arrugas del alma esculpidas en el rostro, mientras a su lado su hija Belén Mentxaka, única hermana de Alfonso, asiente: “Totalmente de acuerdo”.

Aquel jueves de hace ahora 25 años, la Unidad de Intervención Especial de la Ertzaintza, de la que formaba parte Alfonso Mentxaka, estableció un dispositivo de seguimiento sobre varios presuntos miembros del comando Bizkaia de ETA localizados en Bilbao. Hacía unos días que la capital vizcaína había concluido su Aste Nagusia pero, como es habitual, las barracas continuaban aún con su actividad en el recinto ferial del Parque de Etxebarria. Allí fue donde los colaboradores etarras se reunieron con dos miembros liberados de la organización terrorista, Juan María Ormazabal Tturko y José María Mendinueta. Ante las fundadas sospechas de que estaban preparando un atentado inminente, los agentes, siempre de paisano, estrecharon el cerco sobre los sospechosos, pero estos, al sentirse vigilados, emprendieron la huida mezclándose entre las personas que disfrutaban de las barracas.

detenciones Los acontecimientos se precipitaron y la Ertzaintza detuvo a Itziar Martínez Sustatxa, Pedro Mariano Markez del Fresno y Félix Abrisketa, que no opusieron resistencia. Por contra, Tturko y Mendinueta, que iban armados, trataron de huir haciéndose con un coche estacionado en las inmediaciones y que, casualmente, era de los ertzainas que participaban en el operativo y cuyo ocupante, amenazado, lo abandonó. Sus compañeros, que llegaban entonces, fueron recibidos a tiros desde el interior del vehículo. En ese momento, el ertzaina Alfonso Mentxaka cayó al suelo, alcanzado en las piernas y en la espalda por los disparos. Cuando se encontraba herido en el suelo, Juan María Ormazabal Tturko, que había vaciado ya totalmente el cargador de una de las dos pistolas que portaba y con la otra ya había efectuado varios disparos, salió del coche con la intención de rematar a Alfonso, indefenso, momento en el que el miembro de ETA recibió varios tiros por parte de los compañeros del ertzaina, a consecuencia de los que murió en el acto. El otro etarra fue también alcanzado por un disparo en la pierna y fue detenido.

Alfonso Mentxaka, de 29 años y natural de Sondika, estaba casado y no tenía hijos. “Llevaba poco tiempo casado, pero no se había marchado de al lado de sus padres, porque estaba muy pegado a ellos. Vivía cerca y siempre le daba el busca a mi madre: ‘Ama, me voy a dar una vuelta con la moto, toma el busca por si me llaman’, le decía. Casualidad, aquel día, que no trabajaba pero estaba en situación de localizable por si hacía falta, le llamaron y mi madre se volvió loca para encontrarle, porque para él el trabajo era sagrado. Cogió una manzana y se marchó. Y luego pasó lo que pasó”, recuerda Belén, hermana del ertzaina. No puede dejar de darle vueltas: “Si mi madre no lo localiza, no hubiese pasado absolutamente nada, no hubiese ido y por supuesto no le hubiesen matado. Pero él tenía mucho sentido del deber y fue”, dice intentando contener unas lágrimas que, aun así, asoman en sus ojos.

Conchi, la madre, tiene grabados a fuego en la memoria aquellas jornadas, pero los recuerdos se le agolpan y es su hija Belén la que le concreta los detalles. “Estos días de aniversario lo paso muy mal”, se disculpa la madre de Alfonso. “Ese día fue durísimo. Le llamaron y estuve toda la tarde esperando a que llegase para decírselo. Y voló para allá”, relata.

“Mi hermano duró 48 horas para contarnos -él, ni los políticos ni nadie- cómo fueron las cosas. Lo sabemos por boca de él, así que todo lo que nos digan nos duele más, porque a veces oímos muchas mentiras”, avanza Belén.

Su detallado relato estremece. “Estaba de paisano en Begoña y le avisaron por radio: ‘Mentxaka, hay dos que se escapan, corre detrás de ellos’. Y fue. Y es cuando el que estaba dentro del coche, al que llamaban Tturko, empezó a tirotear a mi hermano. Tenía varios tiros por las piernas, le había disparado en zigzag para que no se escapara. Tiros por la espalda, por cierto. Tuvo mucha polémica lo del primer etarra que mató la Ertzaintza, pero el etarra que mató a mi hermano murió matando y disparó en zigzag para que no se le escapara ningún tiro. Le pegó en las piernas, eso le hizo caer y entonces una bala le entraba por el hombro, le atravesaba el pulmón, que es la que le mató, y no llegaba a salir”.

La hermana de Mentxaka, obviamente, conocía a la perfección a Alfonso. Se llevaban solo dos años de diferencia y eran inseparables, hasta el punto de que se hacían confidencias mutuas. Por ejemplo, a diferencia de su madre -“mi hijo me tenía engañada en eso”-, Belén sabía exactamente en qué trabajaba su hermano y la peligrosidad de su labor. Por ello, no duda en afirmar que, a diferencia de los etarras, su hermano “no hubiese matado ni una mosca”.

“Lo mató encima ETA, que se supone que defiende al País Vasco y eso duele todavía más. Y él ni siquiera sacó su arma. Y, aun así, no hubiese disparado. Si la hubiese sacado por obligación, estoy segura y pongo la mano en el fuego que mi hermano no mata a nadie. Y a él le acribillaron a balazos los que luego querían hacer hijo predilecto al que mató a mi hermano a tiros, que no sabía ni a quién mataba”.

Herido de muerte, Alfonso Mentxaka fue trasladado al Hospital de Basurto. En la UVI, se preocupaba más por su familia que por sus heridas y era consciente de las consecuencias de lo sucedido en el Parque de Etxebarria. “Nos decía que era el primer etarra que mataba la Er-tzaintza y que eso iba a traer muchos problemas”, dice Conchi, su madre.

-“Hijo, pero ha sido por salvarte a tí.

-Sí, ama, por salvarme a mí, pero qué problemas va a traer eso.

-Pero ellos han ido a matarte a ti y tú no hubieses matado.

Es que mi hijo no podía matar a nadie ni hacer daño a nadie”, afirma.

Aunque en un principio las heridas de Alfonso Mentxaka no parecían revestir especial gravedad, murió dos días después. “Yo fui la última de casa que le vi. Y no le vi bien, nada bien. Soplaba unas bolas que le había dicho una enfermera que le venía bien. Y me pedía las bolas. Yo le decía ‘Alfonso, no hables mucho y guarda esas fuerzas, que te van a hacer falta’. Luego empezó a hablar con su mujer. Me marché y les dejé solos. Y salí pidiendo médicos porque no le había visto bien. Me enfadé con mi madre, porque me llamó exagerada, y me volví para casa. Y esa noche es la que murió”, recuerda Belén entre lágrimas.

Su madre lo rememora también con dolor. “Mi hijo no murió el 1 de septiembre, mi hijo murió la noche del 31. Habíamos venido a las 10 y media a casa, una enfermera nos dijo que nos fuéramos, que si pasaba algo nos llamaría. No había hecho más que llegar a casa, estaba justo quitándome la chaqueta, y llamó: ‘Que vangáis, que Alfonso se ha puesto peor. Se acabó”.

“Fue mala suerte también por las fechas, en agosto. No había médicos, no había nadie. No pensábamos que se iba a morir, estaban esperando a septiembre a que llegaran médicos, al día que murió”, insiste Conchi.

convulsión La muerte de Mentxaka fue una conmoción. Para su familia, para la Ertzaintza y también para la sociedad vasca. Y, sobre todo, ETA segó una vida y frustró un futuro prometedor. “Mi hijo quería estudiar. Se había examinado para la Universidad y quería seguir en la Ertzaintza pero no en la calle”, afirma Conchi. Belén coincide: “No le gustaba ser policía, entró porque no había trabajo y quería salir de la calle”.

“Era un chaval muy cariñoso, para todo el mundo, todos en el pueblo le querían. También en el Cuerpo era muy querido. Nadie que le ha conocido ha podido decir nunca nada malo de él”, insiste su madre, que afirma que incluso “era también querido entre los que estaban en el bando digamos de los malos”. Quizá por ello, dicen, le costó tanto entrar en la Ertzaintza.

Durante todo este tiempo, la familia se ha sentido arropada por los vecinos de Sondika. “Por entonces se empezaban a hacer las concentraciones de Gesto por la Paz, venía muchísima gente de aquí. Luego, también se ponían al otro lado algunos que les teníamos por locos, diciendo bobadas”, recuerda Conchi. “Los que menos han hecho han sido los políticos, los que podían. Los que más, los vecinos y la gente de a pie. Los que más han podido son los que menos han hecho”, corrobora Belén.

La madre de Alfonso es consciente de que según se acerca la fecha de aquellos sucesos que la dejaron sin hijo -“es lo peor que le puede pasar a una madre”, dice- el dolor aumenta. “Tenía 29 años y el día 29 le machacaron”, rememora con una tristeza infinita. “Desde entonces, mi madre odia el 29”.